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El gozo de integrar

Por Cuicuizcatl (golondrina viajera)*

«La leyenda nos espera. Está viva dentro de nosotros.
Dejemos que nos alcance y disfrutemos».
Faustino Ortega

México DF, 28 dic 07 (CIMAC).- Hace 15 años, cuando por una crisis nerviosa fui internada por primera vez en un hospital psiquiátrico y me diagnosticaron bipolaridad, luego de dos interminables meses la doctora que me atendía dijo: «Ya estás bien, ya te vamos a dar de alta… vas a regresar al mundo normal. Pero grábate bien esto: todas esas cosas que ves y que oyes no son más que producto de tu mente distorsionada. Bórralas al salir de aquí».

Salí y no pude borrarlas. Cada vez que tenía una percepción alterada, me sentía culpable y decía: «Es malo, es enfermedad mental, es producto de mi mente distorsionada».

Esa sensación de culpabilidad y malestar cambió al entrar a la universidad. Conocí a un profesor psicólogo jungiano, Louis Maendly, quien empezó a interesarse por mis sueños y por los símbolos que veía. Por primera vez en años pude ver ese material del subcosciente (o del «inconsciente colectivo», o como se llame) como algo valioso.

Antes o después de clase, en su cubículo, hablábamos de sueños. La interpretación que hacíamos juntos me ayudaba, siempre, a conocerme más, a descubrir elementos de mi proceso que no había visto. Comencé a leer a Carl Jung, un encuentro que fue maravilloso.

Luego vino la terapia con el Dr. Ortiz. Él me ayudó a integrar mis sueños, visiones y percepciones alteradas en un camino de crecimiento personal. Inicié la lectura de los libros de Carlos Castaneda. El Dr. Ortiz me invitó a participar en algunas experiencias con su grupo de «psicología transpersonal» que tenían como fin abrir los canales de percepción de las y los participantes.

Y, ¡sorpresa! Descubrí que hay muchos mundos además del que vemos. El universo es amplio y fecundo. Las «experiencias extrasensoriales» están allí como fuente de conocimiento y de crecimiento. (Y de perdición, si uno se queda allí)

Cuando entré con los danzantes conocí a gente con todos sus mundos integrados, para quienes los «sagrados guardianes» son algo más que una palabra, para quienes los signos y símbolos tienen la dimensión de ser un puente eficaz con la tradición que hacen viva con su vida (también entre los danzantes conocí a gente muy desequilibrada y muy fanática, pero esa es otra historia). Me impactó la gente de una sola pieza, coherente, que sabe compartir su experiencia.

Más adelante conocí a otros (chamanes, curanderos, espiritistas) que me dijeron que lo mío no era enfermedad mental, sino energía mal encauzada y que yo podía leer el tarot, que yo era una buena médium ¡Me dijeron tantas cosas! Me fui al otro extremo, empecé a negar mi bipolaridad y a creer que sólo bastaba con «desarrollar mis dones» y que lo de la enfermedad mental era puro cuento.

Empecé a caer en el otro extremo, en el 2002, después de mi viaje de hongos alucinógenos, cuando el chamán de los honguitos dijo que iba a capacitarme para que yo pudiera «guiar» los viajes de otros. Me sentí muy «salsa» y dejé la medicina psiquiátrica. Se presentó una nueva crisis nerviosa (con su respectiva visita al hospital).

Lo cierto, admito, es que todas las veces que dejé los medicamentos, recaí…

El año 2004 fue un año que me marcó. Dejé a un lado mi búsqueda desesperada de experiencias intensas (fuera) y empecé a escarbar y a encontrarme conmigo (dentro).

Llevo tres años y medio sin ninguna crisis nerviosa y las dosis de medicina psiquiátrica han bajado. Justo el tiempo que llevo en Centro de Técnicas psicocorporales para el Desarrollo Humano Río Abierto con el grupo de cuentacuentos. Y el mismo tiempo que llevo yendo a terapia con Montserrat Bartomeu

A través de las clases de «movimiento corporal expresivo» de Río Abierto y de los masajes que desbloquean emociones atoradas fui redescubriendo mi cuerpo como un espacio privilegiado de comunicación, un canal de energía, una sola cosa con la emoción. Pude tomar conciencia de mis emociones y trabajar en ellas.

En el taller de cuentacuentos, con Moisés Mendelewicz, los cuentos han sido el pretexto para trabajar mi historia personal.

Con mi psicóloga he pasado de una perspectiva de extremos (blanco-negro) a una de «abanico multicolor», aprendiendo a aceptar la emoción, sanar heridas en mi vida y abrirme a un camino más pleno.

«No le quites el mérito a la medicina», dice mi psiquiatra, Alma Romero. Cierto. Sin embargo, mucho de este tiempo de mejoría coincide con el último cambio de medicinas que me hicieron.

El medicamento que tomo ahora (que adquiero sin receta en la farmacia, no es de los «controlados») me ha sentado muy bien. Yo creo que si uno es bipolar o tiene depresión clínica o trastorno de ansiedad o algo así, hay que atenderse. Los familiares y amigos tenemos la responsabilidad de buscar por todos los medios que tenga mejor calidad de vida, y eso incluye la medicina y la terapia psicológica, que es una buena inversión.

Hay gente que se le hace una pérdida de tiempo ir con el psicólogo. En mi experiencia, el trabajo terapéutico me ha cambiado la vida. Hoy tengo un trabajo editorial de tiempo completo en una oficina de lunes a viernes y trabajo como cuentacuentos los fines de semana. La terapia es mi tablita-salvavidas. No es un lujo, es una necesidad.

Hace años, cuando estaba internada en el hospital psiquiátrico, recuerdo que me iba a robar las revistas de la torre de consultorios y hacía «collages», enormes «collages». Cubría de imágenes mi colcha blanca, todas las paredes y además las cartulinas que me regalaban.

Cuando pasaban los psiquiatras «de visiteo» le decía a la que entonces me atendía: «Mire, doctora, mire mi collage, tiene muchas lecturas, le platico», pero no, nunca había tiempo para eso y yo me sentía muy frustrada con mi caudal de imágenes y de significados que a nadie le interesaban.

En el 2004 participé en un concurso de pintura, escultura y arte-objeto para enfermos mentales patrocinado por los laboratorios Jansen Cillac. Gané el primer lugar en arte-objeto con una silla decorada a la que llamé: Mi grito.

Más allá del premio económico, que sí lo hubo, fue una satisfacción dar por fin un mensaje claro con un collage de imágenes y que los psiquiatras y otros asistentes lo entendieran. Conocer a psiquiatras con un criterio abierto, como el Dr. Enrique Suárez, para quienes la expresión artística de sus pacientes es fundamental y un camino de crecimiento personal.

Yo me sentía con un grito no escuchado y ese el día de la premiación me sentí como una artista que puede expresarse y es reconocida.

Hoy tengo 150 imágenes acomodadas en hojas tamaño carta de colores, acomodadas en ejes temáticos. Aparte de mis funciones como narradora oral, armo cuentos con estas imágenes, cuentos «sobre la marcha», doy funciones a enfermos y a cualquier persona que se interese en el tema.

Hoy puedo invitar a la gente, al público, a que arme su propio cuento: el cuento de su vida.

* Autobiografía de una mujer en su búsqueda por una vida libre de violencia.

07/C/GG

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