La inmigración indocumentada es uno de los retos más fuertes a los que se enfrentan los gobiernos del mundo.
En Europa, de manera furtiva, todos los días mujeres y hombres residentes del continente africano se atreven a desafiar a la mar: apuestan la propia vida y la de sus hijas e hijos, para encontrar tierra firme y laborar en lo que sea y como sea. Sólo basta abrir un periódico y encontrarse con la noticia de la muerte de inmigrantes por intentar llegar al sueño europeo.
Apenas este jueves estando de visita en este país me entero sorprendido, en la radio, televisión y prensa, de la muerte de 14 personas, entre ellas 9 niños, ¡de 12 meses y 4 años en promedio!, porque la patera en que viajaban quedó a la deriva en pleno océano por cinco días.
De los 33 sobrevivientes fueron rescatadas 13 mujeres, tres de ellas embarazadas, todas en mal estado.
Leo que el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, al enterarse de la tragedia, desde Marruecos, país en que realizaba una gira de Estado, critica a las grandes potencias por no haber aportado el 0.7 por ciento del Producto Interno Bruto para evitar que los países más pobres expulsen a sus ciudadanos en búsqueda de la subsistencia mínima.
Zapatero, según los medios de comunicación españoles, se comprometió encabezar una reunión de carácter internacional para discutir y enfrentar este grave problema, que «desestabiliza» a las naciones europeas ahora incapaces de atenderlo.
Estos días he recorrido la «Gran Vía» de la ciudad de Madrid, una de las principales y más transitadas calles de esta ciudad ibérica; me ha dado la impresión de que a quienes deambulan por allí se les ve alejados de los grandes problemas; parecen existir ellas, ellos y su limitado alrededor
Una reciente encuesta publicada me confirma este hecho: la mayoría de españoles quiere de su gobierno mayor firmeza contra la población inmigrante indocumentada.
Pero hay una realidad incontrovertible: la inmigración indocumentada llega a costas españolas en búsqueda de un sueño y es presa de una pesadilla. La someten a jornadas y trabajos inhumanos en las plantaciones donde queda atrapada a riesgo de ser denunciada con la extradición sumaria.
Las mujeres y hombres sin documentos que llegan a Europa sufren de condiciones laborales desastrosas, en violación con todos los derechos a los que pueden aspirar. Ellas y ellos están sub pagados y generalmente no se benefician de ningún seguro social ni estabilidad en el empleo.
En la ciudad de Barcelona me he encontrado a cocineros, meseros, a trabajadores de la construcción de origen asiático y latino.
Los servicios de basura en su mayoría están atendidos por hombres de origen africano (al menos es lo que he visto); en todas esas áreas incluyendo, hotelería, limpieza y trabajo doméstico (ocupadas en su mayoría por mujeres) parecen destinados a la población inmigrante.
La inmigración indocumentada se ha convertido en los equilibrios «necesarios» de la sociedad europea para mantener un desempleo «adecuado» y salarios que no rebasen determinados límites. Es un «mal necesario» que cuando rebasa ciertos límites se compensa con expulsiones controladas.
Las y los extranjeros son contemplados por gobiernos y empresarios como simple mano de obra y sus resultados. Su deseo es lograr una inmigración seleccionada en función de sus necesidades laborales, alineando la duración de la estancia con la contratación laboral. Las autorizaciones de trabajo son otorgadas en función del nivel de calificación y del sector de empleo.
Jeremy Rifquin, en su libro El sueño europeo, reflexiona que hace tan sólo cien años Europa sufría una auténtica «hemorragia de personas: millones de almas desesperadas arriesgaban su vida y su integridad física con el objetivo de rehacer sus fortunas en un nuevo continente».
El autor se pregunta: ¿qué pasa con ese Viejo Mundo, ese purgatorio dominado por las castas y las clases del que huyeron tantas millones de personas para empezar de nuevo en el Edén americano? Ahora se presenta una contradicción histórica: cada vez son más las mujeres y los hombres inmigrantes que escogen Europa en lugar de Estados Unidos.
En Europa aparecen 644 mil 688 inmigrantes de Marruecos, pero de sudamérica, estando a la cabeza los ecuatorianos, luego están colombianos, bolivianos, argentinos, peruanos, brasileños, cubanos, dominicanos, paraguayos y venezolanos quienes suman en total un millón 608 mil 577 residentes no comunitarios.
¿Cómo explicar la inmigración sudamericana que rebasa a la africana a pesar de su cercanía? ¿Por qué no eligen a los Estados Unidos preferentemente, si es su referencia más cercana? ¿Se deberá a la existencia de un muro entre las fronteras estadounidense y la mexicana? ¿Será por que no existe una muralla que impida el cruce de las y los inmigrantes en Europa?
Es una diferencia de estilo pero con resultados similares.
La vicepresidente de España ha señalado que «no existe asilo por naufragio» refiriéndose a sobrevivientes de la patera de la semana reciente; pareciera disculparse diciendo: Siento lo sucedido, pero mi deber es perseguir a los inmigrantes».
La comunidad internacional tiene que dar respuesta a la población inmigrante indocumentada que se encuentra en todos lados y escenarios. Los intereses de la sociedad de mercado no pueden imponerse contra la miseria; ello confronta la esencia de la humanidad, aniquila la dignidad y la vida misma.
* Abogado, especialista en temas de justicia, profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana.
08/MF/CV
