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Confusión, los rostros de la crisis

Por Cecilia Lavalle*

Me dicen que no me preocupe y sonríen. Me dicen que no pasa nada y sonríen. Me dicen que todo está bajo control y sonríen. Y yo los veo y entro en crisis.

No soy economista, profesión que, a decir de alguno de mis maestros universitarios, consistía en predecir una cosa y luego explicar porqué no había resultado justo como se había predicho.

Tampoco nací en Estados Unidos ni soy lo suficientemente vieja como para haber padecido la crisis de 1929 y la posterior recesión de 1930.

No obstante, tengo cierta experiencia en crisis económicas. Para empezar vivo en un país en vías de desarrollo que nunca acaba de desarrollarse. Para seguir pertenezco a una clase media que ha visto como de sólo necesitar un ingreso para mantener a tres hijos y pagarles estudios universitarios, como sucedió con mi padre, hoy, mis hermanos y yo, trabajamos junto con nuestras respectivas parejas y, ni de lejos subsistiríamos con un ingreso similar al que tenía mi padre.

Agréguele que viví y padecí distintas crisis económicas en México, en especial la de 1994; ésa en la que, otros señores, menos sonrientes, eso sí, nos dijeron que lo sentían mucho pero que habíamos perdido.

Y, claro, cuando dijeron «habíamos» no se referían a la primera persona del plural –nosotros- sino a la segunda –ustedes-; es decir, a cualquiera que no fueran ellos.

Así que cuando veo las imágenes con rostros desencajados de hombres y mujeres en Estados Unidos, Europa, Japón, a mí me entra un sentimiento conocido de angustia que prende mis alarmas.

Pero luego caigo en una confusión que alcanza grado de neurosis.

Le explico: Mi abuela me enseñó que en momentos de crisis lo que había que hacer era aprender a descifrar lo que no nos decían. Así, por ejemplo, si en pleno vuelo entrábamos a una zona de turbulencia, más que mirar por la ventanilla, lo que debíamos hacer era mirar los rostros de las azafatas. Si sonrían con tranquilidad, no había de qué preocuparse; pero, si dejaban de sonreír y daban apresuradas indicaciones, era momento de empezar a rezar.

Yo miro los rostros de quienes trabajan en la bolsa de valores, y empiezo a rezar; pero luego veo a funcionarios responsables de la economía en el país y, entonces, ya no sé si rezar, reír o llorar.

Y me refiero a los funcionarios serios como el de Hacienda o el del Banco de México, porque con el de Economía o el del Trabajo tengo clarísimo que lo pertinente es ponerse a llorar.

En primer lugar es evidente que la crisis jamás se ha asomado a sus vidas, ni en diccionario; por lo tanto, no tienen idea de los efectos que puede alcanzar el aumento en la gasolina, la falta de remesas o la baja del turismo, en personas, con nombres y apellidos y familias y sueños y expectativas y necesidades concretas. Emiten declaraciones tan babosas que dan coraje y pena.

Pero también veo a los que me parecen personas serias y no niños jugando a al gabinete y, de todas maneras, su tranquilidad no alcanza a cobijarme y su sonrisa no alcanza a iluminarme.

Dicen que no me apure, que estamos blindados, que los bancos tienen liquidez, que no sobrevendrá una crisis bancaria, que no me esfuerce por pagar mis créditos, que sólo me asegure de tener liquidez para seguirlos pagando, que la neumonía norteamericana nos provoca un resfriado un poco más fuerte del previsto, que tenemos la medicina, que todo está bajo control.

Pero en los periódicos leo que los despidos alcanzan a cientos de miles de personas en todo el mundo, que empresas importantes han dejado de hacer inversiones y empiezan a ahorrar, que algunas han cerrado, que las expectativas de crecimiento han disminuido drásticamente, que…

Y entonces entro en crisis, porque una de dos, o la enseñanza de mi abuela ya caducó, o tendría que preguntarme, ¿de qué se ríen estos señores?

Apreciaría sus comentarios: [email protected]

*Periodista y feminista mexicana en Cancún Quintana Roo, integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.

08/CL/VR/GG

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