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Karla: periodista, madre, joven y golpeada

Por Dora Villalobos Mendoza/corresponsal

Cuando recuerdo las golpizas que me ponía Felipe el tiempo que viví con él, sobre todo cuando me reclamo a mí misma haber aguantado tantas agresiones estando embarazada, me doy cuenta que no estaba conciente del problema tan grave que estaba sufriendo.

El testimonio que usted empieza a leer no es de una mujer extraña. Es de Karla Espinoza, compañera de labores, reportera de El Heraldo de Chihuahua y conductora del noticiero radiofónico en Antena 7:60.

Karla contó su historia el sábado pasado, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, durante las Jornadas de comunicación que organizó el Colegio de Periodistas de Chihuahua.

Decidió compartir su testimonio para alertar a las jóvenes porque, como ella dice, la violencia no distingue edad, religión, nivel educativo ni estrato social. Cualquier mujer está en riesgo de padecerla.

Ella se fue a estudiar a Monterrey la carrera de periodismo y allá conoció a Felipe, uno de los muchachos más guapos y atractivos de la escuela.

Felipe no era su tipo porque ella siempre había sido una chica rebelde y él es más bien conservador, pero sus compañeras la convencieron de hacerle caso cuando él la pretendía y pronto se sintió afortunada de ser la novia del joven más popular en la escuela.

Cuando el muchacho le regaló un teléfono celular pensó que era un caballero. Nunca se imaginó que su intención era vigilarla y controlarla. Lejos de molestarle, le halagaba que le hablara a cada rato y le preguntara todos los detalles de lo que hacía.

Cuando la empezó a celar, lo justificó pensando que la quería mucho. Lejos de reclamarle, le agradecía que le mostrara tanta atención.

La primera agresión ocurrió cuando todavía eran novios. El la celó por una tontería, la tomó del brazo y la sacó del salón. Ella se molestó, le alzó la voz y se fue a su casa.

El la siguió. En el departamento siguió la discusión. Ella le aventó un vaso con jugo que traía en la mano. Él la sometió a golpes.

Aunque Karla se molestó mucho y juró nunca volver con él, al poco tiempo reanudaron la relación amorosa. Felipe le pidió perdón, le juró que él no es violento y que nunca la volvería a agredir.

Se fueron de viaje a Estados Unidos y cuando regresaron decidieron vivir juntos. Ella tenía un mes de embarazo. El le pidió matrimonio y ella aceptó. Fijaron la fecha para cuando concluyera el semestre.

Karla comentó sus planes con sus padres y ellos la apoyaron. Le enviaron recursos para que rentaran un departamento y se fueron a vivir juntos.

Ambos siguieron estudiando. Felipe batalló para encontrar trabajo. Karla se convirtió en ama de casa y poco a poco fue abandonando la escuela.

Ella justificaba la actitud celosa y posesiva de Felipe, quien no le permitía vestir escote ni juntarse con sus amigos.

La agresión regresó poco a poco. Primero fue un jalón de cabello, luego una cachetada y finalmente golpizas que le dejaban moretones en todo el cuerpo.

Bastaba que ella lo contradijera, le alzara la voz o se atreviera a salir sin su consentimiento para que él la violentara.

Cuando Karla le contó a la mamá de Felipe lo que estaba ocurriendo, la señora le aclaró que el amor es sufrimiento y le recomendó acercarse a Dios.

La joven le hizo caso y pronto se convirtió en devota de la religión cristiana. Cuando se le ocurría pensar que su situación estaba mal, que no era normal que aguantara tanta agresión, siempre caía en la conclusión que ella provocaba la violencia con su actitud rebelde y se prometía a sí misma no volver a provocar a Felipe.

Karla vivía prácticamente secuestrada. Dejó de ir a la escuela, sólo salía con Felipe y no podía hacer llamadas telefónicas a su familia sin que él se enterara.

Llegó a grado de encerrarla con llave en su casa para estar seguro que no saliera. Le compró un teléfono celular y sólo él tenía el número para evitar que alguien más le hablara.

Pero Karla no era conciente de la problemática tan grave que enfrentaba. Siempre justificaba la conducta de Felipe y pensaba que cambiaría.

Una ocasión, después de una golpiza, le habló a su mamá. No le contó los detalles, pero a grandes rasgos le dijo que Felipe la agredía. La señora le dijo que todas las parejas tienen problemas y le sugirió que hablara con el joven.

Karla se sintió desprotegida. No sabía a quién más acudir. A su papá nunca le contó porque no sabía como reaccionaría, temía que tampoco la entendiera o que fuera a Monterrey y agrediera a Felipe.

La violencia se fue agravando cada vez más. Lo que más remuerde la conciencia de Karla es el daño que le provocó a su hijo.

Recuerda que cuando Felipe llegaba a la casa, el bebé dejaba de moverse en su vientre, como una reacción de miedo.

Gracias a que era querida por todos los maestros consiguió que le permitieran hacer los trabajos en su casa y enviarlos a la escuela por Internet para no perder el semestre.

Pero ocasionalmente tenía que acudir a presentar exámenes. Una de esas veces se encontró con su amiga Brenda y le contó entusiasmada que pronto sería la boda.

Brenda la enfrentó. Le dijo que todos en la escuela sabían de la agresión que sufría y le recomendó que no se casara.

La amiga obligó a Karla a enseñarle los moretones que tenía en los brazos producto de los golpes que le propinaba su pareja. Ahí encontró el apoyo que sin saberlo estaba buscando. Brenda le dijo que pensara seriamente si quería vivir con un hombre que la violentara.

Cuando llegó a su casa Karla no dejaba de pensar en las advertencias que le hizo su amiga. Le daba vueltas y vueltas al asunto. Sabía que Brenda tenía razón pero no se animaba a dejar a Felipe. No sabía cómo hacerlo. Pensaba que no tenía derecho a dejar a su hijo sin padre.

El muchacho le había advertido que cuando terminaran la carrera ella tendría que dedicarse al hogar porque sólo él trabajaría. También le había advertido que tendrían varios hijos.

Karla empezó a reflexionar todo. La violencia que estaba sufriendo y el futuro nada halagüeño que tenía enfrente. Poco a poco se le fue aclarando la situación.

Una noche que Felipe la agredió decidió que sería la última golpiza que aguantaba. Tenía seis meses de embarazo. Se levantó muy temprano, hizo su mochila y se vino a Chihuahua sin aviarle al muchacho.

Sus padres la recibieron con los brazos abiertos. Regresó a Monterrey a concluir el semestre y aprovechó para sacar a Felipe del departamento. El muchacho no se quería salir, pero un amigo de Karla que estudiaba Derecho lo amenazó con demandarlo.

El tiempo, el apoyo de su familia y, sobre todo, el amor de su hijo, han sido los mejores aliados de Karla, quien poco a poco ha ido recuperando la autoestima.

Ahora es una destacada periodista. Sabe que ella, como todas las mujeres, merece la felicidad y está luchando por conseguirla. Su niño está por cumplir tres años. Nunca volvió a ver a Felipe.

Todavía no sabe cómo una joven como ella, que nunca vio agresiones en su familia, que estudiaba en la universidad, que era una chica rebelde y progresista, pudo ser violentada por un hombre.

Cuando recuerdo esa parte de mi vida siento que estuve desmayada, que no sabía lo que hacía porque la verdad no era conciente que el problema que tenía era muy grave, confiesa.

Ella más que nadie sabe que cualquier mujer, sin importar la edad, el nivel educativo o el estatus social, puede ser víctima de la violencia. Por eso se atrevió a compartir su testimonio. Vaya desde este modesto espacio un reconocimiento por su valentía.

06/DV/GG

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