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La migración pende de la seda

Por Soledad Jarquín

Los colores mágicos de la naturaleza, un proceso biológico que de insecto se convierte en materia prima; el conocimiento ancestral, las manos que sorprenden y el deseo de superarse son algunos de los múltiples elementos que se unen en un lugar donde el aire huele a encino y flores silvestres, la tierra a esperanza y a veces a olvido. Son las habitantes de Cajonos que transforman a las mujeres en mariposas con alas de rebozos de seda.

Es el cultivo de morera, que sirve de alimento para los gusanos de seda, que encapullado se convierte en hilos que se tiñen con colores de la naturaleza y que en madejas son llevados a pequeños telares para obtener rebozos.

Todo ello es un proceso que de acuerdo con los técnicos y estimaciones de las propias artesanas, alcanza unos cien días de espera, que les permiten obtener entre dos a cuatro mil pesos, dependiendo del color y la calidad del producto.

Es la Sierra Juárez, los Cajonos, donde pese a los siglos pervive la polémica de los santos o traidores, porque como cuenta la historia hubo un tiempo en que China estuvo apunto de ser desplazada en la producción de gusano de seda por Oaxaca.

Nadie sabe que sucedió, pero el proyecto fracasó entonces por el interés de los propios productores nacionales. Ya casi nadie se acuerda de eso, excepto Esperanza Zárate López, mujer zapoteca, tiene poco de haber regresado de Estados Unidos.

Desde que dejó de migrar es presidenta del Comité Regional de Cajonos, población a la que se llega por poco mas de dos horas de viaje por carretera desde la capital del estado, organización por 45 mujeres, de San Miguel, San Francisco y San Pedro Cajonos.

Un lugar donde las montañas no se ven y los caminantes buscan los caminos para resarcir el pasado, mientras otras y otros, los menos en algunos momentos, se quedan para mejorar la vida, encontrarse útiles, aprovechar lo propio, para no irse jamás.

Esperanza Zárate López dejó de emigrar para asentarse en este corazón de los Cajonos. Con el sueño de hoy, hace honor a su nombre. Ella es zapoteca con pruebas suficientes, con la lección aprendida de que lo mejor que se tiene en la vida está en la comunidad.

La presidenta del Comité Regional de Cajonos, que reúne a las tres comunidades: San Miguel, San Francisco y San Pedro Cajonos, explica que ancestralmente aprendieron a cultivar el gusano de seda, mediante una técnica introducida por los españoles en el siglo XVI, y luego a tejer rebozos, a los cuales se les planea agregar diseños especiales.

Son siglos de conocimiento apenas visible y que hoy, señala Esperanza, «tenemos que aprender bien y mejorar, porque estamos pensando que nuestros productos tienen que estar ante los ojos del mundo.»

La producción de estos artículos que las mujeres lucen en fiestas, lleva al menos de 40 días de trabajo permanente, que en las cuentas de los técnicos agrónomos apenas se traduce en 25 rebozos por comunidad en un año.

En San Miguel Cajonos, municipio disminuido por su alta migración- se estima que viven solo el diez por ciento de las personas que nacieron ahí, y que familias enteras se han ido de este alto rincón de la Sierra Juárez-, Esperanza Zárate López, explica que el proyecto empezó con la siembra de moreras, árboles cuyas hojas son el único alimento de los gusanos de seda.

Luego viene la crianza del gusano, a penas dos «cosechas» en un año, una en abril y otra en agosto, en plena época de lluvias. Con detalle explica que dependiendo de cuidado que se le de al «gusano de seda» se obtienen los capullos, de ahí el espero y la dedicación que se pone.

Después viene la cosecha de los capullos, para mediante un conocimiento artesanal, se obtiene la materia prima que se lava, seca y limpia. Se trata de madejas de hilos que a simple vista podían compararse a la «estopa».

Estas madejas son devanadas manualmente, con pequeños husos que las mujeres hacen girar, mientras que con la otra mano desenredan la seda, lo que hace muy difícil y dilatado el trabajo, por lo que ahora se ayudan con pequeños tornos eléctricos, buscando agilizar esta delicada tarea.

Así pasan los días las mujeres de estas comunidades, sin perder su tiempo, dando a su trabajo el toque mágico de convertir una cosa en otra, una industria de la transformación que no es vista.

Este proceso seria un segundo tiempo artesanal, también delicado y que concluye con un arco iris de colores naturales, especiales, sólo posibles en este medio, en estas montañas de bosques de encino.

Y finalmente el rapasejo o el tejido especial que se da en las puntas de cada rebozo y que nuevamente requiere de un diseño que se traza en cada mente y que se convierte en realidad entre las manos de las mujeres artesanas.

Tanto Esperanza Zárate López como Esperanza Flores Domínguez, de Santo Miguel Xagacia; comunidad cercana a Cajonos que se involucra en este proceso, coinciden que han mejorado su calidad de vida.

El cambio no sólo es en lo material, pues mientras que la primera considera que esta es una forma de detener la migración, la segunda dice que ello significó la posibilidad de descubrirse como persona, capaz de contribuir económicamente y darse cuenta de lo bien que se siente.

Esperanza Flores cuenta que en primer lugar tuvo que asistir a un curso de capacitación para aprender el proceso de cocimiento de los capullos, del cual obtienen las madejas de seda, » la primera vez que lo hice sola y me salió bien, tuve una sensación diferente, fue algo muy importante para mi.»

La mujer serrana con cuatro hijos y 37 años de edad no puede ocultar su satisfacción. Está contenta y llena de ilusiones nuevas, «que iba a pensar que así sería; una esta acostumbrada a lo de siempre y de pronto descubre que puedes hacer cosas diferentes, pues estoy motivada».

Hay mucho que hacer dice Esperanza, la presidenta del Comité Regional, que favorece a unas 45 mujeres de las tres comunidades. Todavía hay que avanzar, producir más tener mayor rendimiento, necesitamos espacios adecuados para la crianza de los gusanos, garantizar una buena producción de rebozos y, luego, lo que sigue, vencer los retos que nos impone la comercialización.

Y es que -apunta la entrevistada- obtener un rebozo tiene un proceso de elaboración de 40 días, tiempo al que hay que agregar otros meses para su venta. Es decir, desde el inicio hasta el final pasan cien días de espera, una espera que se vuelve lenta, muy lenta, pero que se tiene que vencer para lograr los sueños.

Así que ya sabe, cuando tome un rebozo de seda en sus manos, con sus colores añil, púrpura, turquesa, amarillos y naranjas exóticos, piense en el esfuerzo de las comunidades serranas, en que también usted al comprarlo a su precio real contribuye a evitar la migración, sostiene las mujeres de Cajonos.

2005/SJ

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