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Con fotografías gigantes, madres venezolanas piden justicia

Por Humberto Márquez*

No son modelos ni anuncian producto alguno, miran a los transeúntes desde enormes fotografías en blanco y negro pegadas sobre muros o cruces viales de la capital de Venezuela. Son 52. Son madres. Perdieron uno o varios hijos por la violencia criminal que azota a este país sudamericano.

«Muchachos que se criaron con mis hijos tuvieron que armarse para poder vivir en el barrio. Hoy día casi todos están muertos», cuenta Rita Hernández con su mirada marcada por arrugas en su rostro moreno. Entre 2004 y 2005 le mataron a sus hijos Johan, de 25 años, y Antonio, de 19.

«No me he ido de mi casa porque cada vez que cruzo la puerta me acuerdo del día en que me mataron a cada uno», expresó a Cimacnoticias/IPS María Elena Delgado, quien perdió a sus hijos Erasmo, Norka y Wilmer entre 1999 y 2008. «Me quedé para ayudar a la comunidad, para que eso no les pase a otros muchachos en el barrio», agregó.

En los barrios, como se designa en Venezuela a las áreas urbanas más pobres, perece la mayor cantidad de abatidos por la violencia criminal y de allí procede la mayoría de las madres que prestaron sus rostros para una iniciativa artística y social.

El Proyecto Esperanza busca llamar la atención y mover a la reflexión sobre las otras víctimas de la violencia, las madres y demás familiares de los abatidos, y fue desarrollado por las comunicadoras María Fernanda Pérez y Carolina González.

«Quisimos ponerle rostro a las víctimas de esta violencia que, de tan cotidiana, pareciera anestesiar nuestros sentidos. Buscamos que el transeúnte se tome un minuto para reflexionar sobre el dolor de esas madres, acerca de que las víctimas no son sólo números de los que se informa por la prensa, por eso las fotos», dijo Pérez a Cimacnoticias/IPS.

Un grupo de fotógrafos captó los rostros de las 52 madres, impresos luego como afiches, la mayoría de 1.80 por 2.40 metros y algunos de 3.60 por 5.40. Luego dos docenas de voluntarios pegaron las imágenes en los muros con «engrudo ecológico», a base de harina, azúcar y agua.

«Más que una denuncia es un clamor de paz. No es sólo la queja por el dolor, sino la muestra de que también hay esperanza porque se haga justicia y porque se encuentren caminos para que cada día se salven más vidas de la violencia», sostuvo Pérez.

En Venezuela, con 29 millones de habitantes, se registran entre 13 mil y 14 mil homicidios al año, más otras 8 mil muertes violentas por resistencia a la autoridad o que permanecen bajo averiguación, lo que eleva la tasa de violencia letal a más de 70 por cada 100 mil habitantes, según informes de la organización humanitaria Provea.

La tasa oficial de homicidios, de 48 por cada 100 mil habitantes, es de las más altas del mundo, junto a las de El Salvador, Honduras y Jamaica, en América, y Costa de Marfil y Swazilandia, en África, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.

Caracas, con una tasa de homicidios de 122 por cada 100 mil habitantes, según esta entidad, es, por mucho, la capital más violenta del continente.

«Vivir esto es una pesadilla. Cuando nos matan a un hijo nos marcan como a reses. Te despiertas, miras el sol con indiferencia, ese sol que es indiferente a tu dolor, que te demuestra que la vida sigue aunque tú estés muerta. A ese sol tú no le importas, él sigue alumbrando», dijo Bebeka Pichardo, cuyo hijo Taner, de 24 años, fue asesinado en 2010.

«Aunque más de 90 por ciento de las víctimas son hombres, jóvenes en su mayoría, son las mujeres las que asumen la búsqueda de justicia», señaló a Cimacnoticias/IPS Liliana Ortega, directora del Comité de Familiares de Víctimas, surgido tras la muerte de centenares de personas durante la semana de desórdenes de 1989 conocida como «Caracazo».

La activista encuentra parangón con otras causas que no adquirieron suficiente visibilidad hasta que mujeres, y en particular madres, asumieron el desafío de ir a la calle para interrogar a la sociedad acerca de ellas, como las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en Argentina o las Damas de Blanco en Cuba.

En el caso venezolano «son mujeres las que tratan de buscar el consuelo de la justicia pero con el agravante de que padecen la revictimización, pues por su actitud a menudo no sólo se las ignora, sino que se las amenaza, se las hostiga, y en ocasiones se las veja y se las criminaliza», dijo Ortega.

El escritor Alberto Barrera Tyszka elogió la muestra porque «de pronto se alza la experiencia humana, capaz incluso de convertir el dolor en arte, la ausencia en solidaridad. Las víctimas se transforman en imágenes de la fe en el futuro».

Los rostros de las 52 madres «están aquí no para restregarnos la soledad de sus balas, sino para invitarnos a pensar y a construir la paz», postuló Barrera.

El Proyecto Esperanza fue acompañado y animado por el movimiento mundial de fotografía Inside Out, que dirige el francés que oculta su identidad bajo sus iniciales «JR» y quien en la última década ha impactado diferentes urbes con el empleo de fotos tan grandes como insólitas en ambientes de conflicto.

Entre esas experiencias estuvo colocar fotos de palestinos e israelíes mirándose tanto en ciudades de Israel como de Palestina, o las de mujeres residentes en la peligrosa favela (asentamiento precario y pobre) Morro da Providencia, en la ciudad brasileña de Río de Janeiro.

También destacaron la serie «Las mujeres son héroes» en un tren de Kenia, la de viejos habitantes en muros de la ciudad colombiana de Cartagena, y la de gente que sonríe o hace muecas en Ciudad Juárez, urbe azotada por la violencia y en particular por el feminicidio.

Los resultados distan mucho de verse de inmediato. El fin de semana que siguió al debut de las 52 fotos, el 19 de noviembre, fue el más cruento del año en Caracas, con 70 muertes violentas en el área metropolitana, y las autoridades no han hecho referencia al discurso gráfico de Proyecto Esperanza.

Pero Pérez contó que muchas otras madres y familiares de víctimas les han llamado para ofrecer sus paredes para colocar más fotos, nutrir con sus testimonios un libro que está en marcha sobre esta experiencia o incentivar que el Proyecto Esperanza se replique en otras ciudades del país.

«Por la paz no hay que hacer solamente esfuerzos muy grandes o muy difíciles, sino desde distintos ámbitos hacer muchos pequeños esfuerzos», sentenció Pérez.

*Este artículo fue publicado originalmente por la Agencia Internacional de noticias IPS.

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