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El túnel

Por Cecilia Lavalle

Mi hija de 18 años ya no me hace ningún caso, llega tarde a la casa, no estudia y trae los pelos de un color anaranjado ¡espantoso! No sé qué hacer.

El mío, de 16 años, está terminando la secundaria y ya me dijo que no piensa seguir estudiando, que quiere trabajar conmigo, en la tienda. Uno se mata trabajando para que estudien y luego te salen con que lo que quieren es matarse trabajando. No sé qué hacer.

Mi hija tiene 17 y se fue de la casa hace un mes. Ya me contaron que vive con el novio. Dejó la escuela. Parece que está embarazada. ¡Se lo dije mil veces! ¿En qué me equivoqué?

El mío, de 19, ya no quiere estudiar. Quiere trabajar porque desea irse a vivir con su novia. Ya le dije que el amor a todas las edades es incierto, pero a la suya es doblemente incierto. Pero dice que correrá el riesgo. ¿Qué hago?

Mi hijo, de 18, se fue a vivir con su novia, ¡una mujer 10 años mayor que él! Dejó de estudiar y ahora trabaja en el negocio de ella: una lavandería. He hablado con él, pero no quiere oír razones. ¿Qué hice mal?

Padres y madres de adolescentes frecuentemente compartimos, aunque no lo digamos, preocupaciones, incertidumbres, desconcierto, pero sobre todo esa sensación de suponer que fallamos, aunque no sepamos exactamente en qué.

Tal pareciera que educar a las y los adolescentes de hoy, es como entrar en un túnel, oscuro. A padres y madres nos toca guiar a nuestros hijos a la salida, pero la verdad es que no tenemos idea de cómo. No hay mapa. Las rutas que aprendimos cuando nuestros padres nos educaron, ya no sirven, no funcionan.

Entonces usamos sólo nuestra intuición y amor para guiarlos. Y cuando suponemos que tenemos las respuestas, la ruta, el camino; nuestros hijos, nuestras hijas cambiaron el plan, escogieron otra ruta, decidieron seguir su camino sin nuestra guía.

Desde nuestra experiencia, suponemos que se van a quedar atorados, que la ruta por la que están optando es la más difícil, la más llena de abrojos. No importa. Han decidido escribir su propia historia. Y nos quedamos ahí, sentados, en medio del túnel sin saber qué hacer.

Acaso, en realidad, no lo hayamos hecho mal. Acaso, en realidad, hicimos lo mejor que pudimos con el mejor amor del que disponíamos. Acaso, en realidad y como lo dijera hace muchos años Gibrán, Jalil Gibrán, nuestros hijos no nos pertenecen, sólo nos los prestaron en lo que tomaban su vida en sus manos.

Acaso, en realidad, pertenecen a una generación para la que los moldes hechos no sirven y tienen que romper estructuras para encontrar sus propios moldes.

No sé. Por lo pronto comparto con todos aquellos padres y madres que estén sentados en medio del túnel preguntándose qué hacer, las palabras de mi sabia amiga Fini: «Lo mejor que podemos hacer las mamás y los papás por nuestros hijos e hijas es rezar por ellos, confiárselos a los ángeles y confiar en la vida.

Cuando un campesino siembra una semilla, no está ahí todo el día con sus ojos puestos en la tierra; confía, confía que una semilla de jitomate sabrá lo que tiene que hacer para volverse jitomate; que una semilla de limón lleva toda la información que necesita, dentro, para volverse limón, y que él solo tiene que sembrarlas. Ya sembraste a tus hijos, ámalos y confía en el trabajo que hiciste: los verás florecer».

Apreciaría sus comentarios: [email protected]

2005/CL/SJ

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