Graciela Zamudio Campos:
La abogada que convirtió la frontera en un hogar
Por Adriana Santos Pérez
Graciela Zamudio Campos es originaria de la Ciudad de México. Es maestra y abogada por la Escuela Libre de Derecho. Nació en el seno de una familia en la que los conceptos de justicia y servicio a los demás no eran abstractos, sino una práctica cotidiana.
Su padre fue juez y magistrado, un hombre de firmes convicciones que le transmitió la pasión por la objetividad, el respeto por la ley, y la honorabilidad en el ejercicio del derecho. De él heredó la certeza de que la justicia debía sostenerse en principios inquebrantables, y que su aplicación debía siempre estar guiada por la ética.
Su madre fue una figura profundamente inspiradora: médica, abogada y académica, con cuatro maestrías y un doctorado. De ella aprendió a no darse por vencida y no aceptar como respuesta “no puedo”.
“Cada vez que pienso que no puedo, recuerdo a mi mamá y sé que sí puedo”, enfatizó Graciela, quien agregó que también aprendió de su madre, la compasión y el amor como motores de vida, virtudes que luego impregnaría en su trabajo con comunidades migrantes.
Graciela es la mayor de tres hermanos. Desde ese lugar asumió una doble responsabilidad: ser guía, compañera, y, en muchos momentos, sostén. Sus hermanos se han convertido en sus cómplices y aliados.
Óscar, el menor, es abogado litigante. Con el tiempo se convirtió en mucho más que un socio fundador de la organización Alma Migrante. Imparte talleres, litiga casos pro bono y se especializó en la defensa de mujeres.
Edgardo, el hermano de en medio, es médico, y en cada visita a Tijuana atiende a las personas migrantes que se encuentran en los albergues.
Para Graciela, esa entrega refleja la esencia de su familia: servir a los demás desde el lugar en el que cada quien puede hacerlo.
Durante los años más difíciles, cuando Alma Migrante apenas nacía y no había recursos suficientes ni para pagar la renta donde se ubica la organización, fueron sus padres y hermanos quienes la sostuvieron, no solo económicamente, sino con respaldo moral y ético.
“Alma Migrante no existiría sin mi familia. Estoy segura de que sin ellos el proyecto se habría acabado en sus inicios”, reconoció la defensora.
Desde la niñez, Graciela soñaba con ser esa persona a la que los demás pudieran acudir cuando todo parecía perdido. “Yo quería ser esa persona valiente que dijera la verdad”. Esa aspiración infantil se convirtió en brújula profesional y personal, consolidada cuando decidió estudiar en la Escuela Libre de Derecho.
Por eso también decidió fundar una organización que estuviera centrada en las personas defensoras de derechos humanos de migrantes y de personas migrantes.
«Es un modelo de atención que puede ser replicado para defender a cualquier grupo de población, lo importante es poder brindar las herramientas jurídicas. Alma Migrante nació en Tijuana. Uno de los temas principales de la frontera norte es la migración, entonces por esa razón este modelo surgió enfocado en las personas migrantes».
Fue en el año 2015 cuando la defensora llegó a Tijuana para ocupar el cargo en la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Ahí aprendió del tema migratorio y decidió continuar especializándose y quedarse después de concluir su encargo, para iniciar el camino de defensa a personas en contexto de movilidad.
Viajó para conocer otros albergues y en uno de esos viajes conoció a la directora de Latinan en San Francisco, Claudia Abasto Revilla, quien la impulsó a crear su propia organización; y con otras defensoras como María Señor, encontró la guía para abrirse camino en la defensa de derechos humanos.
AVISO A MEDIOS: Es posible retomar la información siempre que se respeten los créditos de las autoras. Favor de contactar a [email protected]
La producción de Aliadas, historias de vida de periodistas y defensoras se logró con el apoyo de Brot für die Welt

Diseño web: anamon.studio