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Mi voto no es secreto

Por Lydia Cacho

Ya escribí las razones por las cuales nunca he votado por el PRI ni lo haré. He pasado los últimos meses reflexionando sobre la posibilidad de anular mi voto.

He reconocido el trabajo que Josefina Vázquez Mota llevó a cabo en Sedesol en tiempo de Vicente Fox; su capacidad para rodearse de la gente adecuada permitió una modernización de esa secretaría que el país necesitaba (aunque luego la gente de Felipe Calderón pulverizó la mayoría de los avances).

Atestigüé los primeros meses de su gestión en la SEP y las batallas campales a las que se enfrentó con la anquilosada líder sindical tras las puertas añosas de ese edificio, desde el cual Elba Esther Gordillo ha destruido el sistema educativo del país.

Y supe de la batalla que dio cuando Calderón sacrificó a la educación por un pacto político con la dirigente del partido-negocio familiar Nueva Alianza.

Pero también seguí de cerca cómo Josefina quedó atrapada en la sombría ambigüedad entre su visión progresista del desarrollo social y su esencia de sumisión ante una elite religiosa profundamente corrupta, que defiende a toda costa la intromisión religiosa en los asuntos políticos y que trae consigo los valores del patriarcado más recalcitrante que defiende pederastas, se codea con políticos deshonestos y llena sus arcas con dinero sucio del narcotráfico.

Vi cómo su miedo a ser aplastada por un Felipe Calderón iracundo y sexista, le impidió pronunciarse contra la absurda estrategia guerrera que nunca debió darse sin asegurar un nuevo sistema de justicia penal.

Su miedo la acercó demasiado a las alas conservadoras de la Secretaría de Marina y el Ejército, que promueven la guerra y no aceptarán volver a sus cuarteles.

Inteligente, pero presa de un partido que se autodestruye sin remedio, Josefina no tiene posibilidades de ganar, y votar por ella sería regalarle el voto al PRI.

En Quadri no desperdicio más de dos líneas. Está allí para perpetuar el poder de Elba Esther Gordillo, una opción inadmisible.

Andrés Manuel López Obrador me parece todo menos un tipo peligroso. Pude escucharlo un par de veces en entrevistas privadas, un tipo transparente y predecible. Su disciplina le permitió gobernar el Distrito Federal de buena manera, se rodeó de malos y de buenos, como hace la mayoría de políticos.

Ciertamente es un hombre conservador y puritano, con un discurso socialista bastante anquilosado, no se ha atrevido a asumir un discurso pro-feminista ni pro-igualdad porque su conservadurismo y vena religiosa se lo impiden, pero ciertamente se ha rodeado de personas que serán capaces, en caso de que gane, de impulsar políticas de igualdad similares a las que implantó Marcelo Ebrard con gran éxito en el DF.

Dentro de los posibles miembros de su gabinete, rescato a Juan Ramón de la Fuente, quien transformaría la educación; a Ebrard, que sin duda reconstruiría la forma en que el Estado aborda los Derechos Humanos, y crearía un clima de legalidad que ningún secretario de Gobernación ha logrado. Buena falta le hace esa certidumbre a la sociedad y al empresariado mexicano.

No hay nadie en su gabinete que remotamente nos haga creer que va a privatizar las paraestatales, más allá de su discurso setentero, basta ver el currículo y escuchar a sus posibles secretarios de Estado para entender que pretenden una modernización de Pemex y la CFE, así como la creación de programas de energías alternativas que le urgen al país.

AMLO cree en la creación de empleos por la vía del turismo y por eso eligió a Torruco, un experto que busca el equilibrio con la economía del ramo y el medio ambiente.

Lo que me queda claro es que AMLO no se parece en absoluto al presidente venezolano, Hugo Chávez; carece de sus convicciones y de sus delirios dictatoriales.

El tabasqueño es pacifista; si hubiera querido, con el poder del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) habría desestabilizado al país más que el narco.

Tiene las obsesiones de un patriarca que cuida de los ancianos y la infancia, quiere medios de comunicación libres aunque no le gusta ser criticado. Lee poca literatura y no sabe nada de cine, pero se ha rodeado de intelectuales que harían un buen papel en la cultura y las artes.

Lo he dicho antes: me hubiera gustado que Marcelo Ebrard fuera el candidato de las izquierdas, pero no lo es. No admiro a López Obrador, pero votaré por él y por legisladores del Movimiento Progresista. Así, si gana el PRI al menos lograremos un Congreso que haga contrapeso al ignominioso autoritarismo neoliberal, corrupto y retrógrada del tricolor.

Twitter: @lydiacachosi

*Plan b es una columna publicada lunes y jueves en CIMAC, El Universal y varios diarios de México. Su nombre se inspira en la creencia de que siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.

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