Inicio Las violaciones sexuales a mujeres, ataques cotidianos en tiempos de guerra

Las violaciones sexuales a mujeres, ataques cotidianos en tiempos de guerra

Por Miriam Ruiz

El miedo se fermenta en sus sueños, sus relaciones afectivas y su futuro, mientras que ellas siguen adelante después de una o varias violaciones, hasta hoy la forma más común de tortura para mujeres durante los conflictos armados.

Helen Bamber, enfermera de 76 años, fundó en 1985 la Medical Foundation, un proyecto de atención integral a personas en busca de asilo en Gran Bretaña, y que huían de conflictos diversos en sus países, donde habían sufrido tortura. Hasta hoy el organismo ha atendido a más de 25 mil personas de 89 naciones. Una de cada cuatro son mujeres y esta proporción aumenta.

En ambientes de conflicto, «la violación y ataques sexuales, como otras formas de tortura incluyen siempre amenazas al futuro de la persona agredida,» señaló Bamber en entrevista telefónica.

Las usuarias y usuarios de la Medical Foundation dan testimonio de lo anterior. Se les dice a las víctimas que nunca podrán tener hijos o que nunca serán lo mismo para sus maridos y ellas lo creen, especialmente si provienen de culturas donde hablar de sexo es casi un tabú y desconocen el funcionamiento de su cuerpo.

«Donde hay conflictos bélicos o violencia étnica, existe el abuso sexual, siempre aunado a otras formas de tortura y hostigamiento», continuó Bamber.

Actualmente, la mayor parte de las personas que llegan a la Medical Foundation, 99 por ciento de las cuales son refugiadas, provienen de Africa y Asia, aunque en el año 2000 se recibieron 70 casos de Colombia, 30 de Ecuador y siete de Perú.

En Africa destacan los expedientes de ocho mujeres jóvenes provenientes de la conflictiva zona del Gran Bulawayo en Zimbabwe. Cada una de ellas fue violada por estar vinculada a la oposición del gobierno de Robert Mugabe, acusado de corrupción y autoritarismo.

Elizabeth, con 21 años de edad es un caso típico. Una mañana tocaron a su puerta, un grupo de hombres entró para colocarle una capucha negra en la cabeza y conducirla a un edificio en un lugar aislado.

Asustada y desorientada, según su testimonio a la Fundación, estuvo detenida durante dos días, en ese tiempo fue golpeada y cuestionada por sus actividades en un partido político de oposición. Fue vejada y violada por unirse a un movimiento juvenil crítico de Robert Mugabe.

La ginecóloga de la fundación, Petra Clarke, asegura que con el paso del tiempo las huellas físicas de la violación son casi imperceptibles en la mayoría de los casos, son las reacciones emocionales las que revelan que una usuaria ha sido violada.

Una respuesta clásica, dice, es negarse a confrontar el cautiverio. Pero al saber que no hay daños físicos después de un primer examen, las víctimas de violación recuperan una parte de su autoestima, dañada también por las injurias y amenazas durante la tortura.

También es fuente de gran preocupación la posibilidad de contraer una enfermedad de transmisión sexual, particularmente en Zimbabwe, donde uno de cada cuatro adultos es seropositivo, de forma similar en otras regiones de Africa.

En América Latina, Colombia es el peor caso de la región, asegura Perico Rodríguez, sobreviviente de un centro de detención en Argentina durante la última dictadura militar, y quien trabaja en la Fundación desde sus orígenes.

«La gente colombiana deja un hermoso país por la ineficacia del gobierno para garantizar su seguridad,» señaló al indicar que el persistente machismo en Latinoamérica provoca que las mujeres continúen siendo botines de guerra.

El equipo que integra la Medical Foundation, que incluye a más de 60 traductores, está convencido de que los Estados tienen responsabilidad sobre estas torturas sexuales, así como los gobiernos que las promueven y toleran, y los países que niegan asilo político a quienes las han padecido.

Aunque la principal tarea de la Fundación es curar las heridas de la tortura, sabe que una buena parte de las personas que llega corre peligro si son deportadas, por lo que entre sus tareas está también abogar ante el gobierno británico para que cumpla sus obligaciones internacionales en ese aspecto.

«Queremos exhibir esta realidad, que la gente tenga el valor donde sea que descubra casos de tortura, para hablar de ello y denunciarlo,», asegura Helen Bamber.

       
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