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Nuevas Masculinidades

Por Lucero Saldaña

La migración y la prostitución masculina indígena en el Distrito Federal, capital del país, en los recientes años han representado una nueva problemática con características peculiares que ha retado las tradicionales formas de ser de los hombres.

¿A qué situaciones vivénciales se exponen en un medio ajeno al suyo? En un trabajo de tesis, tanto de licenciatura como de maestría en Antropología de la UNAM, por Patricio Villalba en 1998 y 2002, y un programa de doctorado sobre el análisis del fenómeno migratorio de jóvenes indígenas, se señala el enfrentamiento de dos culturas, la dominante y la dominada.

Su condición de inmigrantes sin redes de apoyo, aunado al hecho de ser indígenas, empieza a manifestarse en desventaja, por lo que en estos jóvenes emergen diversos mecanismos psicológicos de defensa para ocultar la identidad que los delata como tales.

En la capital, su identidad étnica pierde significado, ya no son nahuas, otomíes, totonacos y chinantecos, entre otros, ahora se les identifica simplemente como albañiles, taqueros, vendedores ambulantes o limpiaparabrisas.

Las desigualdades sociales, económicas y culturales se concentran en las grandes ciudades. Y al adentrarse en ellas las necesidades van en aumento, es cuando entran en escena toda suerte de oportunistas que los engañan, roban o vejan.

Este estudio refleja que 30 jóvenes indígenas emigrantes de los estados de Chiapas, Guerrero, Estado de México, Hidalgo, Oaxaca, Puebla y Veracruz, con edades desde 15 a 23 años, un bajo nivel educativo, optaron por la prostitución como un medio para subsistir en su nuevo contexto socio-cultual.

En el Centro Histórico de la Ciudad, de preferencia en la Alameda Central y zonas aledañas, Pino Suárez y el Zócalo, la Plaza Garibaldi o en cines, estaciones del metro y la Tapo o la Central del Norte, suelen acudir a buscar clientes.

De manera paradójica, aprenden a hacer uso de su identidad étnica como una ventaja para el mejor desempeño de su trabajo, pues ello les representa una mayor ventaja para el imaginario de sus clientes hombres, quienes los ven como portadores de una «natural» potencialidad sexual.

En la prostitución masculina vemos la sexualidad como un ejercicio del poder. A los prostitutos no se les cuestiona su masculinidad, mientras sean ellos los que actúen como hombres o se involucren en prácticas sexuales por un pago, no se sienten dominados.

Ellos mismos no se consideran homosexuales por mantener relaciones sexuales con otros hombres, por lo que la afirmación de su virilidad la manifiestan a través de su actuación en la relación sexual.

Incluso, para atraer a más clientes, muchos de ellos han optado por emular en su comportamiento y vestimenta a la de los militares, con el conocimiento de que los clientes prefieren ser buscados por quienes se identifican como «hombres de verdad». Además, se muestran reacios a que se les compare con las prostitutas, ya que ellas son sometidas y ellos no.

Desgraciadamente en nuestra sociedad, el individuo en la construcción de su masculinidad trata de llegar al éxito, que es sinónimo de poder, riqueza y estatus, excluyendo a todo aquel que no llena las características exigidas por el modelo de masculinidad vigente.

Y como podemos constatar, estos jóvenes indígenas han encontrado los mecanismos para hacer frente a la doble estigmatización que pesa sobre ellos, ser indígenas y tener relaciones sexuales con sujetos de su mismo sexo.

Los mandatos de la masculinidad también se presentan cuando el cliente vivencia el envejecimiento biológico, prefiriendo «carne fresca» y al ser desplazados por más jóvenes, se ven orillados a dedicarse a otro tipo de actividad hasta llegar a la delincuencia.

Invisibilizada a través de la historia, la prostitución masculina, surge con otro rostro, como resultado de las trasformaciones económicas, políticas y sociales de las sociedades.

Si bien son diversos y diferentes los factores causales del origen de este fenómeno social y económico, como el desarrollo de grandes áreas urbanas y la comercialización de las relaciones sociales, entre otros, la carencia de redes sociales de apoyo en la ciudad y el proceso de parte de los llamados enganchadores, representan un papel preponderante.

No obstante, hay la necesidad de darles el reconocimiento de sus derechos políticos, jurídicos y sociales, sobre todo de salud pública. [email protected]

2005/LS/SJ

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