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El sismo nos trajo la muerte: operadoras de Telmex

Por Carolina Velásquez

La sombra de la muerte nos tocó a las operadoras que laborábamos en Teléfonos de México (Telmex) el 19 de septiembre de 1985.

A las siete de la mañana ya habían entrado a trabajar el primer y segundo turno a las centrales telefónicas de San Juan y Victoria, ubicadas en el centro de la ciudad de México, en los servicios de larga distancia e información. A los 19 minutos inicio el horror. Unas compañeras rezando, otras histéricas. «¡Está temblando!», gritó una compañera. «¡Ay, no para! ¡Dios nos ampare!», exclamó otra.

Fue un tiempo corto que nos pareció eterno.

En las calles el cuadro era patético. Gente hincada rezando con los brazos extendidos, un señor agarrado de la esquina de una barda para no caer, personas llorando. Se escuchaba el crujir de las paredes. De algunas avenidas salían nubes de polvo.

Cuando terminó el temblor, poco a poco, y sin poder dar crédito ante lo que había sucedido, nos fuimos dando cuenta de sus consecuencias.

De repente se apagaron los conmutadores. No entraban ni salían llamadas. Las líneas de larga distancia que conectaban norte y sur del país estaban muertas. La torre de San Juan, el cerebro de Telmex, se había separado por completo de los edificios que la sostenían. El servicio telefónico estaba completamente interrumpido. La ciudad se había quedado aislada del resto del mundo.

-Ahora sí nos cargó la chingada -dijo una compañera. Su angustia nos tocó a las que estábamos cerca. La abrazamos y rompimos a llorar.

Sin poder trabajar, tratamos de salir como pudimos. Las escaleras de emergencia se desprendieron del edificio; había paredes cuarteadas. Algunas compañeras tenían yeso en la cabeza y goteaba agua del techo. Los lóckers estaban regados por todo el piso.

En la central Victoria la situación era más difícil y lamentable. Uno de los edificios más nuevos se había derrumbado, llevándose en su caída el comedor, el equipo de la central telefónica -dejando al DF sin servicio local- y una sala del servicio de información. Varios compañeros y compañeras estaban bajo los escombros.

Ya no pudimos entrar. Esperamos un rato, hasta que llegaron los del sindicato y junto con personal de la empresa iniciaron el rescate. Sin poder trabajar, las operadoras decidimos ir a casa en busca de nuestras familias.

El camino de regreso fue un vía crucis. El servicio de transporte estaba interrumpido y tuvimos que hacer el recorrido a pie. Pudimos constatar la magnitud del desastre: edificios caídos, personas heridas, polvo, un incendio en el Hotel Regis. El pánico invadía el centro de la ciudad. Asustadas, caminábamos una pegada a la otra.

Al día siguiente nos enteramos de que once telefonistas habían fallecido y que más de tres mil éramos damnificados. Aunque de técnica no sabíamos casi nada, el informe que nos dio el sindicato nos dejó perplejas. Quedaron destruidos total o parcialmente 50 radios de microondas, 750 grupos de equipo multiplex, seis centrales automáticas de larga distancia, dos centrales tándem y dos centrales locales. Los centros telefónicos de Victoria y San Juan -centro de trabajo de más de 2000 operadoras- estaban totalmente inhabilitados. Un edificio se derrumbó y 24 tenían severos daños en su estructura.

El tiempo parecía haberse detenido. Sólo quedaba miedo, dolor e incertidumbre.

05/CV/YT

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