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Acabar con la Simulación: Un reto

Por Sara Lovera

En estos días se han multiplicado las reuniones de análisis y balance de los compromisos gubernamentales, nacionales e internacionales que a lo largo de tres décadas se han discutido a través de las Naciones Unidas. Ahora, en unos días en Nueva York, se discutirá también el avance de las Metas del Milenio. Y sin embargo, nada parece cambiar.

En 1975 los gobiernos y la ONU reaccionaron a un movimiento internacional de mujeres pujante y atrevido. Un movimiento que hizo visible los límites del sufragismo. No era suficiente con haber obtenido la ciudadanía formalmente. Las mujeres en el mundo carecíamos de lo más elemental: dignidad y autonomía.

Una puede recordar las grandes movilizaciones en Europa y los Estados Unidos al final de la década de los años 60 del siglo XX. Los ejes del movimiento eran: autonomía del cuerpo, por tanto aborto libre y gratuito; respeto a la libre opción sexual, por lo tanto, defensa de los derechos de homosexuales y lesbianas.

Y no a la violencia contra las mujeres, por tanto medidas jurídicas, sociales y educativas para erradicar el maltrato, la disminución y desvalorización de las mujeres, que ahora sabemos incluye el homicidio. Hoy sería la erradicación del feminicidio. Tres ejes básicos para obtener ciudadanía plena y fin a la discriminación por el único hecho de ser mujeres.

Se antojaba una lucha milenaria, de largo alcance. En l975 se inició un proceso de institucionalización del feminismo. Había que atajar la demanda. En ese año las mujeres ya estábamos movilizadas, había en Italia una gran efervescencia que llevó a autorizar la interrupción del embarazo en 1977, ahí, a un lado de El Vaticano. La revuelta era un hecho. Los gobiernos tenían que dar algunas respuestas.

Se inició la cuenta regresiva y nacieron los estudios sobre la condición de las mujeres; el Movimiento de Liberación se multiplicó por todo el globo terráqueo. Las denuncias de la violencia contra las mujeres, crecieron. En esos años se publicó el célebre libro titulado «Contra Nuestra Voluntad». Entonces supimos cómo el problema era el de la opresión de las mujeres y la lucha por el poder.

Apareció también «El Martillo de las Brujas» y en todo el mundo el pequeño grupo y las demandas –que ahora llamamos agendas- surgieron en todas partes.

Treinta y cinco años después los resultados, al menos en México, son deplorables. Se ampliaron algunas causas para permitir el aborto; apareció la cuota de participación política; algunos programas y medidas para prevenir y sancionar la violencia contra las mujeres. La Convención contra todas las Formas de Discriminación contra las Mujeres, se firmó en México en 1981, 24 años después se hizo la reforma Constitucional.

Y, así, podríamos medir por décadas. Fue hasta 1995, 20 años después, que se creó una Comisión Nacional de la Mujer, que dio lugar al Instituto Nacional de las Mujeres, tras una movilización extraordinaria, al menos del movimiento feminista sobreviviente a los gobiernos sexenales.

Pero ¿cuánto avanzamos realmente? El informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo es elocuente. Las cifras de muerte materna ligadas al aborto son estremecedoras; la pobreza, la doble jornada, la falta de empleo para las mujeres, la violencia feminicida que nos aturde por inaceptable; los abusos laborales de miles y miles de mujeres en las plantas maquiladoras de exportación y en las zonas fabriles regulares; las dificultades para hacer efectivas las leyes, decretos, convenciones y la Constitución, nos hacen pensar.

Ganamos, eso sí. Hoy, puede asegurarse que existe una cultura feminista. Están llenos los estantes de nuestras bibliotecas personales de estudios, diagnósticos y teoría feministas.

Miles de mujeres han logrado para sí mismas mayores libertades y en algunos casos mejoras en su vida. Menudean los programas, las organizaciones no gubernamentales, los espacios de difusión de la cultura y la información feminista, existen algunas pequeñas reformas, algunos programas gubernamentales interesantes.

No puede negarse, pero la gran, la inmensa mayoría de las mujeres en nuestro país, viven como antes, piensan como antes, sufren como antes. Están ancladas en el amor enajenante y con frecuencia eso las hace vivir una doble explotación, marginación y exclusión. Están oprimidas.

Habría que pensar en todo esto antes de abonar a la simulación, al uso y abuso de las mujeres, botín de las campañas políticas, botín de los partidos, de las organizaciones internacionales, de las agencias de Naciones Unidas, botín de los presupuestos y de los discursos vacíos de contenido y compromiso.

* Periodista mexicana, nominada al Premio Nobel de la Paz

2005/SL/SJ

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