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Buenas noticias

Por Cecilia Lavalle

La palabra cáncer tiene varias lecciones escondidas. Eso recién lo aprendí.

Cáncer era una palabra totalmente ajena para mí, a no ser que se tratara del signo zodiacal al que pertenece mi hijo, un sobrino y dos sobrinas. A la lejanía, como quien desde el trópico mira la Siberia rusa, tenía algún sentido el otro significado de tal vocablo.

A lo mucho, la relacionaba con la terquedad con la que mi tía Rosita le ha dado batalla en su cuerpo, siempre con victorias a su favor.

Así que cuando el diagnóstico de la crisis de salud de mi padre tuvo explicación en un cáncer, la palabra se acercó a mí de golpe hasta adquirir proporciones casi tangibles y abrumadoras. Entonces comenzaron las lecciones.

Descubrí, por ejemplo, que es una palabra con fascinación por la alcurnia. El apellido es lo que cuenta. Porque no es lo mismo un linfoma que un adenocarcinoma. Y no es lo mismo nivel uno que tres, o clasificarse como «a» que como «c». Tan pretencioso es que en medicina a esa alcurnia le llaman «la estirpe» del cáncer. Y, como suele suceder en estos casos, depende de «la estirpe» el trato que se merece.

Aprendí también que cáncer y su estirpe no necesariamente representan las peores noticias. Hay términos que se temen más una vez que entramos en esta danza de malas palabras.

Metástasis, por ejemplo, es una mala palabra; sólo que es menos estirada y más selectiva. En su caso importa el número y el lugar. Así que mientras se esperan las noticias de los estudios, una reza porque ni se aparezca por ahí.

Asimismo, aprendí que cuando hay malas noticias lo urgente es aferrarse a las buenas, como en un naufragio lo preciso es sostenerse de la tablita que flota.

No han encontrado metástasis en el cuerpo de mi padre. Tal vez, tal vez, pueda operarse y tener una buena calidad de vida algunos años más.

Y para aferrarse a las buenas noticias también aprendí que es vital vivir en el presente, en el hoy, en el día a día.

De todas las lecciones que el cáncer en mi padre me ha dado en los últimos días, las que más atesoro son estas dos últimas. Porque a menudo hacemos una mala mezcla de las noticias y el tiempo.

Saboteamos las buenas nuevas con el pensamiento de futuro.

Decimos: Amaneció bien, pero quién sabe cómo pasará el día. Me fue bien en el examen, pero a ver cómo me va en el de mañana. Me felicitaron por mi trabajo, pero en lo que sigue no sé si pueda.

Ni bien acabamos de recibir una buena noticia y ya la estamos echando a perder con la incertidumbre que acompaña siempre al futuro.

Por de pronto yo he decidido aferrarme a las buenas noticias y a los momentos felices no como naufraga en medio del desastre, sino como flor que anuncia primavera.

Así que soy feliz porque hoy pasó buena noche mi padre. Hoy mi madre está serena. Hoy no hay metástasis. Hoy escuché por teléfono la voz de mi hijo, hoy nos reímos juntos, y hoy vi dos programas de televisión abrazada con mi hija y me perdí en sus ojos que me iluminaron el alma.

Apreciaría sus comentarios: [email protected]

* Periodista y feminista en Quintana Roo, México.

Integrante de la Red Internacional de periodistas con visión de género

10/CL/LR/LGL

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