Mi Navidad

Por Cecilia Lavalle

A mí siempre me ha gustado la Navidad. Sin embargo, la vida me enseñaría que Navidad puede ser en cualquier mes del año.

Provengo de una familia que ama la Navidad antes de declararse católicos devotos. Eso quiere decir que, para estas fechas, en mi casa materna no había un solo lugar en el que se posaran los ojos y no hubiera algo que exclamara ¡Es Navidad! Para cuando mi padre y mi madre decidieron abrazar de lleno la religión católica, sólo se sumó un nacimiento más grande al ambiente festivo que cada año se respiraba en mi casa.

Su simbolismo aumentó conforme creció el clan con las familias que formábamos mis hermanos y yo, hasta convertirse en fechas sagradas en las que acudíamos a la casa materna como quien acude a la Villa.

El ritual navideño contenía: fotos familiares, la apertura de regalos -que podía prolongarse un par de horas, porque mi padre y mi madre juntaban pequeños regalitos todo el año y los envolvían uno a uno. Adoraban ver la cara de sus nietas y nietos cada vez que sacaban un paquetito y pronunciaban su nombre- brindis y cena.

El brindis era un ritual en sí mismo. Mi padre comenzaba y luego tomaba la palabra quien quisiera. En general toda la familia sentada a la mesa lo hacía, incluidas las personas más pequeñitas que, en cuanto pudieron hablar entendieron la magia que ahí se creaba. Se reflexionaba en lo que nos había traído el año y en lo que se deseaba para el próximo. Solía ser un momento lleno de amor y gratitud.

Eso no cambió por décadas. Sólo sumó a las novias y novios de la más joven generación.

A la muerte de mi padre comenzaron las sillas vacías, como dice mi madre. Yo dejé de ir, primero porque no fui capaz de repetir los mismos rituales sin mi padre. Y luego, porque la vida me cambió.

La última vez que celebré la Navidad en la fecha estipulada fue en 2016. Miami. Mi pequeña familia toda reunida. Mi Alex con 30 kilos menos tras devastadoras quimioterapias. La invitada de honor fue la esperanza, pero también se sentó a nuestra mesa el amor y la gratitud.

A su muerte, en abril de 2017, me di cuenta de que ese duro año tuve muchas Navidades; porque, en realidad, la esencia se encontraba en sentarse a la mesa y dejar que nos inundaran las risas compartidas, el amor y la gratitud.

Desde entonces cualquier día de cualquier mes puedo sentir que es Navidad.

Aun así, en diciembre visto mi casa de Navidad, aunque no con el detalle y preciosura con que hasta el sol de hoy lo hace mi madre. Y escucho canciones navideñas hasta que cada una de mis células sepa que es Navidad.

Sé que no se repetirá la tradición que tan cuidadosamente forjaron mi padre y mi madre. Pero desde hace tres años mi madre, mi hermano Alberto y mi cuñada Reina viajan para sentarse a la mesa con mi familia el 31. Y esta vez, además, llegará toda la familia de mi hermano Carlos. Así que mi casa se llenará de risas, algarabía, abrazos, amor y gratitud.

 Sigo pensando y sintiendo que cada vez que eso suceda es Navidad. Pero me alegra mucho que este año mi Navidad coincida con la Navidad.

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