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Amenaza olvido a viudas del carbón

Por Soledad Jarquín Edgar

El polvo del olvido intenta enterrar una tragedia que persiste en la vida de las mujeres de la zona carbonífera de Coahuila, tal y como lo hiciera la tierra con los 65 hombres de la mina ocho del ejido Pasta de Conchos, el 19 de febrero pasado.

Poco antes de que terminara febrero, de los más de 400 trabajadores de los medios que se dieron cita en la zona luego del accidente, no había nadie, de la noche a la mañana las cadenas de televisión y radio se habían ido tras conocer que los mineros estaban muertos.

A casi 100 días de la explosión en la mina de carbón, Claudia Escobar Pacheco, una de las viudas, dice que algunas familias se han ido y vienen sólo a los informes que la empresa (Industrial Minera México, subsidiaria del Grupo México) rinde cada mañana y cada noche, otras aquí seguimos por ratos, algunas viudas y familias no se han ido desde entonces.

«Queremos a nuestros muertos, que se haga justicia para nosotras y para los que trabajan en las minas que no haya tanta inseguridad, que haya mejor vida para ellos», dice esta viuda que no alcanza los 35 años de edad.

El reclamo de Claudia se queda cerca del altar donde ya no se prenden las veladoras, las flores de papel y de plástico han perdido color, en tanto el sol intenso, el viento, el polvo, la lluvia y una rabiosa granizada -del 19 de abril, justo después de la misa de aniversario- le han dado un aspecto viejo a la manta que, casi sobre el suelo, pide castigo para los culpables y en los pequeños trozos de tela rasgados se van desdibujando los nombres de sus mineros.

La tragedia de Pasta de Conchos que dejó 64 viudas, porque sólo uno de ellos era soltero, y 165 huérfanos, es una historia repetida en la zona. La primera que viene a sus memorias es Barroterán, le siguen otras como La Esperanza, Espuela, Cuatro y media, Morita, Mezquite y las que ocurren en los pocitos, que pasan casi inadvertidas. La cifra de muertos es diversa, pero se estima que suman más de 800 en poco más de tres décadas.

El trabajo en las minas, lo saben los carboneros y sus parejas, es un viaje de ida sin promesa de vuelta. A pesar de que esta actividad se realiza desde 1925 en la región, según datos obtenidos en la alcaldía, la inseguridad es una constante: «Esto no debió pasar, fue un descuido de quienes deben vigilar por la seguridad de los trabajadores… pero lo sabemos, venían a pasear y se regresaban», afirma el munícipe priísta Oscar Ríos Ramírez.

San Juan de Sabinas es uno de los seis municipios que conforman la zona carbonífera, su población es de 40 mil 138 habitantes (INEGI, 2000), el 60 por ciento de ellos vive en condiciones de pobreza -agrega la autoridad- quien asegura que la región «está en crisis».

Lamenta que el accidente haya detenido la operación de la carboeléctrica, que habría creado otros mil 400 empleos, operación que emprendería la misma empresa de Pasta de Conchos: Grupo México en este mayo.

La industria minera es un detonante de desarrollo que no florece en los hogares de sus trabajadores que semanalmente obtienen 700 pesos. En Pasta de Conchos, cuentan las viudas, sus esposos venían por el seguro social, aunque el sueldo registrado ante el IMSS era menor al que ganaban y se compensaba con los bonos de puntualidad y producción.

«Era de lo mejorcito», pero conocían bien la historia: «el trabajo aquí es peligroso por la falta de equipo, la concentración permanente de gas metano y la casi nula ventilación». Los mineros lo habían expresado en varias ocasiones a sus familias, entre ellos Fermín, Gil, Feliciano, Margarito, Reyes, Guillermo y Raúl.

La preocupación de los trabajadores no tuvo respuesta, «si decían algo, el ingeniero Maldonado, les contestaba que la puerta estaba muy ancha», recuerda con rabia Tomacita Martínez, una de las 64 viudas de Pasta de Conchos.

Hoy las viudas tienen una cuenta de banco por 750 mil pesos, es la ayuda humanitaria que les dio la empresa, pero no tienen los cuerpos de sus esposos que la tierra se tragó la madrugada del 19 de febrero. Cada semana reciben un sueldo triple, pero están conscientes que eso no será para siempre.

«Ningún dinero les garantiza el futuro a ellas ni a sus hijos», asegura José Tabares, hermano de uno de los mineros. Como tampoco habrá dinero que compense la vida de ninguna persona.

Son casi 100 días de espera que se vuelve desesperanza ante la lentitud de los trabajos de rescate, cada vez tienen menos ayuda los que se quedan a vigilar y el reclamo permanece: «queremos sus cuerpos para enterrarlos», dice con lágrimas en los ojos Juana Salazar Villalba, madre de Gilberto Ríos.

La lluvia amenaza la tarde después de una mañana de casi 40 grados centígrados que no mueven a quienes esperan una noticia, entre ellas la maestra Maribel Rico Montelongo, quien reprocha al presidente Vicente Fox el desinterés.

Nos sentimos desilusionadas, la máxima autoridad del país nunca nos prestó la ayuda que necesitamos en el momento para rescatar los cuerpos y aquí seguiremos esperando la respuesta a dos oficios que le mandamos, afirma la hermana de Gil, otro minero atrapado a 150 metros de profundidad y perdido en la oscuridad de una extensión de 2.5 kilómetros.

Bajo la mina de Pasta de Conchos están 65 cuerpos inertes, los trabajos de rescate no pasan del diagonal cinco por falta de la maquinaria y expertos.

Arriba, a la luz del sol hay desesperanza entre las mujeres, no sólo porque no tienen los cuerpos de sus muertos, sino también por la situación de los mineros, por el futuro de sus hijas e hijos y el de otras mujeres que siguen condenadas a la viudez y el olvido, como el que pronto parece llegar a Pasta de Conchos.

06/SJ/LR

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