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Alejandra Pizarnik, a 30 años de su muerte

Por la Redacción

Treinta años después de la muerte de Alejandra Pizarnik (1936-1972) vuelvo a preguntarme, como lectora y como poeta, qué herencia me dejó esta mujer escritora. Podría remontarme a 1985, a mi primera lectura, a los subrayados de aquella primera pasión; o podría trazar un mapa del deseo o del infierno. Pero no.

Prefiero dejar que su voz vibre en un pensamiento más cercano al activismo. Más cercano a los debates en que actualmente me debato: las mujeres y nuestras circunstancias. La creación y sus relieves, sus paisajes y sus bajos fondos.

Su escritura y su pensamiento me desata, me lanza hacia un futuro de treinta años. Cuando ella ya no está, cuando las realidades y las necesidades de las mujeres parecen no haber cambiado tanto, cuando la poesía escrita por mujeres aparece más como un tema de tesis que como un lugar de resistencia y de creación de nuevas lenguas.

Las formas de un decir que cruce las fronteras de lo (auto)biográfico y se instale en medio del cuerpo regulado, en el centro de las moralinas, en las luchas por dar.

El 7 de diciembre de 1952 la poeta escribió en su diario personal: «Algún día encontrarás este diario y será antiguo, algún día verán mis fotos y se reirán de la moda actual. El vanguardismo será clasicismo y otros jóvenes rebeldes se reirán de él. Pero, ¿es posible soportar esto? Quiero morir. Tengo miedo de entrar en el pasado. Pienso en alguna mujer de mi edad de hace un siglo. ¿Qué hacía cuando estaba angustiada? ¿Qué?» (Correspondencia Pizarnik, Seix Barral, 1998, p. 49)

¿Qué hacía una muchacha de 16 años cuando ocurrió la batalla de Caseros y se derrocó a Rosas? ¿Qué hacía una muchacha en 1852 mientras Juana Manso, ya de 40 y pico de años, fundaba en Brasil un diario para mujeres? O bien nos puede servir de ejemplo la primera mujer que fue condenada a muerte y ejecutada el 18 de agosto pero de 1848: Camila O’Gorman, de 20 años. (Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas, Plus Ultra).

Si sigo con esa fecha del diario como eje, pero con fechas más cercanas, podemos pensar en que apenas 10 años antes, es decir en 1942, su amiga Olga Orozco publicó su primer libro de poemas, Desde lejos, y diez años más tarde la misma Pizarnik publicaría esa colección de poemas que es una especie de cofre con joyas y que todas y todos conocemos como Árbol de Diana.

El tiempo traza espirales vertiginosas. Da nuevos aires a las lecturas y sus posibles combinaciones. Crea calendarios malabares. Y me arrastra hasta 1970, cuando a Victoria Ocampo se le ocurrió hacer para su revista Sur la serie Ocho preguntas a escritoras, actrices, mujeres de ciencia, de las artes, del trabajo social y del periodismo, dirigidas a interrogar a algunas hacedoras de cultura sobre la realidad de las mujeres (Sur números 326-328).

Una de esas escritoras es Pizarnik, y es como si estuviera respondiendo un cuestionario muy actual. En sus palabras podemos ir leyendo el otro lado de la poeta, que sin embargo aparece en su obra.

A la tercera pregunta, ¿Cree necesaria la educación sexual?, Pizarnik responde escuetamente: «Por cierto, puesto que lo sexual es arduo.» Palabras que se pueden relacionar con aquella cita de Kafka, que de tan recurrente en la poeta, ya aparece como apropiada, con diferentes variaciones: «¿Qué he hecho del don del sexo?»

La quinta pregunta tiene terrible vigencia, y sobre todo en nuestra ciudad: «¿Cree que las leyes que rigen el control de la natalidad y el aborto deben estar en manos de la iglesia y de los hombres que gobiernan, o bien en las de las mujeres que, a pesar de ser las protagonistas del problema, no han tenido voz ni voto en algo que les concierne vitalmente?»

La respuesta de la poeta es contundente: «Esta pregunta hace referencia a un estado de cosas absurdo. Cada uno es dueño de su propio cuerpo, cada uno lo controla como quiere y como puede. Es el demonio de las bajas prohibiciones quien, amparándose en mentiras [supuestamente] morales, ha puesto en manos gubernamentales o eclesiásticas las leyes que rigen el aborto.»

«Esas leyes son inmorales, dueñas de una crueldad inaudita. Cabe agregar, a modo de ilustración, la sugerencia de Freud de que aquél que inventara el anticonceptivo perfecto o infalible sería tan importante para la humanidad como Jesucristo.»

La irreverencia de la respuesta de Alejandra me acerca más a esta lectura que hoy propongo. Lectura interesada en interrogar a la poeta desde un lado casi desconocido: «Por el hecho de ser mujer, ¿ha encontrado impedimentos en su carrera? ¿Ha tenido que luchar? ¿Contra qué y contra quién?»

A lo que Pizarnik responde: Aunque ser mujer no me impide escribir, creo que vale la pena partir de una lucidez exasperada. De este modo, afirmo que haber nacido mujer es una desgracia, como lo es ser judío, ser pobre, ser negro, ser homosexual, ser poeta, ser argentino… Claro es que lo importante es aquello que hacemos con nuestras desgracias.»

A través de su escritura, Pizarnik pudo hacerse cargo de varias de esas fatalidades mencionadas más arriba. Desde la lírica más trabajada hasta un humor corrosivo, pasando por la impiadosa práctica de registrarse día a día en sus diarios. Creo que cuando éstos se lleguen a dar a conocer, igual que cuando tengamos acceso al tomo de su prosa y a los ensayos ya editados en España, descubriremos a una poeta de la iracundia y de la irreverencia.

Una poeta que no dejó de construir y corregir su poesía de una manera implacable. Una escritora que intentó, incansablemente, trazar el mapa de una gramática propia, de una lengua que le fuera menos ajena.

La enumeración citada más arriba, enumeración dicha desde el privilegio de una hija de clase media inmigrante, puede resonarnos muy cercana. Resuena lo subordinado, lo aniquilado, lo que no se puede dejar de ser, lo condenado y lo de moda, su fatalidad mayor y la fatalidad de la extranjería.

La lucidez de la construcción de las respuestas para este cuestionario puede unirse también con la lucidez del texto La Sala de Psicopatología (Poesía Completa, Lumen, España, 1971): «pero le pasó [a Kafka] lo que a mí:/ se separó/ fue demasiado lejos en la soledad/ y supo, tuvo que saber/ que de allí no se vuelve// se alejó me alejé/ no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal)/ sino porque una es extranjera/ una es de otra parte,/ ellos se casan,/ procrean,/ veranean,/ tienen horarios,/ no se asustan por la tenebrosa/ ambigüedad del lenguaje/ (No es lo mismo decir Buenas noches que decir Buenas noches).

Quien pueda notar esa diferencia podrá adentrarse más profundamente en la obra de esta poeta que murió el 25 de septiembre de 1972.

Diana Bellessi, en su último libro Mate Cocido (septiembre 2002), en el poema Enero despliega su amor y contraría a la amada: «Dios mío, se abre,/ el instante consagra/ la rosa en el aire/ pequeña y perfecta/ Es boca entreabierta/ de un pálido ámbar/ de bella innombrable/ ¿Pulverizarse? No,/ tan sólo entregarse/ Volvernos la rosa.»

Ella, una de sus herederas, pudo darnos un ejemplo de nuevo diálogo posible entre lo escrito ahora y lo escrito hace 40 años, en Árbol de Diana. Nos convence de que hay otras miradas posibles, ya no presas en una alcantarilla.

Gabriela De Cicco (Rosario, Argentina, 1965) es poeta, periodista y activista por los derechos humanos de las mujeres, además de que es co-coordinadora de RIMA (Red Informativa de Mujeres de Argentina). Tiene cuatro libros de poemas publicados en su país y a quien esté interesado en obtener mayor información, puede visitar la página electrónica: www.geocities.com/gdecicco65 o escribir a su correo electrónico [email protected] Este texto apareció publicado en la contratapa del Rosario/12, suplemento local del diario Página/12 del martes 24 de septiembre de 2002.

       
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