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México: El cuerno de la abundancia

Por Sara Lovera

Las más recientes informaciones sobre el uso y abuso del Fobaproa le ponen a una el pelo de punta. ¡No puede ser! Es increíble que, sobre llovido, mojado. Las cifras de la pobreza extrema, donde las mujeres son las más pobres, son elocuentes. Más de la tercera parte de la población mexicana vive con dos dólares diarios, según Banco Mundial; es lacerante mirar las casas miserables que fueron destruidas por Stan. Y cualquier persona medianamente preocupada no puede dejar de pensar que hay muertes evitables, como las de las mujeres por parto y las de criaturas de menos de dos años por desnutrición.

Ahora resulta que los personajes más destacados en la vida nacional, por lo abultado de sus capitales, son precisamente quienes, burlando la ley, al país, a los flamantes legisladores, tuvieron información privilegiada para beneficiarse nuevamente de los remates de tierras, fábricas, viviendas y fondos bancarios para aumentar su desmedida riqueza.

Se le anuda a una la garganta. Le pesan los huesos y la carne del cuerpo. Se le inundan los ojos de lágrimas inesperadas, le tiemblan las piernas de indignación..

Hace algunas décadas, México fue calificado como un cuerno de la abundancia. Somos un país rico, de verdad privilegiado. Hay todo. Petróleo, oro, plata, minas de carbón coquizable para el desarrollo de la siderurgia; nuestras tierras producen desde la variedad más rica de arbustos hasta todas las oleaginosas; se dan los frutos tropicales, pastos hartos para el ganado; hay 2 mil kilómetros de litoral que se ofrece a la pesca; zonas aptas para las arboledas; climas y microclimas para toda clase de fauna, y agua, mucha agua en el sureste mexicano: ríos interiores, lagunas, amplias zonas de temporal y muchas de riego.

Debíamos tener todo para repartir. Pero el sistema que nos hunde y nos disminuye en todos sentidos ha hecho posible esta vergonzosa situación: la pobreza material tremenda. Y, como si fuera un espejo, está esa otra pobreza: nos escasea la democracia. Se nos escatima la equidad y la igualdad entre hombres y mujeres. Somos el país de América Latina donde la brecha entre las mujeres y los hombres es la más grande y profunda. El bienestar anunciado, sexenio tras sexenio, se ha convertido en un pozo sin fondo. Como el del robo y el abuso.

Y, por si fuera poco, en México, la violencia y el tráfico de drogas, el crimen organizado, son un hecho: la masacre contra las mujeres mientras más de la mitad de la población se enseñorea en casas, campos, carreteras, pueblos y comunidades.

Nadie puede estar segura de caminar hacia ningún lado. El disfrute del aire puro no existe. Las playas veraniegas se nos esconden. Ninguna persona puede obtener el placer de mirar las estrellas sin sentir que es un abuso, porque se carece de libros, de perspectivas, de futuro.

Y mientras todo eso es verdad, llevamos años, muchos años esperando, como si se llevara un fardo en los hombros y apenas tuviéramos tiempo de mirarnos un instante para sabernos; se nos niega la experiencia, ésa, la más humana de la humanidad, que es vivir una buena vida, porque no hay medicinas en los hospitales, ni parques seguros donde caminar, ni empleo disfrutable, ni la posibilidad de ser feliz. Los ricos, tramposos, se llevan casi todo. Nos dejan migajas a la mayoría de la población.

Alguien dirá que muchos de ésos, de ésas, de quienes son completamente pobres, no tienen conciencia del arrebato que sufren, ni se dan cuenta de que durante toda su vida se les sustrae el conocimiento, la maravilla de encontrarse en un libro, la fabulosa oportunidad de interrogarse filosóficamente quiénes son y cuál es su destino. Yo no lo creo. Pienso que padecen, que al ser vaciados de todo lo saben, porque la inteligencia y los deseos son dos cosas que todas y todos los humanos llevan consigo desde el nacimiento hasta la muerte.

¿Cómo no van a distinguir? ¿Cómo no van a saber? El hombre o la mujer más disminuidos en su integridad humana, la perciben; saben que debe haber otra forma de transcurrir por esta tierra, aunque no lo hagan conscientemente.

Por esa razón, al tomar conciencia de sí, muchos pueblos se levantan. Eso dice la historia. Muchas mujeres, como Antígona, se rebelan, transgreden la ley de los más fuertes, refutan su destino con la vida que llevan. Es de ello que se olvidan los políticos y los empresarios. Se olvidan de la constitución humana, racional. Se olvidan de los cuerpos que reaccionan al clima; que llevan tatuada en cada célula de su humanidad corpórea la memoria de la privación contra la que luchan y contra la que se levantan.

Alguien tendría que decirles que no pueden, que no deben seguir en la ruta del verdugo de sus semejantes. Alguien tendría que hacer cumplir la ley. Alguien tendría que escuchar el rumor de la barbarie en que la complicidad entre políticos y ricos tiene límites. No sé cuándo, pero los tiene. A quienes nos gusta sólo ser escribanas del horror no nos cabe en el cuerpo tanta injuria y tanto ahogo. Se llama jurídicamente impunidad; literariamente, se trata de un desasosiego, del compás que marca la espera. Y no hay esperanza que valga en esta hora de cinismo, desmemoria y corrupción.

*Sara Lovera es periodista-feminista.

O5/YT

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