Filiberta:

la defensora del bosque de niebla

Entre el bosque, el monte y la milpa de la comunidad de Zacacuautla, un poblado de menos de 2 mil habitantes en Acaxochitlán, Hidalgo, vive Filiberta Nevado Templos, defensora del bosque de niebla hidalguense.

 “Fili”, como cariñosamente la llaman sus vecinos, abrió las puertas de su hogar a Cimacnoticias para compartir la historia de lucha que sostiene desde hace 18 años contra la tala ilegal que devora, sin tregua, los bosques mesófilos de la región.

Filiberta reside en Zacacuautla, municipio de Acaxochitlán, ubicado a 71 kilómetros de Pachuca, capital del estado de Hidalgo, y a dos horas de la Ciudad de México. Este pueblo, considerado Mágico, posee edificios de adobe con tejados que en ocasiones se ocultan tras la niebla que desciende sobre el poblado, donde aún perviven los sonidos de las lenguas indígenas náhuatl, otomí y mazateco.

Hidalguense de nacimiento, Filiberta pertenece a un estado que forma parte del Corredor Ecológico de la Sierra Madre Oriental (CESMO), el cual comprende más de cuatro millones de hectáreas en 273 municipios de los estados de San Luis Potosí, Querétaro, Puebla, Veracruz e Hidalgo. Este corredor protege una biodiversidad única, destacan sus bosques de niebla o mesófilos.

De acuerdo con el gobierno de México, los bosques de niebla son de gran relevancia biológica por la diversidad de especies que albergan. Además, desempeñan un papel esencial en la captación y regulación de los flujos de agua, contribuyendo directamente al abasto para el consumo humano. Sus características ecológicas dependen de la neblina constante, aunque hoy el calentamiento global reduce de manera crítica la humedad que los sostiene.

Se calcula que los bosques mesófilos de montaña concentran alrededor del 27 por ciento de la riqueza florística nacional y cerca del 2 por ciento mundial. También tienen impacto en la fauna: alrededor del 60 por ciento de las especies de anfibios, más del 55 por ciento de reptiles y más del 40 por ciento de mamíferos, dependen de estos bosques para subsistir.

Dentro de esa inmensidad natural se ubica la casa de Filiberta. Allí, el amor por la naturaleza se hace visible en cada rincón. Plantas que llenan de color su estancia, flores que perfuman el ambiente, y la compañía de sus tres perros rescatados, sus cuatro gatos sigilosos y un pequeño rebaño de borregas cuyos balidos se escuchan a lo lejos desde el corral.

El amor y el respeto de Filiberta por la naturaleza se remonta a su infancia. Mientras los recuerdos de cómo era arropada entre la milpa mientras recolectaban jehuite para alimentar a sus animales siguen latentes, también persiste el vacío dejado por su padre, quien le heredó tristeza ante su ausencia.

Ese vacío, sin embargo, se transformó con el tiempo. Hoy, a sus 69 años de edad, Filiberta asegura que la naturaleza se convirtió en su verdadera compañía:

“Ahora no me pesa la soledad, sino todo lo contrario. La disfruto porque sé que estoy acompañada. No sé de qué manera, no puedo explicarlo, pero sé que soy parte de los árboles, de las plantas, del aire y de todo; y entonces, estoy acompañada siempre”.

La niña del campo que migra a la Ciudad

Para ella, trabajar nunca fue una opción, sino una obligación que debió desempeñar desde niña. Entre sus labores se encontraba el acarreo de leña en el monte, recoger bellotas de los árboles para alimentar a los animales, cuidar a las borregas, levantar el corral, preparar alimentos moliendo el maíz en el metate y el molino.

Durante su adolescencia brindó servicios a la comunidad. Fili sabía inyectar, así que se convirtió en la asistente de un joven pasante de medicina quien llegó a Zacacuautla para brindar servicios médicos.

Ese fue el primer paso que la llevó a salir de su comunidad. Tiempo después se trasladó a Tulancingo, el municipio más cercano de Acaxochitlán, para trabajar junto con ese mismo médico. Su madre no estuvo de acuerdo con la decisión y le preocupaba que su hija, aún joven, se fuera sola a otro lugar. Aun así, Filiberta empacó lo poco que tenía y se marchó, consciente de que si quería una vida distinta, tendría que buscarla por sí misma.

Al llegar a Tulancingo, no tenía formación técnica formal, pero aprendía rápido. Allí comenzó a familiarizarse con el manejo de aparatos de rayos X y a tomar radiografías de cráneo, fémur, columna y tórax. En poco tiempo se encargaba de revelar las placas en un cuarto oscuro, utilizando los químicos necesarios para fijar las imágenes en las películas. El trabajo también la llevó a realizar radiografías a domicilio con un aparato portátil.

Tiempo después, el médico con el que trabajaba fue trasladado al estado de Veracruz, ubicado al sur de la República Mexicana, y le sugirió buscar una oportunidad en la Ciudad de México. Así emprendió camino hacia la capital del país, donde comenzó a trabajar como empleada del hogar. No era lo que esperaba, pero necesitaba sostenerse económicamente y la vida le tenía preparada una oportunidad que no desaprovecharía.

Filiberta supo de una vacante en el Instituto Nacional de Cancerología (INcan), donde la contrataron como técnica práctica en rayos X. También buscaban a alguien que pudiera realizar estudios de mastografía, y ella aceptó. Aunque no tenía estudios académicos, su experiencia fue suficiente para que la contrataran de inmediato.

La exposición a la radiación dejó secuelas. Los equipos de aquel entonces eran muy básicos, con tiempos prolongados de exposición y sin equipo de protección para el personal de salud. “Trabajé así durante años, sin saber el riesgo que corría”, recordó. Su entrega al trabajo fue total y permaneció en el INcan durante tres décadas.

La radiación le provocó un aborto. “Ahí fue cuando supe que era dañina, pero para entonces ya me había expuesto muchísimo. Seguramente he tenido otras consecuencias, pero nada graves”, afirmó con calma.

Mientras trabajaba en el área de Rayos X, vivió de cerca un caso de injusticia laboral. Un compañero sindicalista fue despedido de forma arbitraria y durante su proceso legal, instaló una mesa, una silla y una máquina de escribir a las afueras del hospital para hablar con las y los trabajadores para convocarlos a sumarse al sindicato.

Filiberta, reservada por naturaleza, dudó en involucrarse. Sentía miedo, pero la insistencia de su compañero y la realidad que veía a diario la convencieron. Decidió unirse. Lo que comenzó como un acto de solidaridad se convirtió con el tiempo en una parte central de su vida laboral. Sin buscarlo, fue ganando la confianza de sus compañeras y compañeros y asumió responsabilidades dentro del sindicato.

Eventualmente, llegó a ocupar el cargo de secretaria general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Secretaría de Salud, sección 83, correspondiente al Instituto Nacional de Cancerología. Durante esa etapa, impulsaron la creación de la escuela sindical “Regeneración”.

La mayoría de quienes conformaban la dirigencia eran mujeres; ellas asumían las decisiones y los hombres respetaban esa estructura. Las prioridades de la organización estaban alineadas con las necesidades de las trabajadoras, algo poco común en otras secciones sindicales.

Sin embargo, ese liderazgo también trajo conflictos, pues fue objeto de vigilancia, amenazas y ataques por parte de líderes sindicales tradicionales, conocidos como charros, quienes la fotografiaban en marchas y asambleas para desacreditarla públicamente.

No obstante, Filiberta concluyó sus años de servicio como trabajadora y decidió volver a su tierra de origen donde la lucha por el bosque de niebla le esperaba.

Defensora sin proponérselo 

La región de Zacacuautla, Acaxochitlán, se ha visto afectada por el extractivismo, un modelo basado en la explotación a gran escala de recursos naturales, en este caso: la madera.

Este modelo ha provocado daños sociales y ambientales irreparables en todo el planeta, además de acelerar los efectos negativos del cambio climático. Asimismo, impacta profundamente los modos de vida y la cultura de las comunidades que habitan las zonas donde se desarrollan estos proyectos.

Frente a esta situación, grupos organizados de personas han asumido la defensa de los derechos sobre la tierra y el ambiente quienes suelen habitar territorios de gran biodiversidad y riqueza cultural, lo que los convierte en objetivos privilegiados para las actividades extractivas.

Filiberta es una de ellas; sin embargo, considera que proteger su territorio no es un acto extraordinario ni un distintivo del cual ostentarse. Para ella, es simplemente una obligación inherente a la vida misma. Su convicción nace de la certeza de que proteger la existencia implica también proteger la naturaleza, pues ambas son inseparables.

Ese pensamiento se sostiene en un principio contundente: cuidar de nuestro alrededor es cuidar de nosotras mismas. “Cuando hablamos de cuidar el territorio, yo creo que el primer territorio es mi cuerpo.

Yo tengo que cuidarme porque soy parte de esa naturaleza. Pero también tengo que cuidar mi entorno porque esa es otra parte de mí”, reflexionó. Esta mirada íntima sobre la relación entre cuerpo y territorio es la que la impulsa a continuar su lucha.

Por ello, el término “defensora” no le resulta del todo cómodo. Lo percibe como un reconocimiento especial, cuando para ella cuidar la naturaleza debería ser algo común para todas las personas. En su visión, cuidar el monte y el entorno no es un gesto excepcional, sino la consecuencia lógica de reconocernos como parte de un mismo todo. Desde esa convicción surge también la manera particular en que se conecta con el mundo natural.

Aunque para ella los cuidados hacia la tierra son algo ordinario, reconoce tener una facilidad única para comunicarse con la naturaleza.

Su vínculo con la naturaleza, que había comenzado en su infancia, se afianzó aún más cuando volvió en 2007 a Acaxochitlán. Aunque en la ciudad había construido una vida estable, nada de aquello podía compararse con las amenidades de vivir rodeada de biodiversidad, tradiciones y costumbres que forman parte de su identidad.

Allí, entre el bosque y la vida comunitaria, encontró un profundo sentido de pertenencia que la ciudad nunca podría darle.

Un regreso inesperado 

Ese regreso, sin embargo, coincidió con un escenario alarmante. El monte de 55 hectáreas llamado “Altamira” y “Las Delicias”, rodeado de encinos, oyameles, álamos, ayacahuites y sabinos centenarios, hogar de infinidad de animales, hongos y plantas, estaba en riesgo desde hace 7 años, cuando inició la tala ilícita. 

La situación no se contuvo y de acuerdo con la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), Acaxochitlán fue catalogado como una de las 13 zonas críticas forestales de atención prioritaria en México, considerados así porque concentran problemas graves de ilegalidad: tala clandestina, deforestación y crimen organizado asociado a estos delitos, que ponen en peligro tanto la conservación de los bosques como la biodiversidad que albergan. 

Frente a esa realidad, Filiberta no estuvo sola, junto a Benita Ibarra, su madrina, y Gabriela, otra mujer de la comunidad, decidieron enfrentar el problema de frente. Salieron a constatar lo que se decía y lo que encontraron fue devastador: árboles talados indiscriminadamente, montones de madera acumulada y un bosque que poco a poco se desvanecía.

La magnitud del daño las obligó a organizarse, por lo que buscaron apoyo y comenzaron a construir un frente comunitario. La unión colectiva se volvió indispensable pues permitir que la tala avanzara significaba aceptar un destino catastrófico. No era únicamente el bosque el que estaba en juego, sino también la vida misma de la comunidad.

De hecho, la tala ilegal y la deforestación no representan únicamente una amenaza ambiental, sino que actúan como detonantes de crisis mayores que impactan a toda la población. Estas prácticas generan el desplazamiento de comunidades originarias que dependen del monte para subsistir, aceleran la pérdida de suelos, fauna, flora y biodiversidad, y finalmente conducen a la desertificación y a la escasez de agua.

Este último punto es especialmente crítico porque el ciclo hidrológico se ve alterado: los árboles, al mantener la humedad del aire mediante la transpiración, contribuyen a la formación de nubes y lluvia. Sin esa regulación natural, el acceso al agua potable disminuye y las comunidades quedan en una situación de creciente vulnerabilidad.
El miedo a quedarse sin agua fue, precisamente, uno de los principales motivos por los que las mujeres encabezaron la defensa del monte. La tala desmedida amenazaba el manantial que abastece a la comunidad de Zacacuautla, y esa alerta recaía con mayor fuerza en ellas, pues son quienes sufren directamente los estragos de las sequías.

La falta de agua, explicó Filiberta, suele pasar inadvertida para muchos hombres, ya que “ellos encuentran la ropa limpia, los alimentos preparados y a los niños bañados”, sin percibir el esfuerzo detrás. En cambio, son las mujeres quienes cargan con la mayor parte del trabajo de cuidados, quienes deben asegurar ese elemento vital que sostiene la vida cotidiana, aún cuando se está agotando.

Este fenómeno se repite más allá de Acaxochitlán. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el mundo, son las mujeres y las niñas mayores de 15 años quienes cargan con esa responsabilidad, en siete de cada diez hogares son ellas las encargadas de recoger agua, frente a tres de cada diez donde lo hacen los hombres. 

En la mayoría de los casos deben recorrer trayectos largos, lo que les impide dedicar ese tiempo a la educación, al trabajo o al descanso, además de exponerlas a daños físicos y a otros riesgos durante el camino.

Talamontes

El bosque de niebla hidalguense junto con toda la biodiversidad que lo habita están en riesgo por la tala inmoderada e ilegal, una práctica que es llevada a cabo por bandas delictivas que se dedican a extraer estos recursos forestales sin la autorización de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).

De acuerdo con datos del gobierno de México, la tala ilegal y la deforestación impactan en el cambio climático, lo que pone en riesgo el bienestar de las personas y el patrimonio natural del país, además de que atenta contra la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente que puede alcanzar una pena de hasta 16 años de prisión. No obstante, los talamontes han encontrado maneras de evadir la ley, pues el comercio ilegal de madera genera ganancias anuales de entre 10 mil y 15 mil millones de dólares, según el Banco Mundial.

Además la rentabilidad de la tala ilegal se sostiene en complejas redes de corrupción con las autoridades, a través de las cuales los talamontes obtienen fraudulentas licencias forestales y una vez que logran extraer y sacar la madera de los bosques, las ilegalidades se multiplican con el blanqueo de ese material, porque deben recurrir a la falsificación de documentos para ocultar el verdadero origen y practicar sobornos a funcionarios para evadir impuestos.

Ese sistema de impunidad es al que Filiberta y su comunidad deben hacer frente. 

En 2004, antes del regreso de Filiberta a la comunidad, el defensor del monte, Samuel Cruz Hernández, fue asesinado y el delito aún permanece impune.

Sabedora del peligro y amenazas diseñadas para amedrentar y controlar a la comunidad, Filiberta junto con sus aliadas y aliados no estaban dispuestos a ceder.

Recordó la primera vez que entró al monte bajo la luz de la luna, acompañada de mujeres y hombres de la localidad. Aunque estaba cobijada por su colectivo, al principio el temor ante los riesgos del bosque y la oscuridad la mantenía en constante alerta. Poco a poco, ese miedo se disipó hasta volverse inexistente. Incluso empezó a percibir su estancia dentro del monte con cierta espiritualidad.
 
“Para mí entrar al monte es como ingresar a un lugar sagrado, como cuando la gente entra a la Iglesia. Yo no soy mujer de fe, pero cuando entro siento como si ingresara a algo sagrado”. Esa percepción reforzó aún más su compromiso.

Sin embargo, la defensa del territorio se volvió más peligrosa cuando los taladores contrataron asesinos y ladrones a sueldo para asegurar la tala. Armados, descendían al bosque y continuaban con su trabajo sin temor a los riesgos.

En ese contexto de violencia se tomó una decisión estratégica, en los enfrentamientos, los hombres dejarían de bajar al monte y serían únicamente las mujeres quienes se acercaran. Se consideraba más seguro, pues los hombres suelen reaccionar con mayor violencia, explicó Filiberta. Así, la resistencia se transformó también en una forma de reconfigurar los roles de género en la defensa del territorio.

El peligro que enfrentan las defensoras de la tierra permanece en la actualidad. El informe “La tierra, para quienes la trabajan y la defienden”, de la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos (IM-Defensoras), documentó que entre 2012 y 2024 se registraron 35 asesinatos y 10 mil agresiones contra defensoras de la tierra, el territorio y el medio ambiente. México, Honduras, Nicaragua y El Salvador, figuran entre los países con mayor número de asesinatos contra defensoras ambientales.

Rompiendo paradigmas

Filiberta Nevado Templos se convirtió en la primera mujer delegada de su comunidad. Su triunfo no fue sencillo. La primera vez que participó en las elecciones para el cargo, las cuales ganó, fueron anuladas bajo excusas poco sustentadas que orillaban a repetir el procedimiento hasta lograr que ella no resultara vencedora. Un año después,en 2008, finalmente logró ganar y conformar un equipo de trabajo. 

Organizó policías, comandantes y cobradores, al mismo tiempo combinaba esas funciones con la vigilancia constante de su territorio. Este triunfo no solo significó su victoria personal, sino que marcó un precedente histórico para Zacacuautla.

En una sociedad donde persiste la idea de que las mujeres no son dignas de ocupar espacios de liderazgo, Filiberta rompió con ese esquema, demostrando que no solo son capaces de conducir a su comunidad, sino que pueden hacerlo mientras defienden sus ideales, sin ceder al poder ni a las imposiciones patriarcales, pese a que ello traiga consecuencias.

Durante su papel como defensora y delegada, las amedrentaciones no se hicieron esperar. Un año después de su triunfo como delegada, es decir, para el  2009, Filiberta junto con más defensores del monte, enfrentaron 15 averiguaciones previas en su contra, dos de las cuales derivaron en prisión, todas por delitos inventados como amenazas, daño en propiedad ajena y tala.

Sin embargo, en la comunidad de Filiberta, el respaldo de las mujeres fue fundamental en esta situación. Relató que al día siguiente de su arresto, más de 300 mujeres se reunieron y bajo su propia iniciativa, llevaron al presidente municipal de Tulancingo para exigir el pago de la fianza y garantizar la liberación de las y los defensores.

Esta no sería la única ocasión que enfrentaría intimidaciones por ser defensora. Recordó una de las intervenciones más peligrosas ante los talamontes: unas siete mujeres llegaron al monte y se encontraron con taladores que cortaban uno de los árboles más grandes de la zona. 

Sin coordinarse, se abrazaron al árbol para impedir que siguieran talando. Uno de los taladores sacó una motosierra y las amenazó y les gritaba mientras acercaba la máquina a sus pies y cabezas. A pesar del miedo momentáneo, las mujeres no se separaron del árbol.

Durante horas permanecieron allí, soportando frío, llovizna y hambre, mientras los taladores se alimentaban y encendían fuegos improvisados. Ante la tensión, las mujeres improvisaron un plan: mandar a buscar refuerzos femeninos. Más mujeres llegaron y se organizaron asignando a cada una un árbol para protegerlo.

La situación escaló hasta que se solicitó apoyo del Ejército que intervino y dispersó a los taladores.

En la defensa del monte, los riesgos continuaron, aunque asegura que nunca la asustaron. Los taladores, conocidos como “los negros”, llegaron a tocar su campana, entrar a su propiedad, romper ventanales y robar como forma de intimidación, escalando incluso hasta amenazas de muerte. Le llegaron a advertir que la quemarían viva; sin embargo, contaba con una red de apoyo que incluía personas de la comunidad y de ciudades como Pachuca y Ciudad de México.

Para Filiberta, las repercusiones emocionales y físicas eran producto de ver destruido su territorio. A partir de 2016, pese a que intentaba gestionar apoyo con la policía municipal y estatal tras los avisos vecinales de tala, la respuesta de las autoridades era irregular porque unas veces acudían, otras no, y en múltiples ocasiones se equivocaban de lugar o minimizaban la tala.

Esta inoperancia, aseguró, le causaba intenso estrés y tristeza que derivó en fibromialgia, un trastorno caracterizado por dolor musculoesquelético generalizado acompañado de fatiga, problemas de sueño, memoria y estado de ánimo.

Oyameles: los guardianes del bosque

Con la voz entrecortada, Filiberta recordó uno de los episodios más dolorosos de su lucha: la tala de los oyamel gigantes en 2021, un árbol majestuoso de entre 70 y 90 centímetros de diámetro y 20 a 30 metros de altura. Esta especie, considerada en peligro de extinción por la NOM-059-SEMARNAT, suele ser explotada como combustible, leña y madera.

Su derribo no solo representa la pérdida de un árbol, sino también un riesgo para la biodiversidad. De acuerdo con la Universidad Nacional Autónoma de México, el oyamel es el tercer recurso maderable más importante del país y constituye refugio de numerosas especies, entre ellas la mariposa Monarca.

“Me acuerdo especialmente cuando tiraron los oyameles”. A pesar de sus esfuerzos por alertar a las autoridades y movilizar apoyo, nadie acudió a tiempo, y el árbol fue derribado, dejando una profunda sensación de impotencia.

“No podía hacer nada. Ni siquiera ir, porque no podía ir sola. En ese momento hubiera querido ir, aunque sea abrazar lo que quedaba. No podía”.

Defensoras reconocen el trabajo de Filiberta

Una de las testigas de este momento álgido fue Berenice Santos Neri, joven de tan solo 20 años de la comunidad de Zacacuautla, quien ha sido aprendiz de los saberes de Filiberta. 

Al recordar la tala de los oyameles, la tristeza se hace presente. “Cuando tiraron estos oyameles, yo no sabía, nadie me dijo, pero pues vine aquí con Fili  a su casa y me contó. Y sentí cómo algo se rompió dentro de mí.Fue tan doloroso el saber que ya no estaban”.

Berenice, junto con Filiberta y otras niñas y niños del pueblo, compartieron momentos especiales con los oyameles. Rememoró que durante un recorrido por el monte, niñas y niños se entrelazaron de las manos alrededor del árbol como una manera de protegerlo: “Yo abracé esos oyameles, los vi crecer conmigo. Guardan muchos secretos, yo les llamaría magia porque son majestuosos. Me pone muy sensible recordar que todo eso ya no existe, que en un momento lo que costó tanto tiempo se desvaneciera”.

Es necesario precisar que entre las especies forestales de mayor tráfico son el ciriote, chicozapote, caoba, Cedro rojo, Katalox, Machiche, Huanacaxtle, Granadillo (tampiciran o cocobolo) y precisamente lo que abunda en la comunidad de Filiberta: el Pino y oyamel.

Ante esta situación, Berenice reconoció el trabajo vital de Filiberta, pues aseguró que sin sus esfuerzos, el monte ya se hubiera acabado totalmente desde hace mucho tiempo.

“Esto se hubiera agravado más. Ella fue esencial para que las personas se organizaran, para que todos vieran que estaba ocurriendo algo que nos iba a perjudicar a todos”.

A lo largo de los años y de los saberes compartidos de Filiberta, Berenice aprendió a ser valiente, a tener conciencia, a cuidar y proteger a la madre tierra, pese a las adversidades y riesgos que involucra la causa.

Ese mismo año, tras recibir amenazas de muerte, Filinerta interpuso una demanda contra uno de sus agresores, por lo que recibió protección oficial del Mecanismo de Protección para personas defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, quien le colocó un cerco verde alrededor de su hogar y le brindaron un botón en caso de emergencia.

Para  2022, cesaron los riesgos y amenazas contra Filiberta quien consideró que las herramientas que le brindó el Mecanismo de Protección resultaron bastas, pero para otras defensoras estas medidas son insuficientes.  “Yo creo que para mí fueron las correctas. Creo que en otros casos que conozco no son las adecuadas, que es muy poco el apoyo, pero en mi caso creo que estuvo correcto”.

También recibió propuestas de protección internacional para mudarse al extranjero, sin embargo decidió no abandonar Acaxochitlán. 

“Sí sentía que me debía cuidar y ser responsable, sobre todo con toda la gente que estaba a mi alrededor. Pero no tenía miedo de irme, ni siquiera fui a la Ciudad de México; me quedé aquí todo el tiempo”.

La necesidad de Filiberta de no huir y mantenerse dentro de su territorio se derivó de la urgencia de evitar que la tala persistiera pues las consecuencias de ésta ya empezaban a afectar a la comunidad: sequías donde se cosechó la mitad de lo que se genera normalmente y la falta de lluvia que ocasionó escasez de agua dentro del manantial.

Construyendo alianzas

Actualmente, uno de los principales propósitos de Filiberta es la Casita de Cultura Ramuda, cuyo nombre en otomí significa “la semilla”. En este espacio, junto con más compañeras y compañeros de la comunidad, imparte talleres gratuitos a niñas y niños con el objetivo de que retomen el respeto y el amor por la naturaleza.

“A nosotros, los que trabajamos en la Casita de Cultura, nos ha sorprendido ver que los niños de cinco a doce años ya tienen otra conciencia. Son los más interesados y nos ha resultado muy fácil guiarlos por este camino, porque ellos ya lo tienen bastante claro: su futuro depende del cuidado de la naturaleza”, relató Filiberta.

Un eslabón esencial para el funcionamiento de este proyecto ha sido IIliria Gómez Martín, quien ha caminado al lado de Filiberta durante más de 15 años en la defensa del territorio. En ese andar, ha sido testigo tanto de los riesgos como de los frutos que deja la protección de la tierra.

Para IIliria, una de las formas más claras en que la comunidad reconoce la lucha de Filiberta es llevando a sus hijos a la Casita de Cultura, donde se siembran en ellos creatividad, conciencia y saberes ligados a la tierra.

Por ello, Filiberta sigue empeñada en tejer comunidad, en reconstruir los lazos que el miedo intentó romper y en recordarle a su gente que aún es posible reconocerse en el nuevo paisaje que habitan.

No obstante, Gómez Martínez también enfatiza que el cuidado de la naturaleza no debe recaer únicamente en las defensoras. Aunque muchas veces no lo demuestren, ellas también sienten cansancio. “El agotamiento existe, y precisamente por eso la sociedad debe arroparlas, acompañarlas y reconocer la magnitud de su esfuerzo”.

Para Filiberta, el haber construido y fortalecido redes de apoyo, como las que mantiene con Berenice e Iliria, ha sido uno de los aprendizajes vitales de sus 18 años de defensa del territorio. 

“Todo se vuelve más fácil cuando sabes que no estás sola, que alrededor hay una red que sostiene. Con una red de apoyo, todo es más sencillo y más ligero, sin tanta angustia”, afirmó con convicción.

La guardiana del bosque de la niebla mira hacia el futuro con el deseo de ver a su comunidad unida, defendiendo lo que aún queda, preservando la cultura y las tradiciones, y trabajando en conjunto. 

“Somos un pueblo de gente valiente y decidida”, concluyó.

LGL/25

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La producción de Aliadas, historias de vida de periodistas y defensoras se logró con el apoyo de Brot für die Welt

Diseño web: anamon.studio

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