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Falta de servicios y atención médica a comunidades de Oaxaca

Por Nadia Altamirano, corresponsal

Al menos 16 familias de este municipio, localizado a unos 70 kilómetros de la ciudad de Oaxaca, han abandonado sus casas por temor a que se derrumben, luego de las severas grietas y hundimientos de sus viviendas, causados por las lluvias en menos de un mes.

Ninguna autoridad ha llegado hasta aquí para evaluar los daños, ni para tratar de indagar porqué a la entrada a este municipio hay hundimientos y grietas que requirieron que un camión de volteo hiciera 36 viajes con grava y piedras para taparlas.

Una parte del camino que va a Teococuilco de Marcos Pérez quedó destruido. En esa vía hay hundimientos de más de dos metros, que lo hacen intransitable, mientras que cuatro pantanos de la planta de tratamiento se fueron al barranco, y al digestor podría pasarle lo mismo.

De acuerdo con el tesorero municipal, Nahúm Beteta, todo se debe «a una falla geológica que se presentó por un ciclón de 1969», pero por aquí ninguna autoridad ha venido indagar si es cierto.

Colchonetas y cobijas es lo que en días anteriores envió el Instituto Estatal de Protección Civil, pero el presidente municipal, Mario Santiago Cuevas, sabe que las familias necesitan «recursos o material para reponer sus casas», en un predio que no esté en riesgo.

INCOMUNICADOS

Como ocurrió en agosto, el camino de acceso a Zoquiapam está interrumpido unos kilómetros antes por los derrumbes que no han sido retirados, porque la autoridad municipal no cuenta con maquinaria suficiente.

La semana pasada se abrieron unos 75 kilómetros de camino que atraviesa el monte pero también está muy golpeado. La autoridad no ha quitado los derrumbes del camino porque si llueve va a haber otros derrumbes y es un gasto», explica el presidente del Consejo de Vigilancia, Justino Odilón Pérez Ramírez.

Como no hay paso en la carretera tampoco hay transporte público. Los taxis colectivos llegan hasta aquí mediante el pago de un viaje «especial» y deben ser contactados en Santa Catarina Ixtepeji, a unos 15 kilómetros.

Quienes viven en Santa María Zoquiapam, la única agencia de este municipio, deben caminar durante una hora si quieren recibir atención médica en la cabecera municipal, porque en la casa de salud «no tienen para la calentura, para la tos o para nada», asegura Leadina Beteta, mientras carga a su hijo Josías con muy alta temperatura, bajo el sol de medio día, y cuidando de no resbalar en el lodo.

En la clínica, el enfermero Mauro López atendió a Josías porque la doctora no había vuelto a la población luego de su descanso. «Hay muchos derrumbes. Yo salí domingo y debía estar aquí el miércoles pero empezó a llover y no pude pasar», dice.
LAS MUJERES

Las condiciones de la carretera y la falta de transporte público ponen en riesgo la vida de 13 mujeres embarazadas que aquí viven, ya que en caso de requerir una cesárea aquí no se la pueden realizar. «Lo mejor sería que fueran a la ciudad de Oaxaca, porque Ixtlán, aunque está a menor distancia, queda más lejos por las condiciones del camino», dice el enfermero.

También están en riesgo los niños que puedan presentar una neumonía y requieran oxígeno. En la clínica no existe nebulizador.

«Mientras no hay necesidad no hay problema, pero si urge cómo le vamos a hacer para salir de aquí», se pregunta Gudelia Hernández, una mujer, que la noche del 2 de septiembre llegó a pensar que tendría que dar a luz en la camioneta que conducía su esposo Pedro, en medio del monte.

Salimos a las 9:30 de la noche y llegamos a Ixtlán a las 12:00, hicimos casi el doble de tiempo que tardaríamos en recorrer la carretera que comunica con Santa María Ixtepeji. A mí me daba miedo que nos quedáramos ahí, cuando se resbalaban las llantas de la camioneta en el lodo, le pedía a Dios que no pasara nada.

CASAS ARRUINADAS

Ese mismo ruego han hecho al menos 16 familias, cuyas casas presentan cuarteaduras y hundimientos severos que hace poco más de un mes empezaron a registrar grietas casi imperceptibles, como la que apareció en una de las paredes de la casa de Margarita Beteta.

«Le dije a mi papá, y él consideró que no iba a pasar nada porque la casa se estaba asentando». El 2 de septiembre Margarita y sus tres hijas debieron abandonar sus casas. Para entonces algunos tabiques se habían separado de los cimientos, las paredes se habían desmoronado y el piso perdió estabilidad.

Margarita Hernández también dejó su casa ese día. La mañana anterior había escuchado «como si tronara un cohete», al levantarse vio que la pared de su dormitorio y su sala se habían separado del techo. «Estamos en casa de mi suegra pero también esa se quiere caer.

Pedro Chávez, optó por sacar a sus gallinas y levantar el corral que había construido con láminas, trozos de madera y malla, antes de que la tierra «se abra más». Hace una semana debajo de su gallinero había pequeñas grietas y ahora una es tan grande que tiene como un metro de profundidad y 15 centímetros de ancho.

Los habitantes cuyas casas no presentan daños, sufren porque el sistema de distribución de agua no funciona; el río se llevó los tanques. Las mujeres son quienes pierden hasta dos horas en acarrear agua con tierra.

«Es para bañarme, lavar los trastes y hasta para hacer café porque no hay agua», acepta con decepción Virgen Hernández, una anciana que tarda media hora en ir y venir a su casa con un par de cubetas que llena en un diminuto riachuelo.

El agua que falta en las casas es la que les sobró a los invernaderos, donde algunos cultivos de tomate se están pudriendo por exceso de humedad, sino es que están destruidos por la tierra que les cayó encima.

«Son como seis hectáreas de invernaderos, y una media hectárea se afectó pero no hay un censo, casi no nos han hecho caso, los funcionarios no se aparecen por acá», relata Tereso Pérez, un productor que al año cosechaba 40 toneladas de tomate.

Al igual que los invernaderos, las casas y todo el pueblo está levantado entre las laderas de los cerros de esta serranía llena de pinos.

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