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Día de la Médica

Por Cecilia Lavalle

No se llama así. Es cierto. El nombre de esta conmemoración alude sólo a los varones: Día del Médico. Y eso no es más que el resabio de un pasado en el que las mujeres no eran bienvenidas a ese exclusivo club de Tobi . Quizás vaya siendo el momento de reconsiderar. Quizás vaya siendo el momento de nombrarlas. O qué ¿nos vamos a tardar otros tantos siglos en llamar con el género correcto a las mujeres que se dedican a la medicina?.

Hubo un tiempo en el que las mujeres eran las que curaban, las sanadoras. Eran las que aprendían a conocer los secretos de las plantas y observaban. Luego hubo otro tiempo en que a los varones se les ocurrió que eso de pensar y saber era cosa de hombres y que entonces las mujeres no tenían cabida ahí dado que, para empezar, eran seres inferiores.

En un texto que me encontré en Internet, firmado por la doctora Paloma Gómez, se relata que en la antigua Grecia se prohibió a las mujeres practicar el oficio de sanar. Entonces una mujer se disfrazó de hombre para no quedar excluida. Agnodice se llamaba, y era tan buena en sus asistencia a los partos, que colegas celosos «lo» acusaron de aprovecharse sexualmente de sus pacientes. Cuando, ante el tribunal, develó su sexo, fue tal el escándalo que pidieron el máximo castigo, pero las mujeres atenienses aprovecharon para exigir se les volviera a permitir aprender y ejercer la medicina, especialmente lo referente a la atención de partos.

Agnodice no fue la única mujer que debió disfrazarse de hombre para estudiar medicina. Lo hicieron varias y en distintas épocas y ciudades de Europa. Al grado que llegó un momento en que la Iglesia amenazó con excomulgar a la mujer que vistiera de hombre para poder estudiar.

Y es que no eran bienvenidas en ese selecto grupo. A mediados del siglo XIX cuando Harriet Hunt solicitó su ingreso a Harvard, los estudiantes rechazaron su petición: «Acordamos oponernos a que se nos imponga la compañía de cualquier mujer, dispuesta a renegar de su sexo y a sacrificar su modestia compareciendo con el hombre a las clases». A Harriet, como a muchas otras antes y después, eso de «sacrificar su modestia» les importó un comino, y de todas maneras estudiarían medicina, pero con todo en contra y sin obtener los reconocimientos merecidos.

Fue hasta finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la mayor parte de los países occidentales empezaron a admitir mujeres en la educación médica. En México, el honor de ser la primera médica le corresponde a Matilde Montoya, cuyo camino para cumplir su sueño no estuvo exento ni de discriminación, ni de agresiones, ni de burlas, ni de menosprecio, ni de la lucha que llevaron a cabo muchas mujeres por lograr hacerse un espacio en el mundo de la medicina secuestrado por la sociedad patriarcal de la época.

Una vez que las mujeres pioneras abrieron la puerta, la historia cambió en el curso de una centuria. Hay un estudio muy interesante titulado «Desperdicio de recursos en el sistema de salud: el caso de la profesión médica y la enfermería en México», en el que distintos especialistas, entre ellos la reconocida doctora Felicia Marie Knaul, utilizando datos oficiales, muestra el avance de la mujer en el campo de la medicina y la enfermería.

Ahí se apunta que, por ejemplo, la participación de la mujer entre los estudiantes de la salud, pasó del 28 por ciento en 1970 a casi el 60% en el 2000. Para 1999 las mujeres representaban el 50% de quienes egresaban con estudios de medicina, y la mitad de quienes se titulaban.

No obstante, el camino aún no está del todo pavimentado. Porque, según el estudio, apenas cuatro de cada diez ejerce, sólo cinco de cada diez tiene tiempo completo en el sector salud, sólo una de cada cuatro médicas tiene estudios de posgrado (en los varones es uno de cada dos), de ésas apenas tres de cada diez cursaron alguna especialidad con duración de cuatro años o más; y estos datos no han variado gran cosa en los últimos 10 años.

El estudio apunta que «En comparación con los hombres médicos, las mujeres tienen tasas de inactividad y desempleo cerca de cuatro veces más altas, debido a la carga desigual entre hombres y mujeres que representan las actividades no remuneradas en el hogar».

Y ahí dan en el calvo. Parece que algunas cosas han cambiado mucho, pero otras se mantienen casi inalterables. Las mujeres ya no tienen que disfrazarse de hombres para estudiar, pero deben sacrificar sus sueños para cuidar el hogar y la familia, o bien, hacer circo, maroma y teatro para medio cumplir sus anhelos.

. Hay muchas puertas que abrir aún, muchas barreras que derribar, muchos obstáculos que saltar. Acaso debamos empezar por nombrarlas. Qué tal si a partir de hoy, el 23 de octubre se empieza a difundir como Día del Médico y de la Médica.

O qué ¿nos vamos a esperar otros dos siglos?

Apreciaría sus comentarios: [email protected]

*Articulista y periodistas de Quintana Roo

2004/CV/LR

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