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Para no ser esclavos

Por Cecilia Lavalle

Leo la frase y me impacta: «Todos los usos de la palabra para todos… No para que todos sean artistas sino para que nadie sea esclavo». Es del italiano Gianni Rodari y con esa contundencia termina la introducción de su libro Gramática de la fantasía. Me impacta porque bajo esa luz miro lo poco que se lee en nuestro país, lo menos que leen las mujeres, lo casi nada que leen las jóvenes generaciones, y lo amenazante que resulta, en estas condiciones, la frase de Rodari.

Decir que México es un país de no lectores es decir una obviedad. Pero saber que en el hábito de leer, hace dos años, según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y Cultura (UNESCO), de entre 108 naciones ocupamos el penúltimo lugar, debería, por lo menos, llamar nuestra atención. Porque no es un asunto menor que en promedio cada mexicano/a lea al año apenas poco más de un libro. Y olvídese usted de cuántas aventuras se están perdiendo, de cuántos mundos maravillosos están dejando de conocer, de cuánta imaginación están desaprovechando, de cuánto se pierde en oportunidad de conocimiento, reflexión y análisis; olvídese de ello y pensemos sólo en la capacidad de lenguaje oral y escrito que no se desarrolla cuando no se lee. No es casual, por ejemplo, el paupérrimo vocabulario que posee nuestra juventud, en el que la palabra estrella es güey, la indiferencia se describe como «equis» y la mejor emoción como «chido» o «cool».

En el caso de las mujeres el rezago en este tema, como en otros, es mayor. De acuerdo con cifras oficiales, 11 de cada 100 mujeres mayores de 15 años no saben leer ya no digamos un libro, ni siquiera un recado. Esas mujeres están ubicadas en el sector de la población que concentra los peores márgenes de pobreza y marginación. Y entonces una entiende a cabalidad lo que Rodari dice. Es difícil imaginar para ellas otros mundos posibles sin los mundos y posibilidades que abren las letras.

El resto de las mujeres tampoco tienen mundos fáciles. De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Uso de Tiempo 2002, elaborado conjuntamente por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) e Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES), la población mexicana ocupa su ocio fundamentalmente en ver televisión (12.9 horas en promedio a la semana). Tan poco importante es leer, que en la encuesta no figura como un rubro independiente en las actividades de esparcimiento, cultura y convivencia.

El concepto es: «leer y tocar instrumentos musicales». Y ni juntos suman gran cosa. De hecho, en el promedio de horas a la semana que se les destina a estas actividades, ocupan el penúltimo lugar (4.2 horas), apenas por encima de meditar y participar en actos religiosos (2.5 horas). Al mirar las estadísticas por género, me encuentro con varios aspectos interesantes. Para empezar en todas las áreas de esparcimiento las mujeres ocupamos menos horas que los varones. ¿Y qué hacemos con nuestro tiempo? En las áreas de trabajo doméstico, cuidado de niños/as y atención a otros miembros del hogar casi triplicamos el número de horas en comparación con los varones.

Pero ya puestas a ocupar el tiempo libre –todo lo libre que pueda quedarle al tiempo después de las dobles o triples jornadas–, antes que leer preferimos ver televisión, utilizar la computadora, escuchar radio, visitar familiares y amigos, jugar y hacer ejercicio, asistir a reuniones o espectáculos, atender visitas y convivir con la familia. A la lectura y los instrumentos musicales (¿qué tendrán en común?) le dedicamos en promedio 3.8 horas a la semana, ocho veces menos que al infaltable trabajo doméstico.

A la falta de educación, de fomento a la lectura, al exceso de actividades cotidianas, de agobios laborales, de dobles o triples jornadas, se suma la computadora como obstáculo del libro. Tanto hombres como mujeres después de ver televisión elegimos la utilización de la computadora como opción de esparcimiento. Y claro, cualquiera que haya probado las mieles de la cibernética puede entender la fascinación que puede provocar tal invento. El problema, intuyo, es que las nuevas generaciones llegan a él sin haber pasado antes por los libros.

Cualquier lector o lectora con cuatro o más décadas a cuestas puede compartir conmigo la idea de que no es lo mismo ni es igual leer en pantalla que leer en papel. No huele igual, no se percibe igual, no se entiende igual, no se disfruta igual. Pero pocos jóvenes conocen la diferencia y sucumben redondos al deslumbramiento de la pantalla y a la inmediatez que prodiga. Yo no sé si la edición de libros electrónicos pueda fomentar la lectura. Acaso sea -–y estaría por verse– el futuro del libro, pero no apostaría a que mejore los niveles de lectores/as. Porque es probable que quien no conozca el placer de la lectura no lea así sólo tenga que hacer clic para pasar de página.

Total, el panorama para el libro, a propósito del Día Mundial del Libro que se celebró el pasado viernes 23, no es muy halagador. Y siguiendo la frase de Rodari, tampoco es muy esperanzador el hecho de que se lea tan poco en México. Sin embargo, algún futuro tendrá el libro mientras haya quien suscriba la frase que dijera el Premio Nobel de Literatura José Saramago: «Aunque es cierto que se puede llorar sobre la página de un libro, es imposible hacerlo sobre el disco duro de una computadora».

Apreciaría sus comentarios: [email protected]

*Articulista y periodista de Quintana Roo

2004/BJ/SM

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