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Los gobiernos, sin voluntad para atacar al tráfico de mujeres

Por Miriam Ruiz

El tráfico sexual de mujeres se extiende por todo el planeta con una constante: en un extremo hay una mujer sin oportunidades, en el otro, un gobierno sin voluntad política para atacar el problema.

Cada año, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), dos millones de mujeres son víctimas del tráfico en Asia. A Estados Unidos entran así 700 mil mujeres, sostiene el Departamento de Estado de ese país.

Las cifras son inexactas, pero «¿qué tan grande es lo grande?», se pregunta Andrew Morrison, especialista en violencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

En la capital de Bangladesh, Dhaka, la abogada Fawzia Karim Firozwe ha testificado cómo las mujeres se venden en mercados abiertos por dos mil taka, aproximadamente tres mil 400 pesos (340 USD).

Desde Berlín, Karim cuenta a CIMAC el inicio de su lucha, cuando buscando proteger a las mujeres de los crímenes de honor y otras agresiones tenían que encarcelarlas como única alternativa para que ellas estuvieran seguras. Empezaron a llegar, con mayor frecuencia, las víctimas del tráfico con fines sexuales.

La inestabilidad económica y política, junto con la avaricia, son las causas de raíz para este problema que involucra a mujeres y niños principalmente, declaró la abogada.

Las víctimas, 60 por ciento de las cuales son menores de edad, salen de su país con mayor frecuencia hacia la India y a los Emiratos Arabes Unidos para la industria pornográfica y el turismo sexual, pero también para la construcción y el trabajo doméstico. Los niños de siete a 12 años de edad también les sirven para cuidar camellos en los reinos de Medio Oriente.

Llegan con la esperanza de un trabajo y se hallan inmersas en el mercado sexual causando que las cifras de vih se disparen en Bangladesh y su vecino, Nepal: en la India, 60 por ciento de las trabajadoras sexuales son portadoras del vih.

Como si fuera una película de ficción, entre 1990 y 1997, seis mil menores fueron traficados, raptados o reportados como desaparecidos de 250 pueblos, según un estudio de la Asociación Nacional de Abogadas de Bangladesh, de la que Fawzia Karim forma parte.

Para muchas mujeres etíopes, refiere Tafesse Negash, asesor de la Agencia de Cooperación Técnica alemana (GTZ), salir a un mundo incierto significa resolver un solo dilema: resistir la hambruna o ganar 100 dólares mensuales. Su hermana fue víctima del tráfico.

En Etiopía, los traficantes se valen de los matrimonios arreglados en Dubai, uno de los más activos emiratos. También van a trabajar en el servicio doméstico, en la peor acepción de la palabra «criada o sirvienta» o a la industria sexual al Medio Oriente, Líbano, Bahrain, Arabia Saudita.

Tan sólo en Beirut trabajan entre 15 y 20 mil mujeres etíopes, de acuerdo con la Comisión Pastoral de Migrantes Afroasiáticos en el Líbano.

Sin importar su nación de origen, las mujeres en Medio Oriente son acusadas de robo por sus patrones o son víctimas de golpes, violencia verbal o sexual y secuestros; trabajan jornadas extenuantes.

Al final, les niegan el salario e incluso los alimentos, coincidieron especialista en el panel sobre tráfico de mujeres durante la Conferencia Internacional «Erradicando la violencia hacia las mujeres y las niñas» que reunió a gente de 40 países este diciembre en la capital alemana.

CON EDUCACIÓN, SIN FUTURO

La otrora república soviética de Uzbekistán llega al mundo globalizado con 24 millones de habitantes en grandes desventajas. Una es el sustrato cultural, tan conservador que el albergue para mujeres maltratadas ha tenido que llamarse «Centro contra fuego», un eufemismo para los casos en que los maridos intentan incendiar a las esposas.

Para el gobierno uzbeco, el tráfico de mujeres «no es prioritario, piensan que sobreestimamos el problema, dicen que es un caso cerrado», titubea al hablar Nadira Karimova, del Centro de Información Generación Futura.

Por ello, la tarea de esa organización ha consistido principalmente en hacer campañas de prevención entre las estudiantes con una línea telefónica de ayuda y el folleto «Te ofrecen un trabajo muy bien remunerado…»

A diferencia de las ciudadanas analfabetas de países depauperados, las jóvenes de Uzbekistán caen presas en las redes que buscan jóvenes educadas y hermosas. El destino final para ellas con frecuencia son las bases estadounidenses en Corea del Sur.

EL CONTRATO

Un contrato comentado por la señorita X de Uzbekistán, del cual CIMAC posee una copia, ofrece contratación exclusiva de la empresa «Tour Enterprise» como bailarina en Corea del Sur, adquiriendo la obligación de dar vivienda y 500 dólares mensuales a la empleada.

Ella queda obligada a vivir exclusivamente en el departamento de la empresa, llegar al sitio de trabajo en el horario establecido por el empleador y «brindar servicios profesionales de alta calidad», quedando prohibido para ella el uso de alcohol, drogas o el trabajo como prostituta.

La señorita X comenta que para empezar, antes del viaje le hicieron firmar un contrato en un idioma desconocido y que otra compañía, por cuestiones de impuestos, se haría cargo del grupo de bailarinas. Al arribar a Seúl, Corea, les robaron sus pasaportes.

Hacían «strip-tease» siempre bajo amenazas de llamar a la policía. Antes del espectáculo, las forzaban a alcoholizarse e ingerir píldoras. Después, a irse con los clientes.

La vivienda consistía en un cuarto cerrado bajo llave que compartía con otras ocho jóvenes, sin comida, pero con ratones. Jamás vio un dólar.

La señorita X, comenta en el contrato, pasó ocho meses en Corea, sin especificar si bailaba para soldados estadounidenses. De esos meses, siete estuvo en prisión. Logró regresar a Uzbekistán.

AL ENCONTRARLAS

El final feliz parecería llegar cuando escapan o la policía descubre la red y las repatrian. No es así.

«Vea qué hace con ella», conminó una madre de una adolescente repatriada a la abogada Karim en Bangladesh, donde funciona el único albergue, creado por el movimiento de mujeres, con la capacidad para atender 250 víctimas.

«En el pueblo no nos dejan dormir, los hombres tocan nuestra puerta en las noches reclamando que si la han usado los hombres de Pakistán porqué ellos no», explicaba la campesina.

Para reinsertarse en la sociedad, estas mujeres estigmatizadas tienen el reto de aprender un oficio para ganarse la vida, coincidieron los especialistas.

Las marcas emocionales son profundas, relató a esta agencia Annette Funk, feminista y funcionaria de la GTZ. «Requieren atención constante, temen que los traficantes las encuentren, están deprimidas y con frecuencia buscan la manera de quitarse la vida».

Alemania está en medio de la llamada Ruta Española. Las mujeres del Báltico llegan a esa nación donde son forzadas a la prostitución hasta que están «listas» para ir al sur de España.

Aunque la policía alemana solamente detectó 755 víctimas del tráfico en el 2000 (70.5% provenientes de Lituania, Rusia y Ucrania), junto con un grupo de organizaciones englobadas en la red KOK, han diseñado un programa de atención, donde las mujeres encontradas en redadas reciban atención como víctimas y no como criminales.

En los años 80 se detectó el problema en Alemania, cuando las víctimas provenían del sur de Asia o de Africa, explicó Eva Schaab, de la organización Solidaridad con las Mujeres en Dificultades (Soldowi, por sus siglas en inglés).

Soldowi es responsable de hacer ver a las autoridades que las mujeres son víctimas y, en ocasiones, potenciales testigos protegidos.

Desde 1987, con siete centros y albergues, la organización civil busca para las víctimas hospedaje seguro, permiso de trabajo, clases de alemán e intervención en crisis, además de acompañar a las mujeres que se animan a testificar contra los traficantes.

       
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