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Hacer t’ai chi, reaprender a conectarnos con la Tierra

Por Carolina Velásquez

Sentir que los pies caminan sobre una nube sin dejar rastro es la actitud ante la vida que alimentan los movimientos del t’ai chi, arte marcial legendario de origen chino que en sus distintas formas hoy se practica en todo el mundo.

Hacer t’ai chi es estar en el Tao, filosofía que reconoce en el ser humano la posibilidad de vivir sin ningún curso de acción premeditada, es decir, fluir sin dirección como el viento o el agua de un río adaptándose a los cambios, «haciendo lo que es correcto en el momento preciso».

Se le ha definido como el método para almacenar el chi -energía vital- en el cuerpo y la técnica para hacerlo circular. Su práctica implica el desarrollo de una secuencia de movimientos suaves, de pie, empujando las manos de adentro hacia fuera, y se aprende luego de muchos años de ejecución constante.

En los movimientos circulares, el circuito de energía se extiende alrededor de tu «yo soy corporal»; a veces son pequeños, a veces grandes, o una curva doble, como el número ocho. «Este trazado global del t’ai chi consiste en tres etapas: tierra, hombre y cielo.

La etapa de la tierra relaja los tendones y tejidos y vigoriza la sangre; la del hombre abre las articulaciones y la del cielo se relaciona con la función de la conciencia», señala Alejandra Mora en T’ai chi. Una actitud ante la vida (1996).

A diferencia del yoga, en el t’ai chi el cuerpo siempre está recto, como si una fuerza jalara el esqueleto desde la coronilla relajando todas las articulaciones. De esta manera, el peso se va hacia abajo, a piernas y pies, establece raíces y nos permite reaprender a conectarnos con la Tierra.

Para Mora, según la filosofía china «aquellos que practiquen t’ai chi lograrán la flexibilidad de un niño, la vitalidad de un leñador y la sabiduría de un sabio». Para sentirlo, propone un ejercicio que te permitirá sentir cómo desde la quietud puedes movilizar el chi en tu «yo soy corporal», de la misma forma en que se abre y se cierra una flor.

Cierra la mano que elijas en un puño y ábrela lentamente observando con atención el despliegue de cada un de tus dedos. Mira el espacio entre cada dedo, trata de sentir el flujo de energía y calor en el centro de tu palma. Repítelo una y otra vez alternando una mano y otra. Puedes hacerlo antes de iniciar una reunión de trabajo en la que estarás sentada/o por varias horas, y te ayudará a relajarte.

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*Periodista mexicana especializada en terapia Gestalt

06/CV/YT

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