Graciela Zamudio Campos:

La abogada que convirtió la frontera en un hogar 

Por Adriana Santos Pérez

Con una extensión de alrededor de 3 mil 169 kilómetros desde Baja California hasta Tamaulipas, ubicados al norte de la República Mexicana, en la que se observan desiertos y zonas montañosas, la frontera entre México y Estados Unidos, ha sido por años, el paisaje obligado para quienes se atreven a cruzarla en búsqueda de un futuro mejor, también llamado “sueño americano”.

Con una extensión de alrededor de 3 mil 169 kilómetros desde Baja California hasta Tamaulipas, ubicados al norte de la República Mexicana, en la que se observan desiertos y zonas montañosas, la frontera entre México y Estados Unidos, ha sido por años, el paisaje obligado para quienes se atreven a cruzarla en búsqueda de un futuro mejor, también llamado “sueño americano”.

De acuerdo con datos de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos, hasta marzo de 2025 se registraron aproximadamente 7 mil 180 cruces de personas provenientes de Guatemala, Honduras, El Salvador y México. Aunque la cifra disminuyó considerablemente en comparación con el mismo periodo del año pasado donde se contabilizaron 13 mil 480 cruces, ello no se debe a la falta de personas en situación de movilidad, sino por el recrudecimiento de las políticas migratorias que mantiene Estados Unidos, que criminalizan a quienes se ven obligadas a migrar.

En este contexto, la presencia de organizaciones de apoyo, defensa y asistencia a personas migrantes juega un papel importante, y eso lo sabe muy bien Graciela Zamudio Campos, defensora de Derechos Humanos, cuya organización cuenta con 7 años de trabajo en defensa de personas migrantes.

En entrevista con Cimacnoticias, la defensora habla con una serenidad que contrasta con lo vertiginoso de su vida. Con la mirada y voz firme y un gesto cálido, Graciela recordó cómo fundó la organización Alma Migrante A.C. en el año 2018, en una de las fronteras más difíciles de México.

Aliadas- Cimacnoticias

Raíces y vocación.

Graciela Zamudio Campos es originaria de la Ciudad de México. Es maestra y abogada por la Escuela Libre de Derecho. Nació en el seno de una familia en la que los conceptos de justicia y servicio a los demás no eran abstractos, sino una práctica cotidiana.

Graciela Zamudio Campos es originaria de la Ciudad de México. Es maestra y abogada por la Escuela Libre de Derecho. Nació en el seno de una familia en la que los conceptos de justicia y servicio a los demás no eran abstractos, sino una práctica cotidiana.

Su padre fue juez y magistrado, un hombre de firmes convicciones que le transmitió la pasión por la objetividad, el respeto por la ley, y la honorabilidad en el ejercicio del derecho. De él heredó la certeza de que la justicia debía sostenerse en principios inquebrantables, y que su aplicación debía siempre estar guiada por la ética.

Su madre fue una figura profundamente inspiradora: médica, abogada y académica, con cuatro maestrías y un doctorado. De ella aprendió a no darse por vencida y no aceptar como respuesta “no puedo”.

 “Cada vez que pienso que no puedo, recuerdo a mi mamá y sé que sí puedo”, enfatizó Graciela, quien agregó que también aprendió de su madre, la compasión y el amor como motores de vida, virtudes que luego impregnaría en su trabajo con comunidades migrantes.

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Graciela es la mayor de tres hermanos. Desde ese lugar asumió una doble responsabilidad: ser guía, compañera, y, en muchos momentos, sostén. Sus hermanos se han convertido en sus cómplices y aliados. 

Óscar, el menor, es abogado litigante. Con el tiempo se convirtió en mucho más que un socio fundador de la organización Alma Migrante. Imparte talleres, litiga casos pro bono y se especializó en la defensa de mujeres. 

Edgardo, el hermano de en medio, es médico, y en cada visita a Tijuana atiende a las personas migrantes que se encuentran en los albergues. 

Para Graciela, esa entrega refleja la esencia de su familia: servir a los demás desde el lugar en el que cada quien puede hacerlo.

Durante los años más difíciles, cuando Alma Migrante apenas nacía y no había recursos suficientes ni para pagar la renta donde se ubica la organización, fueron sus padres y hermanos quienes la sostuvieron, no solo económicamente, sino con respaldo moral y ético. 

“Alma Migrante no existiría sin mi familia. Estoy segura de que sin ellos el proyecto se habría acabado en sus inicios”, reconoció la defensora.

Alma Migrante

Desde la niñez, Graciela soñaba con ser esa persona a la que los demás pudieran acudir cuando todo parecía perdido. “Yo quería ser esa persona valiente que dijera la verdad”. Esa aspiración infantil se convirtió en brújula profesional y personal, consolidada cuando decidió estudiar en la Escuela Libre de Derecho. 

Por eso también decidió fundar una organización que estuviera centrada en las personas defensoras de derechos humanos de migrantes y de personas migrantes. 

«Es un modelo de atención que puede ser replicado para defender a cualquier grupo de población, lo importante es poder brindar las herramientas jurídicas. Alma Migrante nació en Tijuana. Uno de los temas principales de la frontera norte es la migración, entonces por esa razón este modelo surgió enfocado en las personas migrantes».

Fue en el año 2015 cuando la defensora llegó a Tijuana para ocupar el cargo en la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Ahí aprendió del tema migratorio y decidió continuar especializándose y quedarse después de concluir su encargo, para iniciar el camino de defensa a personas en contexto de movilidad.

Viajó para conocer otros albergues y en uno de esos viajes conoció a la directora de Latinan en San Francisco, Claudia Abasto Revilla, quien la impulsó a crear su propia organización; y con otras defensoras como María Señor, encontró la guía para abrirse camino en la defensa de derechos humanos.

En sus primeros dos años, Alma Migrante impartió más de una decena de talleres dirigidos a personas defensoras de derechos humanos en movilidad ubicadas en Baja California, con el objetivo de fortalecer su formación y capacidad de defensa.

La organización impulsa estrategias como la defensa comunitaria y el litigio estratégico, diseñadas para contrarrestar abusos de poder desde instancias municipales y facilitar el acceso efectivo a la justicia.

En diciembre de 2018, durante el paso de la Caravana migrante por Tijuana, el Alcalde de la entidad ordenó detener a las personas que participaban de ella y entregarlos a migración para deportarlos a sus lugares de origen, una práctica recurrente entre la Policía Municipal y migración que se hacía pasar por legal ante la ciudadanía, pero que estaba fuera de la ley y violentaba sus derechos humanos.

Derivado de esta situación, Alma Migrante promovió una demanda ante el Poder Judicial de la Federación, y el Juez Primero de Distrito Alexis Manríquez Castro, determinó que el gobierno había violado el derecho a la información de la población y emitió la suspensión 1597/2018 que ordena a las autoridades municipales bien informar a las personas en Tijuana sobre las prácticas descritas que son ilegales y no realizarlas.

«Antes de esta sentencia (emitida en septiembre de 2021) las autoridades migratorias le decían a las y los defensores que eso estaba bien y que la ley lo permitía pero después ya nadie cree que está bien, todo mundo sabe que está mal», agregó Graciela Zamudio.

La sentencia y la suspensión dictadas en el amparo 1597/2018, conocido como “El Amparo de Tijuana” ganó el Premio a la mejor sentencia 2020, en su Quinta Edición denominada: Sentencias Acceso a la Justicia de Personas Migrantes o Sujetas de Protección Internacional, de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Esta distinción posicionó a la defensora y a su organización como un referente en la defensa de derechos humanos de personas migrantes en Tijuana. 

Para Graciela Zamudio ahí se refleja la importancia de lo que hace, dotar a la ciudadanía de información y herramientas para proteger y defender sus derechos.

Aunque Graciela Zamudio desconoce el número exacto de personas a las que ha acompañado la organización desde su creación, en 2018, sí sabe el impacto que ha tenido en la vida de las personas y también de otras y otros defensores, y en la comunidad.

Ahora cuenta con una red de organizaciones a las que son canalizadas las personas migrantes, de acuerdo con sus necesidades de atención y sobre todo hay mayor conciencia sobre el significado de la migración, principalmente por las condiciones que enfrentan las personas que se encuentran en esta situación. 

En playas de Tijuana por ejemplo, organizaciones religiosas realizan ceremonias a favor de las y los migrantes, además de utilizar el arte como una herramienta de expresión para alzar la voz por quienes lo necesitan.

Nancy: volver a nacer en la frontera

Un ejemplo del impacto de la labor que realiza la defensora en las personas migrantes es el caso de Nancy, originaria de El Salvador. Ella había sido maestra de educación especial y defensora de personas en situación de vulnerabilidad hasta que la violencia la obligó a huir de su país en 2016. Llegó a México con visa, pasó por la capital y terminó en Tijuana, donde vivió escondida, deprimida y con miedo a ser deportada.

Un día escuchó hablar de un comité de ayuda humanitaria y a través de redes sociales encontró un nombre: Graciela Zamudio. Le escribió un correo y la respuesta fue inmediata. Lo que comenzó como un trámite se convirtió en refugio humano. Durante dos años, Graciela la acompañó sin cobrar un peso. La defendió ante funcionarios, la asistió para realizar sus trámites, la canalizó con médicos y psicólogos cuando la tristeza la rebasaba. 

“Ella me defendió cuando nadie más lo hizo. Me sostuvo en mis momentos de mayor fragilidad. Me mostró que tenía derechos cuando yo creía que no tenía ninguno. Graciela es empática, solidaria y amorosa, reconoció Nancy.

Gracias a ese acompañamiento, Nancy pudo estabilizar su situación migratoria, encontrar trabajo en una organización dedicada a la defensa de la niñez, y reconstruir su vida en Tijuana. Formó familia, adoptó hijos y mascotas. Hoy habla de la ciudad como de una patria adoptiva, y cuando escucha a alguien hablar de Graciela, con respeto, sonríe: “Ella es mi abogada, ella es mi amiga.”

Para Nancy, hablar de Graciela es muy especial pues ha vivido en carne propia la sensación de sentirse vulnerable ante el desconocimiento de los procesos institucionales, y la falta de empatía de parte de las autoridades para poder llevar de manera eficiente los procesos a los que deben de enfrentarse.

“Yo creo que Graciela no magnifica lo que impacta” destacó Nancy, y narró como gracias a su ayuda, guía y acompañamiento, logró tener una estancia legal en Tijuana y un trabajo estable que le permite tener seguridad económica. 

Respaldada y protegida por Graciela y su organización Alma Migrante, Nancy también ha formado su hogar en esta frontera, y también aporta sus conocimientos y apoyo a las personas que lo necesiten. 

Paola y Graciela: amor en resistencia y comunidad en la frontera

Cuando Paola Morales dice su nombre completo, lo hace con firmeza y con orgullo. “Soy Paola Morales, fundadora de la Asociación de Colombianos en Baja California”. Desde hace nueve años vive en Tijuana, ciudad que no sólo se convirtió en su hogar, sino en donde defiende derechos humanos de personas migrantes.

Su llegada a México no estuvo marcada por la comodidad ni por la certeza de un futuro claro. Paola es enfermera de profesión y en Colombia llevaba una vida distinta, centrada en el trabajo hospitalario, pero la violencia vicaria la obligó a salir de su país, y buscar refugio en Tijuana, donde ya vivían su hermana mayor y su hijo. 

En 2015 intentó establecerse, pero debió regresar a Colombia por la custodia de su pequeña hija. Dos años después, en 2017, logró romper ese ciclo de violencia y llegó definitivamente a la frontera.

El inicio no fue sencillo. A poco de llegar, sufrió uno de los golpes más duros de su vida: la abuela paterna de su hija, en un acto de aparente confianza, se la llevó de Tijuana a Bogotá. Paola libró entonces una batalla legal de nueve meses para recuperarla y volver con ella a México. 

“No quiero que nadie pase por lo que yo pasé, no quiero que nadie se sienta tan pequeño, tan impotente, tan solo”, recuerda. De esa herida nació su convicción de hacer de su experiencia un puente para que otras y otros migrantes no se enfrentaran a la desinformación a la hora de realizar sus trámites migratorios.

Así, en 2018, surgió la Asociación Colombiana en Baja California, un espacio sin recursos propios ni albergue, pero con una red cada vez más fuerte y solidaria. Paola siempre ha insistido en que no se trata de competir entre organizaciones, sino de tejer una red de dones: albergues que acogen familias, refugios para mujeres solas, espacios para la comunidad LGBTTTIQ+, grupos de psicólogas, psicólogos y personas defensoras. 

“Cuando unimos esos talentos, hacemos magia”, enfatizó. Y esa magia se ha traducido en respuestas rápidas y efectivas para cientos de migrantes en tránsito.

En ese camino, un nombre aparece siempre con fuerza: Graciela Zamudio. Paola y Graciela se conocieron en un velatón en la Garita del Chaparral, en el año 2018, realizado para las y los migrantes que han perdido la vida al intentar realizar el cruce de la frontera.

Juntas enfrentaron algunos de los casos más duros. Paola recuerda la tragedia en Mexicali, donde dos migrantes —un colombiano y una ecuatoriana— murieron bajo custodia del Instituto Nacional de Migración, y más de diez personas resultaron heridas en el 2023. 

Fue Alma Migrante, encabezada por Graciela, quien les dio respaldo legal y estructura en medio del caos. También acompañó el caso personal de Paola, cuando ella misma fue detenida y discriminada la madrugada del 2 de octubre de 2024 por autoridades migratorias en Tijuana.

 “Me discriminaron, rompieron mis cosas, me amenazaron… y otra vez ahí estuvo Graciela, llevándome de la mano, con claridad y con amor”, y recordó que gracias a ella su situación se hizo pública y así obligar a las autoridades a reconocer su estancia legal y la de su familia, así como su derecho a transitar libremente.

Paola define a Graciela como la “máster” de Baja California, la defensora de los defensores. “Si algo nos pasa, si un caso nos rebasa, si no sabemos por dónde empezar, lo primero que decimos es: llámale a Graciela. Y aunque no pueda atenderlo directamente, siempre canaliza con cariño, con responsabilidad. Siempre está”.

Ese vínculo, más que profesional, es humano. “Graciela es puro amor. Trabaja incansablemente, siempre está disponible, sin buscar riquezas ni reconocimientos. Es una defensora de defensores. Nos cuida el corazón a quienes cuidamos a las y los demás”.

Graciela se ha convertido en el pilar de una red de apoyo entre defensoras y defensores que trabajan 24/7 atendiendo diversos casos de migrantes. 

La historia de Paola es la de una mujer que supo transformar su experiencia en servicio, y que encontró en otra defensora, Graciela, el respaldo y motivación para no desistir en esta lucha. Y en honor a ese proceso personal, Paola sueña con un proyecto íntimo que ha nombrado Remendando Corazón, inspirado en su propia travesía para sanar las heridas junto a su hija. “Yo vine a Tijuana a remendar mi corazón y el de mi hija”.

Hoy, Paola Morales es más que la presidenta de una asociación. Es la voz de una comunidad de más de 4,000 colombianas y colombianos en Baja California, que han migrado en diferentes años en busca empleo, educación y de un lugar seguro para vivir.  

Se ha convertido en el abrazo para sus paisanas y paisanos en tránsito que se enfrentan a la discriminación por los estereotipos que existen sobre su nacionalidad como lo es asociarles a grupos criminales y actividades ilícitas. Paola es la defensora que se convirtió en fuerza para quienes sienten que el camino se acaba, sobre todo en un entorno en el que las mujeres son más vulnerables cuando migran.

Las mujeres migrantes en Tijuana se enfrentan a violencia extrema, abusos sexuales y físicos, trata de personas y explotación. Muchas de ellas son revictimizadas al intentar denunciar estos abusos, ya que las autoridades locales a menudo rechazan sus denuncias.

Además, enfrentan desafíos significativos como la falta de acceso a servicios básicos de salud y necesidades básicas de higiene, lo que se agrava por su situación migratoria irregular. 

Ante este panorama, Paola defiende a los suyos y lo hace con la certeza de no saberse sola: junto a ella camina Graciela Zamudio, la red de organizaciones, y un movimiento que, desde Tijuana, demuestra que la solidaridad puede derribar muros.

“Dar amor para recibir amor. Eso es lo que somos: amor en resistencia. Graciela Zamudio es amor”, sostiene Paola.

Defender en cualquier contexto

Para Graciela Zamudio, impartir justicia es “el servicio más delicado que se puede ofrecer a la sociedad”, ya que ha denunciado hostigamientos y riesgos constantes, en un contexto donde las personas defensoras de migrantes son frecuentemente intimidadas por ejercer esa labor.

Cuestionada sobre cuál sería su legado, la defensora respondió: el legado de Graciela o de Alma Migrante es un legado para la propia comunidad de defensoras y defensores de derechos humanos» porque sabe que si mañana ella ya no está, será la misma comunidad la que continuará con esta labor.

Graciela Zamudio Campos no solo fundó una organización clave en la frontera, sino que convirtió a Alma Migrante en un referente de justicia comunitaria, formación de red de defensoras y defensores y litigio estratégico, con éxito probado en casos emblemáticos que han hecho avanzar los derechos de personas migrantes en Tijuana.

Ahora le espera una nueva encomienda. A partir de este 1 de septiembre, seguirá defendiendo los derechos humanos y buscando justicia desde otro lugar. Será magistrada gracias a la decisión de las personas que, por su trayectoria, le han dado la confianza de velar por quienes necesitan una mano amiga ante las injusticias.

Graciela busca dejar un precedente de que sí puede haber justicia desde las instituciones del Estado para todas las personas, incluyendo a quienes se encuentran en situación de migración.
 
Durante todos estos años el frente de Alma migrante la defensora conoció y vivió en carne propia la falta de protocolos, de información y de empatía por parte de quienes imparten justicia para atender el tema migratorio. Y aunque no buscaba ser jueza, las personas que la conocen depositaron su confianza en ella para representarles en un cargo público.

Ella confía en que una transformación sí es posible, sobre todo cuando se trabaja para hacer conciencia en la población respecto a que todas las personas tienen derecho a migrar y a no ser juzgadas o criminalizadas por hacerlo.

2025/LGL

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La producción de Aliadas, historias de vida de periodistas y defensoras se logró con el apoyo de Brot für die Welt

Diseño web: anamon.studio

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