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Matices de la violencia feminicida en Cuba

Por Dalia Acosta

Todavía le cuesta reírse, hablar con una persona extraña, contar su historia. Tiene 27 años, dos hijos y hace apenas cuatro o cinco meses que logró separarse de su esposo y poner fin así a la cadena de violencia que la ha perseguido desde la niñez.

No dice su nombre y es mejor no preguntárselo, aunque ya tiene trabajo en un laboratorio del sistema de salud, gana un salario decoroso y recibe ayuda. Esta mujer de la ciudad de Pinar del Río, a 140 kilómetros de la capital de Cuba, no lleva marcas visibles pero aún no logra superar «los golpes que le dio la vida».

Todo se convirtió en un infierno el día en que, apenas con ocho años de edad, vio morir a su madre aplastada por un camión de basura. Después de eso, dejó la escuela en sexto grado y «tuvo que estar con hombres» para criar a su hermano más pequeño. «Si no lo hacía, se me iba a morir», cuenta al Servicio Especial de la mujer (SEM) de Cuba

Se casó a los 18 años y a los 20 tuvo su primer hijo. El padre de sus hijos la maltrató desde el primer día. «Me pegaba por cualquier cosa y lo hacía delante de los niños. El nunca tomaba alcohol, pero sí me contó muchas veces que cuando era chiquito su padre le pegaba mucho».

Tras separarse de su pareja, ella acudió casi a diario, durante mucho tiempo, a la Casa de Orientación a la Mujer y a la Familia de la ciudad de Pinar del Río. Allí le encontraron empleo y ahora están buscando una plaza en un círculo infantil y una escuela que funcione internado de medio tiempo para sus hijos.

Cristina Mora, de la Casa de Orientación de la Mujer, se ha convertido en su hada madrina. Con una experiencia de 11 años atendiendo problemas sociales, Mora piensa que a esta mujer le fue muy difícil tomar una decisión. «Un día nos sentamos a hablar de lo que estaban viviendo sus hijos todos los días y eso la golpeó duro».

UN TRABAJO DESCONOCIDO

Poco se conoce entre la población cubana del trabajo de las Casas de Orientación a la Mujer y a la Familia creadas por la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) hace casi 15 años.

Incluso en Pinar del Río, donde no son pocas las personas que llegan a la sede de la FMC o a la Casa de Orientación buscando ayuda, es aún común escuchar que una mujer no sabe adónde acudir cuando es víctima de violencia o se quiere denunciar un caso.

La labor que se realiza desde hace años permanece bastante invisible. Peor aún, no siempre las mujeres tienen conciencia sobre la manera en que son violentadas a diario, reconoce María Victoria Menoya, miembro del secretariado provincial de la FMC para atender la esfera del trabajo comunitario.

La violencia en Pinar del Río suele asociarse al golpe, a la violación sexual, al acoso, pero casi nunca a otras maneras más sutiles, como las manifestaciones de celos o la prohibición de usar determinada ropa o hablar con una vieja amistad.

Aunque las mujeres representan 46.4 por ciento de la fuerza de trabajo provincial, son el 66.6 por ciento de los técnicos y profesionales y 33.8 por ciento de las personas en puestos de dirección, las pinareñas reciben «una educación que ha sido machista para todos» que muchas veces hace que acepten la violencia, señalan los especialistas.

05/YT

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