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Mi viaje a Chalma

Por la Redacción

Vigésima primera parte

«Ciertos sueños, visiones o pensamientos pueden aparecer repentinamente, y por muy cuidadosamente que se investigue, no puede hallarse cuál fue su causa. Esto no quiere decir que no tengan causa… hay que esperar hasta que el sueño y su significado sean suficientemente comprendidos, o hasta que ocurra algún hecho externo que pueda explicar el sueño».
Carl G. Jung

México DF, 27 dic 07 (CIMAC).- El 9 de diciembre del 2004 tuve un encuentro importante. Estaba sola en Coyoacán y hablé con un joven que tenía el letrero «Se interpretan sueños». Fue muy fuerte lo que me dijo, era necesario digerirlo con calma…

Recuerdo que esa noche desempolvé un viejo cuaderno que tenía arrumbado hace años, cuando un profesor jungiano de la universidad donde estudié me dijo que escribiera mis sueños. La última vez que lo había abierto no entendí nada. Se lo enseñé a mi terapeuta entonces, el Dr. Ortiz, él se lo llevó unos días.

Luego, al devolvérmelo, dijo que ese cuaderno era un tesoro. Yo pensé: ¿Cómo va a ser un tesoro este montón de elementos inconexos y sin sentido? Pero guardé el cuaderno. Ya no hubo tiempo de trabajarlo con el Dr. Ortiz, se quedó guardado.

Ese domingo, llegando de Coyoacán, después de la charla con el joven que interpreta sueños, lo desempolvé y lo abrí. ¡Qué impresión! ¡Si está todo clarísimo! Y además, hay una secuencia, una evolución en los sueños….

Era necesario revisarlo con calma…. era necesario digerir también lo que me dijeron. Era necesario un espacio de paz.

En enero del 2005 tuve vacaciones en el trabajo. Y me fui a Chalma, sola, con mis apuntes de sueños y con otros apuntes. Tenía hojas sueltas donde había apuntado experiencias significativas. Me llevé también mis cosas de la danza, del tiempo que estuve en el grupo de danzantes «Xinachtli». Era una bolsa grande con los trajes que usé para ir a La Villa, a Amecameca, a Los Remedios… a tantos lugares maravillosos. Los tenía arrumbados. Alguien me dijo una vez: «Esos no los puedes tirar a la basura, porque ya están danzados, ya están ‘cargados’» A la basura no, pero sí los puedo dejar en Chalma. Enterrarlos, o quemarlos, o a ver qué. Y estuve en Chalma, sola, varios días. En recogimiento, en silencio, en oración….

A un costado del santuario, cerca del río, hay un cuarto con retablos antiguos. La gente lleva allí sus exvotos para dar gracias. Pinturas, ofrendas, imágenes… es muy fuerte estar en ese cuarto, tan lleno de testimonios de tantos peregrinos que agradecen su sanación de una enfermedad, o el nacimiento de un hijo, o mil y un cosas que hay que agradecer… había también esculturas de la cruz con el Cristo, pedazos de cabello, cartas, «milagritos», vestidos de bautizo, certificados médicos, zapatitos, ramos de novia, hasta una sotana de un sacerdote agustino, había de todo.

Allí, en un rincón, quedaron mis huaraches gastados de la danza y, colgado en la reja, entre mil y un objetos dedicados al «Señor de Chalma», quedó mi rebozo de colores…. hace unos años mis compañeras danzantes lo encontraron abandonado cuando fueron a danzar a Chalma, y me lo trajeron porque yo no tenía rebozo. Lo usé mucho el tiempo que estuve yendo a danzar a las fiestas patronales de los pueblitos… luego dejé de danzar porque me lastimé la rodilla y porque se deshizo mi grupo. ¿Para qué quería el rebozo guardado? ¿Para qué guarda una tantas cosas inútiles? Ahora, finalmente, el rebozo regresó a Chalma.

Lo demás tuvo diferentes destinos, pero todo se quedó en Chalma. Quemé, enterré, regalé… Regresé vacía… Miento. Regresé llena. Llena de bendiciones, liberada, con claridad.

Sentada en una piedra junto al río, pasé mucho tiempo analizando mi cuaderno de sueños, y encontré coincidencias muy interesantes. Y en el silencio de las horas del patio interior del convento agustino, rodeada de pinturas de hace varios siglos, me reencontré yo….

Hice un diario, un diario de experiencias significativas en mi vida. Revisé mi historia, mis altibajos, mis bendiciones. Y fui en pesero a Malinalco (que queda a 20 minutos de Chalma). Fue mágico. Y en la punta de la pirámide de esa zona arqueológica, con una vista fuera de serie, estuve horas y horas meditando…. nunca había tenido un encuentro tan profundo conmigo misma, una cita a solas, Dios y yo, en el espacio de mi conciencia…

Me costó trabajo no hablar… sólo las palabras de rigor a los dueños del hotel para pagarles o cuando iba a una fonda a pedir comida. Fuera de eso, estuve cuatro días en silencio, yo, tan parlanchina… y me sirvió mucho: para escarbar en mi historia, para hablar conmigo misma, para disfrutar el río, y la iglesia de piedra con sus paredes antiguas, de siglos, para ir y venir por ese camino de puestos de dulces típicos y todo tipo de objetos que baja hasta el santuario… para gozar el ahuehuete con su manantial. Bailé en Chalma, bailé al son del violín en la iglesita junto al manantial, me pusieron una corona de flores frescas y lo disfruté desde muy dentro… perdí muchos miedos absurdos, perdí muchas vergüenzas tontas. Nadie me juzgaba allí, me sentí muy libre…

También fue interesante viajar sola, y llegar sin saber dónde iba a llegar. Yo sé que hay cientos de lugares para quedarse en Chalma porque siempre hay muchos peregrinos, pero no busqué mucho. Me quedé en un hotel grande junto a la terminal, casi no había gente. Fui en enero, acababa de pasar todo el borlote de Día de Reyes y aún no empezaba el borlote de Cuaresma. Y disfruté mucho Chalma, con poca gente, con mi corazón abierto, con mis rupturas…

Todo lo que me recordara a los compadritos de la danza muertos en el accidente lo quemé. Quemé también un cendal (trozo de tela bendito) de la velación del 3 de mayo. Cuando me lo dieron, me dijeron: «Esto es muy fuerte, quémalo en caso de emergencia, para curar a alguien». Ahí lo tenía guardado, pero me lo llevé a Chalma para curarme yo. Y mientras ardía, pedí por mi sanación…

Hoy sé que Dios me ha concedido esa gracia: mi sanación interior, el perdón y la paz…

* Autobiografía de una mujer en su búsqueda por una vida libre de violencia.

07/C/GG

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