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Los montes se meten por puertas y ventanas

Por Marta Guerrero González

La lluvia se lleva todo: la cosecha, los cerros, las casas; carreteras, postes y banquetas. Encabritadas en las lomas las casas se avecinan en cimientos mortíferos por fugaces, y se arriesgan, pared con pared, a soportar la siguiente tromba, el próximo temblor, la extenuante mordida para la autoridad que se hace de la vista gorda, porque de todas maneras no tienen lugar, no hay sitio para ellos por la simple razón de que no son dueños de nada, pues encaramados en las laderas lo único suyo es la supervivencia.

Por desgracia ni eso tienen seguro, el agua o la sequía, para el caso da lo mismo; fenómenos naturales. Como resulta natural que sus casas se les caigan como naipes, y también es natural que el monte se les meta por las puertas y ventanas hasta aplastar el techo, ese techo único que les da la pobreza y la falta de humanidad de nuestros gobiernos; natural, decía, que el torrente que arrastra el lodo se lo lleve todo, que desgaje el peñasco y lleve a los hijos en el tobogán de la muerte, porque no hay empleo y el que a veces sale lo pagan muy mal; no alcanza ni para comer siquiera, mucho menos para fincar en zona segura.

En tierra empinada por lo menos las autoridades dejan vivir por unos pesos. Sin embargo la tierra se sacude, el agua a raudales limpia, arrastra y carga con las pocas pertenencias que se tenían.

¡Pobres gentes! Dicen los que no se consideran gente, cuando los ven en la pantalla de la tele, sacando el lodo a cubetazos, ven sus colchones flotar en el chocolate, un zapato hace de chalupa y la mujer con todo aquello hasta la cadera pide ayuda al gobierno.

Le dicen que tiene cuarenta segundos para hablar y piensa que en ese tiempo lo mejor es nombrar el inventario de sus cosas, por si hay modo de recuperar algo, y si le sobra tiempo dirá que le duelen los brazos, que siente partida la espalda de cargar el peso de la tierra mojada, que la lluvia cae sin tregua, que la tarea es inútil pues en unas horas vendrá otra tormenta y luego otra y más agua cada día, que el viejo tose con sangre…

Pero no, la tele debe cumplir con otro compromiso. Hay personas que han perdido parte de sus jardines y se han afectado sus paredes, por el desbordamiento del río Hondo. Claro que un poco de culpa hubo al fincar en zona federal, pero eso nadie lo reclama, nadie sabe o supo, pero los camiones, bomberos y ambulancias bloquean el tráfico y se yerguen en un estandarte de clemencia humanitaria.

La «pobre gente» pide ayuda a sus vecinos, mientras a lo lejos se oyen los helicópteros de las cadenas de noticieros, ellos no son noticia: son un desastre natural, con esos materiales y esas construcciones era natural que sus casas se derrumbaran, que sus vidas se arruinaran y sus poquísimas cosas «sin valor alguno» se perdieran, aunque para otros se trate de su patrimonio.

¿En cuánto valúa los daños, señor Guzmán? En doscientos mil pesos. ¿En cuánto valúa los daños doña Rosita? En todo, era cuanto teníamos.

2003/MG/GMT/MEL

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