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Justicia inexplicable: vidas rotas por la violencia

Por Soledad Jarquín Edgar

Hay cosas que no tienen explicación en este mundo al revés, como decía Eduardo Galeano; este mundo donde el victimario no tiene castigo y las víctimas son lastimadas una, dos, tres veces, las necesarias. Tal pareciera que la lección es no se queje: aguántese, para qué se mete, cómo se le ocurre…

Y ese mundo al revés es de todos los días. Se manifiesta de manera severa en quienes menos tienen no sólo dinero, sino también poder. Apenas al finalizar el año tuvimos un ejemplo en el empresario de origen libanés que acusó a la periodista Lydia Cacho de difamación porque ella lo había mencionado en el libro Los demonios del Edén.

Ahí, ustedes se acordarán, Lydia denunciaba a una red de hombres, pero además hombres con poder que gustan del sexo con niñas, pederastas. La periodista, quien sufrió una serie de violaciones a sus derechos humanos durante su detención, fue muy valiente porque se metió con ese poder, muy a pesar de las pruebas que tiene. Así, Lydia, escritora y periodista, se convirtió en una víctima más de las injusticias, ésas que no logro entender por más esfuerzos que hago.

En abril de 2004, en la comunidad de Lachigoló, ubicada a sólo unos cuantos minutos de la ciudad de Oaxaca, Heriberto Vásquez asesinó a golpes a su esposa, María Luisa Agustín, de 21 años de edad. El hombre, de oficio albañil, fue detenido por la oportuna intervención de la médica de la clínica del IMSS Solidaridad, hasta dónde el asesinó llevó a María Luisa argumentando que había encontrado a su esposa en esas condiciones dentro de su casa.

La médica sospechó e hizo detener al agresor, quien más tarde pretendió justificar lo injustificable argumentando que la había golpeado y, además violado, porque la mujer lo engañaba. Nada era cierto. Los medios de comunicación locales hicieron en aquella semana santa de 2004 escarnio de esa nota con los clásicos titulares sexistas: «la mató porque la encontró con Sancho».

La familia de María Luisa se quedó con la custodia de los menores. El más grande, entonces de cinco años, podía relatar lo sucedido como si lo hubiera visto en una película. Lo digo porque como reportera lo escuché contar parte de lo que vivió su madre aquella noche de abril. Entonces supe lo que era vivir estremecida y adolorida por las demás mujeres.

En Oaxaca hay un programa gubernamental llamado Libertad a Presos Indígenas; mediante este programa, el gobierno aporta dinero para la fianza junto con la fundación Telmex Reintegra. Así, supuestamente, las personas que cometen delitos menores y han cumplido las tres quintas partes de su condena pueden obtener su libertad.

Lo inexplicable del caso es que en diciembre pasado Heriberto Vásquez obtuvo su libertad. El gobierno, diría yo, lo premió después de un año y ocho meses de prisión, porque resulta inexplicable la «aplicación de justicia» que nuevamente se hizo.

Una vergüenza en tiempos de Juárez, por aquello del Bicentenario. Una vergüenza colectiva en la que tuvieron que ver el Tribunal Superior de Justicia del Estado, la Secretaría de Protección Ciudadana y la Procuraduría para la Defensa del Indígena, y que llevó al baile a la fundación Telmex Reintegra.

Aunque hemos solicitado una explicación de la excarcelación de Heriberto Vásquez, hasta ahora nadie sabe qué ni cómo explicar. Es más, pienso que ni siquiera les interesa decir nada. Todo parece un acto de magia de Hogwarts. Ni más, ni menos.

Lo otro es que este tipo de actos solo reafirman lo que suponemos siempre, lo que hemos dicho hasta el cansancio, lo que repetiremos hasta que la historia con las mujeres cambie, hasta que esta sociedad sea igualitaria para todos y todas. Y es que la lección que nos da el gobierno de Oaxaca, que puede ser equiparado con otros, como el de Chihuahua, por ejemplo, es que aquí la vida no vale nada, menos cuando se trata de las mujeres, por parafrasear seguramente al autor favorito de muchos funcionarios públicos: José Alfredo Jiménez.

Vuelvo a la insistencia y me sumo a las muchas voces que somos. La violencia requiere ser atendida. Pero no sólo con propaganda que se pega en las paredes, no sólo con videos televisivos para una campaña, no sólo con anuncios en la radio, no sólo con conferencias y cursos.

Requiere algo más: acciones y respuestas. Así evitaremos casos dramáticos t sospechas como las que vive ahora la familia Taboada Jarquín, quien demanda se investigue a fondo el supuesto accidente en que perdió la vida María Magdalena y su hijo de tres años, quienes fueron «atropellados» por su esposo, Armando Hernández.

La duda está por la violencia permanentemente ejercida contra María Magdalena. Porque ocho días antes, Armando, hoy prófugo, le había echado el camión de volteo encima en forma amenazante al salir de una boda en San Lorenzo Cacaotepec, delante de todos los invitados, porque estaban peleando. Eso, sin contar las golpizas.

Ella, también de 21 años, había puesto una denuncia por violencia doméstica ante la Procuraduría para la Defensa del Menor, la Mujer y la Familia, pero nadie investigó y ella, junto con su hijo de tres años, están muertos. En tanto, una chiquita de dos años sigue esperando que su mamá regrese a casa. Por eso, cuando digo que hay cosas que no entiendo me refiero a la injusticia que persiste contra las mujeres, a los malos manejos de los funcionarios públicos y a la todavía existente justicia que se vende al mejor postor.

[email protected]

*Periodista mexicana

06/SJ/YT

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