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La impostura de Ricardo Raphael sobre el falso caso Wallace

Texto originalmente publicado en Los Ángeles Press

El montaje del caso Wallace fue posible gracias a la colusión entre Estado, medios y actores políticos, entre los que se incluía Ricardo Raphael, desde su paso por el CISEN.

Los recientes tuits de Ricardo Raphael, donde asegura que no ha plagiado una sola línea de mi investigación sobre el falso caso Wallace, solo confirman el cinismo y la estrategia con la que, desde hace seis años, ha intentado invisibilizar mi trabajo. Mi investigación en Los Ángeles Press está documentada desde 2014, con cientos de reportajes, entrevistas a víctimas directas y sus familiares, y cobertura en tiempo real de las violaciones de derechos humanos cometidas durante la persecución de la PGR.

Mientras mi trabajo avanzaba en la reconstrucción del montaje, Ricardo Raphael todavía celebraba en público a Isabel Miranda de Torres, alias La señora Wallace, y denigraba a las víctimas. Hoy pretende presentarse como ajeno al origen de mi investigación, como si él hubiese empezado de cero, y presumir que “no hay una sola coma plagiada” de El falso caso Wallace. Pero los hechos y las fechas están aquí.

El registro periodístico de Ricardo Raphael sobre el caso Wallace no existe antes de febrero de 2019. Apenas dos meses antes, el 12 de diciembre de 2018 —el día de la presentación de mi libro El falso caso Wallace en el Centro Histórico de Ciudad de México— él se enteraba del montaje entrevistándome para Canal Once. En esa conversación pública llegó a afirmar, con absoluta ligereza, que Juana Hilda González Lomelí no había sido torturada ni drogada, y fingió sorpresa ante la participación de Genaro García Luna, a pesar de haber interactuado con él desde 2001 durante su paso por el CISEN. Incluso intentó debatir al aire si las víctimas eran “auténticas” o no.

Ese mismo día entrevistó también a Isabel Miranda. En la transmisión posterior utilizó como propio el audio que yo obtuve de Albert Castillo tras denunciar su tortura en Ciudad Juárez, sin atribución alguna. Ese episodio fue una de las primeras señales de su apropiación del trabajo ajeno y de la falta de rigor ético con la que se aproximó al caso.

A diferencia de él, mi investigación está documentada desde antes de mi primera publicación del 31 de mayo de 2014. Durante meses recopilé evidencias que demostraban la inocencia de las víctimas, revisé expedientes, entrevisté a sus madres y familiares y construí el archivo que permitió desmontar el montaje. Mis primeros trabajos circularon con las historias de las ocho víctimas involucradas y continué la cobertura durante años. El registro de mi trabajo incluye reportajes, notas periodísticas y una vasta documentación en audios, conversaciones privadas, comunicaciones desde prisión y correos electrónicos que mostraban con precisión la fabricación del caso. Ese cuerpo de evidencias fue la base de mi primer libro de la trilogía sobre el falso caso Wallace.

Esa cobertura no fue solo profesional: fue acompañamiento humano. En el proceso llegué a financiar las terapias de César Freyre Morales y su esposa por las secuelas de tortura y depresión. Acompañé a las madres, pero especialmente a Enriqueta Cruz en cafés, comidas y lágrimas con largas conversaciones e infinidad de viajes, ofreciéndoles soporte emocional cada vez que compartía el daño que les había dejado el Estado. Organicé su presencia en España, Estados Unidos y distintas ciudades de México para que pudieran narrar en primera persona lo que estaban viviendo. Les di visibilidad a todas las víctimas contra viento y marea: no solo ante la persecución del Ministerio Público de la PGR y de la misma Isabel Miranda, sino también frente a periodistas cómplices de ella que, por conveniencia o paga, intentaron desacreditar mi trabajo.

Fueron años de insultos y acosos. Me llamaron «malaentraña», “mezquina”, “seudoperiodista”, “egoísta” y otras tantas descalificaciones, incluso sobre mi apariencia física. Los insultos que más le llenaban la boca a Ricardo Raphael eran “mezquina” y “seudoperiodista”, proyectándose en ambos. No es casualidad: él mismo ha reconocido que no es periodista, sino abogado. Esa experiencia y ese acompañamiento dieron cuerpo a más de 300 páginas de mi segundo libro: La lucha por la verdad.

En mi tercer libro, La vida impune. Biografía criminal de Isabel Miranda de Wallace, documenté también la trayectoria pública y política de Ricardo Raphael: desde que fue enviado a Europa a estudiar con recursos públicos, bajo el auspicio directo de su tío y entonces presidente de México, Miguel de la Madrid. Más tarde intentó presentarse como hombre de izquierda e infiltrarse en el movimiento de Gilberto Rincón Gallardo, quien después sería recompensado con una comisión contra la discriminación. Luego incursionó en la política partidista junto con Patricia Mercado y Sergio Aguayo, simulando un proyecto llamado “México Posible”.

Para entonces ya había conocido a Genaro García Luna en el CISEN. Tanto él como Aguayo avalaron públicamente que esa institución no estaba infiltrada por el narcotráfico. La estructura era dirigida por Eduardo Medina Mora y operada por Gilberto Lozano desde la oficialía mayor de Gobernación bajo la presidencia de Vicente Fox. El expediente del caso Wallace no era un tema nuevo para Raphael: el vínculo con el poder, la seguridad nacional y los medios formó parte de su trayectoria mucho antes de que el montaje llegara a tribunales.

Ricardo Raphael conoció personalmente a Isabel Miranda años antes del caso Wallace. Me lo dijo en enero de 2019, un mes antes de apropiarse de mi investigación, en una conversación en un restaurante italiano. Relató que ya en 2005 se había sentido incómodo al verla operar agresivamente durante el caso de Israel Vallarta y Florence Cassez. Pero no intervino ni acompañó a ninguna de las dos víctimas en ese momento. Esa tarde también habló de Anabel Hernández y la acusó de cometer el mismo pecado que más tarde él repetiría: iniciar un tema y abandonarlo sin investigación de fondo. Confesó que no había profundizado en el caso Wallace porque “simplemente no le interesaba”. Por eso, dijo con euforia, le sorprendió mi perseverancia.

La relación mediática entre Ricardo Raphael e Isabel Miranda fue constante. Dos registros hay muy claros. En 2008 la entrevistó en Canal Once legitimando el supuesto secuestro de Hugo Alberto Wallace, mientras ignoraba a la madre y la hermana de César Freyre, quienes salían de la prisión de Santa Martha Acatitla presionadas para que él se declarara culpable. En 2012, el segundo registro, celebró públicamente la candidatura de Miranda a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. El Universal fue el depositario de sus elogios, igual que Sanjuana Martínez, desempolvando conceptos de democracia y “poder ciudadano” alrededor de Isabel, a quien llamaban por su nombre de pila con estrecha familiaridad.

El caso Wallace no reapareció en su agenda sino hasta que tuvo mi libro en sus manos. El canadiense David Bertet —un activista venido a menos que inició la defensa de Brenda Quevedo Cruz— se lo había recomendado semanas antes de solicitarme una entrevista en Canal Once. Raphael me dijo entonces que mi libro “se lo bebió”. Ésa fue la frase exacta: antes de apropiarse de mi material y presentarlo como propio.

Después de denunciarlo de plagio, cambió su euforia y dijo que mi libro le había dejado más dudas que certezas, por eso había iniciado su propia investigación. No obstante, en su único libro sobre el tema publicado en 2025, toma como verdaderas las versiones fabricadas de la PGR y ubica a las víctimas en contextos criminales con diálogos inventados.


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