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Cuarzo Rosa

Por Cecilia Lavalle

Hubiera sido monja

A mí no me dejaban leer; decían que eso era cosa de hombres. Es Nora la que habla, y yo no puedo creer lo que me cuenta, porque no es una venerable anciana de principios del siglo XX.

No es tampoco el relato biográfico de una mujer que habitara el mundo en el siglo XVIII. Es parte de la historia de una mujer de nuestra época que bien podría calificarse de "mujer moderna": tiene alrededor de 35 años, estudió Ciencias de la Comunicación y ocupa un cargo directivo en una prestigiosa cadena de televisión. Nadie diría que de haber vivido hace tres siglos hubiera preferido ser monja.

La anécdota de Nora me hizo recordar una conferencia que le escuché a la historiadora Luz del Carmen Vallarta sobre el entorno social en que vivían las mujeres en la época novohispana. Hurgué entre mis papeles y encontré la conferencia. Luzdel –como le decíamos sus amigas- escribió: "…en la sociedad colonial la mujer tuvo siempre una situación de subordinación, de minoría de edad perpetua… las mujeres pasaban del tutelaje paterno al tutelaje del marido… Esta minoría de edad, jurídica y efectiva en muchos de los aspectos de la vida de las mujeres, refleja una de las características principales de la relación del hombre y la mujer… el sentido de protección bajo el cual había que cobijar a las mujeres.

Protegerla como hija, protegerla como esposa, como madre, como religiosa, como viuda, como demente o como aquel ser incapaz de pensar por sí mismo… Los hombres debían evitar, bajo esta idea de protección, que las mujeres pecaran de soberbia, al creerse capaces de pensar por sí mismas, de andar sueltas tomando decisiones sobre su propia vida". La protección, continúa la autora, obviamente implica el dominio, control, poder. Y para llevar a cabo esta protección la sociedad novohispana creo una serie de instituciones donde las mujeres estuviesen bajo control, en caso de no tener algún varón que velara por ellas o fueran rebeldes. Dos de esas instituciones fueron los conventos y los recogimientos. En el primero las mujeres se recluían para orar por el mundo, asumiendo votos de pobreza, castidad, obediencia y clausura. En los segundos se "guardaba" a las mujeres que por alguna razón se salían de las normas sociales: mujeres en proceso de divorcio, que hubiesen cometido adulterio o cuyos maridos no quisieran seguir viviendo con ellas, o que simplemente eran consideradas como demasiado levantiscas o livianas. Recuerdo que Luzdel –ávida lectora- solía decía que si ella hubiera vivido en esa época seguro habría estado recluida, o en un recogimiento por insumisa o un convento para poder leer, porque muchas mujeres, como Sor Juana, se recluyeron voluntariamente con tal de leer, escribir o pintar, huyendo además de un destino de sumisión en el matrimonio.

Sin duda Nora también habría sido monja. Y es que, confiesa, leer en principio fue una simple curiosidad, pero una vez que le fue prohibido y se tornó en motivo de escándalo familiar, con más ganas lo hacía. Inicialmente, me dijo, leer no fue un acto lúdico, fue un acto de rebeldía. Claro, eso me cambió la vida. ¿Cuál eso, pregunto, el acto de leer o el de rebeldía? Mira hacia arriba y se ríe: los dos.

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