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Fundación Heinrich Böll

Por Cecilia Lavalle

Nunca es grato recibir malas noticias. Pero es la única manera de enfrentar los problemas. Saber nos da la posibilidad de elegir. Y hoy se trata de elegir entre tener VIH/Sida o no.

Las malas noticias corrieron a cargo de las más altas autoridades en el tema relativo a la pandemia de esta época. Desde que se conoció la enfermedad de en 1981, nunca como en éste 2005 se habían infectado tantas personas. Cinco millones se infectaron con el virus de inmunodeficiencia adquirida (VIH) este año.

¿Cómo es posible?, se preguntará. ¡Por lo menos en México, ahora más que nunca se habla del tema, la gente está mucho más informada que antes, las campañas en radio y televisión son frecuentes, todo mundo sabe lo que significa el lazo rojo! Pues sí, todo eso es cierto; pero evidentemente algo anda mal, algo no funciona; algún componente está fuera de la ecuación y evita que las campañas de prevención den mejores resultados.

¡El género!, gritan por ahí especialistas en el tema. Y no se refieren al género humano (aunque, desde luego, hemos hecho mal tantas cosas que sin duda en más de un sentido salimos reprobados). Se refieren al conjunto de determinaciones psicológicas, sociales y culturales mediante las cuales se establece lo que significa «masculino» y «femenino» y que condiciona conductas, actividades y roles que distinguen a hombres y mujeres.

Como lo lee: el género ya no sólo es un asunto que involucra a las feministas, es un asunto de preocupación para quienes desean frenar la propagación del VIH/Sida. Y le cuento porqué.

Los estudios muestran datos reveladores. En México, de acuerdo con el Centro Nacional para la Prevención y Control del Sida (Censida), se registraron 4 mil 963 nuevos casos en 2005. La inmensa mayoría se contagió debido a relaciones sexuales sin protección (96 por ciento). La epidemia afecta de manera predominante a los varones (83 por ciento). Sin embargo, cada vez hay un número mayor de mujeres contagiadas -una por cada seis hombres-. Curiosamente, las cifras han aumentado entre mujeres fieles y monógamas.

El análisis de los casos acumulados desde 1981 llevó a los especialistas a plantearse algunas preguntas. Por ejemplo, por qué aumentaba el índice de infección entre las mujeres monógamas. La infidelidad masculina, contestaron algunos. Pero, entonces, ¿por qué había aumentado en los varones mucho más que en las mujeres, y al mismo tiempo la tasa de seroprevalencia en trabajadoras sexuales se mostraba muy baja (0.35 por ciento)?

Encontraron entonces que, de los hombres infectados, seis de cada diez han tenido sexo con otros hombres, y tres de cada diez han tenido sexo con mujeres. Traducción: en México hay muchos más hombres de lo que se admite están teniendo sexo con hombres, y esto no significa que haya aumentado el número de homosexuales: significa que hay muchos bisexuales y que en gran número son casados.

¡Imposible!, gritarán algunos que discreta o abiertamente defienden el orgullo del macho mexicano. Pues sí, fíjese que eso es lo que está pasando. Los estudios señalan que en México y en Costa Rica los casos de VIH han aumentado en hombres que tienen sexo sin protección con otros hombres. Y es que el sexo anal sin protección es la conducta sexual más riesgosa.

Estos hombres son los que están contagiando a sus esposas o a otras compañeras sexuales, que, por razones de género, se sienten impedidas para negociar el sexo con protección, especialmente si se trata del marido. Si a ello sumamos que en nuestro país sólo entre el 5 y 10 por ciento de las personas infectadas saben que son portadoras de VIH, entendemos por qué, pese a los esfuerzos de prevención, aumentó el número de personas infectadas en 2005.

Un esclarecedor artículo de Alejandro Brito (Letra S, Jornada, diciembre 2 de 2004) da mucha luz respecto a la importancia del género en este aspecto. El hombre supone que una de las mejore maneras para probar su hombría es el sexo. Esto, por un lado, favorece que privilegien «la oportunidad» y no las medidas de prevención, y, por otro, también da lugar a la coerción, el chantaje o la violencia para obtener sexo.

Además, la masculinidad se asocia con agresividad, violencia, competitividad; de manera que con frecuencia los varones se colocan en situaciones de riesgo. Asimismo, los hombres suelen disociar el sexo del sentimiento (te amo a ti, pero puedo tener sexo con cualquier otra persona, se dicen). En este contexto, tener sexo con otros hombres, asumiéndose heterosexuales, sólo significa una conducta «atrevida», «novedosa» y, desde luego, de control, de dominio. ¿Qué más hombre que el que somete a otro hombre?, piensan.

Todas estas actitudes tienen mucho que ver con una educación basada en estereotipos de género. De hecho, en un estudio realizado por el Programa Conjunto de Naciones Unidas sobre VIH/Sida (ONUSIDA) se encontró que quienes asumían conceptos tradicionales de masculinidad estaban más propensos a verse implicados en situaciones de violencia, delincuencia o conductas sexuales de riesgo que quienes tienen con ideas menos estereotipadas con respecto a lo que puede y debe hacer «un hombre de verdad».

Intensificar las campañas de educación sexual no bastará si no intensificamos, al propio tiempo, las acciones para desdibujar los estereotipos de género y reeducarnos con base en principios de equidad. De lo contrario, en la siguiente década seguiremos recibiendo malas, muy malas noticias.

Apreciaría sus comentarios: [email protected]
*Periodista mexicana

05/CL/YT

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