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Invadir el cuerpo femenino, símbolo de control sobre el enemigo

Por Guadalupe Cruz Jaimes

Durante los conflictos armados alrededor del mundo el cuerpo de las mujeres es violentado sexualmente, tomado como un botín de guerra para aterrorizar al enemigo. Invadir el cuerpo es símbolo de controlar la voluntad.

La violación sexual es una forma de humillar al enemigo y acabar con el tejido social de las comunidades, asegura Sandra Luna, miembro de la organización no gubernamental colombiana Ruta Pacífica de Mujeres.

«La violación y otros delitos sexuales, como la mutilación genital son utilizados, con frecuencia, por los actores del conflicto como parte de sus tácticas de terror», afirma Susan Lee, directora del Programa Regional para América de América Latina, de Amnistía Internacional.

De igual forma, la activista considera que las mujeres se han convertido en objetivo militar y en las principales víctimas de un conflicto armado en el que son violadas, mutiladas y asesinadas, muchas veces por ser consideradas un «blanco útil para humillar al enemigo».

La violación de mujeres del bando perdedor por los soldados vencedores tiene una larga tradición. En el siglo XII los Cruzados violaban a las mujeres en nombre de la religión. Quinientos años después los soldados ingleses violaban sistemáticamente a mujeres escocesas durante la subyugación de Escocia.

También fue un arma de terror utilizada por el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial y un arma de venganza empleada por el ejército soviético en la Segunda Guerra Mundial.

Hace medio siglo, la violación fue proscrita por los Convenios de Ginebra, normas internacionales que rigen los conflictos. En ellas se afirma: Las mujeres serán especialmente protegidas… contra la violación, la prostitución forzada y todo atentado a su pudor.

La violación por soldados es un acto de tortura, y está claramente prohibida por las normas que rigen los conflictos bélicos y las normas internacionales de derechos humanos. Sin embargo, en casi todos los conflictos armados modernos, tanto nacionales como internacionales, se producen abusos sexuales contra las mujeres porque sus cuerpos se consideran un legítimo botín de guerra.

La violación no es un accidente a causa de los conflictos bélicos. Su uso generalizado en tiempos de conflicto refleja un desprecio por sus víctimas, odio nacido de las desigualdades que la mujer afronta en la vida diaria en tiempo de paz.

Hasta que los gobiernos no cumplan con su obligación de garantizar la igualdad y no pongan fin a la discriminación contra las mujeres, la violación seguirá siendo una de las armas predilectas del agresor, afirma la activista de derechos humanos de las mujeres Sandra Luna.

La violación cometida por soldados es una forma de tortura que experimentan las mujeres en todo el mundo. La historia señala que la violación se usaba como instrumento de limpieza étnica. Existen informes fidedignos de violaciones públicas, realizadas ante un pueblo entero, con el fin de aterrorizar a la población y de forzar a los grupos étnicos a huir.

Las violaciones llevadas a cabo por las fuerzas de seguridad son una forma especialmente opresiva de tortura porque muchas mujeres tienen demasiado miedo y están demasiado avergonzadas como para hacer público lo que les han hecho. Algunas borran la experiencia de su memoria consciente porque rememorar el trauma les causa un dolor insoportable.

Cuando un soldado viola a una mujer, esa violación no es un acto privado de violencia, sino un acto de tortura del que es responsable el Estado.

El hecho de que muy frecuentemente los gobiernos de todo el mundo no investiguen ni castiguen los abusos que cometen sus fuerzas ha permitido que la violación se convierta en un arma de estrategia militar.

El precio que pagan las mujeres son daños psicológicos que duran toda la vida, graves lesiones físicas, embarazo, enfermedad y muerte.

De acuerdo con la periodista mexicana, Lydia Cacho, en La violencia de Estado contra las mujeres, los patrones que durante siglos han perpetrado los cuerpos militares y policíacos para atacar sexualmente a las mujeres durante algún conflicto es el siguiente: no importa si las mujeres irrumpen en el espacio público o se encuentran en sus hogares, deben ser violadas porque son el botín de guerra.

De igual forma Cacho agrega que durante siglos los códigos masculinos de guerra y control policiaco siguen reglas muy claras: sin importar que ya se haya sometido a un pueblo bajo la dictadura como en Argentina, Chile o la antigua Yugoslavia: la prueba de que el pueblo ha sido controlado es la colonización del cuerpo de las mujeres, y cuando ellas son activistas políticas o defensoras de derechos humanos, es decir, cuando cuestionan el mundo del poder, el castigo es justificado y alentado por los códigos de poder masculino a través del abuso sexual, el sometimiento violatorio con objetos como armas, fusiles o palos, como en Serbia, en Palestina, en los campamentos nazis, o en las cárceles argentinas y mexicanas.

El Protocolo de Estambul y el Estatuto de Roma, convenios civilizatorios creados para que los países se comprometan públicamente en la arena internacional y poco a poco mejoren el bienestar y la calidad de vida de su población mediante mejores prácticas judiciales, resultan inútiles, mientras no se elaboren reformas penales aterrizadas a las necesidades de cada país, afirma Lydia Cacho.

07/GCJ/GG

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