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La soledad soleada

Por Marta Guerrero González

Vemos a las y los adultos mayores en sus sillas o mecedoras «puestos al sol» como si de un tendedero se tratara. Los huesos, -dicen- cuando uno se hace viejo duelen y el sol reconforta el dolor del frío que cala y perdura en la entraña misma de la médula.

Por las mañanas y en buenas tardes las y los vemos asolearse, a ratos adormilados y otros husmeando el vecindario. Sin embargo, dicha parsimonia ha dejado de ser segura, ahora representa un grave riesgo dejar a las y los «adultos mayores al sol».

Porque -nos dicen- no falta quienes se le acerque, a veces con ganas de platicar un rato, pero lo que antes era una distracción ahora entra en el ámbito de la inseguridad, sobre todo desde la aparición de asesinos seriales en contra de las adultas mayores.

Y es que, nos alegan, no los han pescado (a los asesinos) y lo que hacen son echar cortinas de humo con el fin de que olvidemos el riesgo que estamos corriendo las personas mayores.

Las y los entrevistados están convencidos que los encargados de la impartición de justicia no tienen ni idea de quién o quiénes las están matando. Pero, además, piensan que pueden ser los mismos del «gobierno para negarles la pensión que antes les daba de buen gusto (Andrés Manuel) López Obrador».

En las entrevistas pude constatar la renuencia que existe por parte de la población a otorgar el muy mínimo crédito a las policías, como individuos, y a las corporaciones como tales, pues alegan que les piden dinero para protegerlos contra los asesinatos. Es decir, «nos venden la protección como en los tiempos del Chicago de Al Capone».

Ellos saben la lucha entreverada que está dando el hampa, en la central de Abastos, en Tepito, en las galeras de la Doctores y deducen que las autoridades no se dan abasto, que el crimen ya rebasó al gobierno y que va a ser muy difícil que después de las elecciones la situación cambie, pues durante las campañas la gente se desboca y las riendas se sueltan «de peor manera» ya que tibios y troyanos, todos, están ocupados en sus ambiciones personales y se olvidan de la ciudadanía, además del gastadero para la compra del voto, se descuidan las acciones que el gobierno debería de emprender con mayor cuidado.

«Para un contrabando que destruyen, aunque sean toneladas de discos o de zapatos, entran al barrio cientos a la vista del todo el mundo, y si eso no fuera verídico, ahí tienen a los puesteros instalados tan campantemente en la vía pública vendiendo toda su fayuca.

¿A ver, nomás dígame quién se va a fijar en los ancianos, con todos los secuestros, robos, violaciones que se dan a diario en la capital? Pues nadie y luego como somos pobres, muchos de nosotros no votamos, algunos ni podemos movernos, no más estamos asoleando nuestra vieja vida, pues peor. «Este es el nutrido grupo de fervientes y agradecidos admiradores del Peje.

Así va la cosa. Y es que unos centavos no los hace sentirse útiles ni tomados en cuenta. El populismo es un arma de doble filo.

05/MG/SJ

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