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¿Para qué?

Por Cecilia Lavalle

Libertad de prensa ¿para qué? Una pregunta similar se hizo hace 23 años uno de los más grandes periodistas mexicanos, el maestro Manuel Buendía. Y concluyó en aquel entonces:

1) Es en los propios periódicos donde la libertad de prensa se protege y acrecienta o donde se le falsifica, se le disminuye y se le niega. 2) En general el gobierno es respetuoso de esa libertad, pero con frecuencia «un gobernador, un presidente municipal, un comandante de policía, un líder sindical, pueden ejecutar designios contra el periodista que les disgusta, y no siempre se ha visto actuar a jefes de gobierno con la prontitud y claridad requeridas». 3) No basta que el gobierno declare oficialmente su respeto a la libertad de prensa. Es preciso crear y mantener el ámbito que la sustenta y la preserva.

Comparto con ustedes las reflexiones de Buendía porque arroja luces para analizar lo que sucede en nuestro país, particularmente en el caso Lydia Cacho, a propósito del Día Mundial de la Libertad de Prensa que se conmemoró el pasado 3 de mayo.

Veamos: Lydia publica un trabajo periodístico que destapa una cloaca inmunda: Las complicidades con el poder que permiten y fomentan la pederastia y la pornografía infantil. Para acallar su voz se utiliza una de las peores mordazas.

No porque la difamación o la calumnia no deban ser castigadas, sino porque se encuentran en el código penal y se anota que no importa si la imputación que se hace es verdadera, basta que se perjudique la fama pública de la persona que demanda, así sea una mala fama pública como la de Kamel Nacif. Pero gracias a la libertad de prensa todo el caso adquiere otras dimensiones, particularmente a partir de la difusión de las llamadas telefónicas entre Nacif y el gober precioso.

El caso Lydia Cacho ejemplifica bien que las cosas no han cambiado mucho desde que el maestro Buendía escribió lo ya apuntado: Los medios tienen una responsabilidad vital para proteger o disminuir la libertad de prensa. Poderes locales pueden actuar con mayor impunidad en contra de esta libertad. Y no basta que el gobierno declare su respeto a la libertad de prensa; es preciso crear y mantener el ámbito que la sustenta y la preserva.

Pero este caso también nos permite encontrar luz con respecto a la utilidad de la libertad de prensa. Y creo, a pesar de los pesares, que lo que ha ido aconteciendo con los demonios que soltó Lydia Cacho nos entregan respuestas con saldo a favor:

1) Lydia nos recordó la esencia del periodismo. Dar voz a quienes no la tienen. Sin la publicación de su libro y su permanente insistencia en el origen de su calvario -los abusos y violaciones cometidos por Succar Kuri contra niños y niñas- este delito se encontraría en los archivos muertos de la impunidad de nuestro país.

2) Buena parte del periodismo mexicano retomó el papel de denuncia que por esencia le corresponde. El valor del periodismo no radica en el derecho de hacer preguntas, sino en el de exigir respuestas. Y las mejores plumas de nuestro país no han dejado de exigir respuestas.

3) Se han aprobado reformas para despenalizar el delito de difamación y calumnia, y para proteger a periodistas contra quienes quieran obligarlos a revelar sus fuentes. Falta la ratificación del Senado. En Quintana Roo ya hay una propuesta en tal sentido.

4) La Suprema Corte de Justicia de la Nación decidió investigar la violación de las garantías individuales de Lydia Cacho por parte de la autoridad constituida. Es la tercera vez en la historia que eso sucede, pero es la primera en que la víctima sigue viva.

5) Se creó la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Cometidos contra Periodistas. A la fecha tiene a su cargo 35 casos. Pero por de pronto no cuenta más que con dos computadoras, instalaciones sin terminar, 31 agentes del Ministerio Público adscritos en las distintas delegaciones y un presupuesto sin precisar.

6) Contribuyó a la acción de una ciudadanía que decidió dejar de ser pasiva para ser activa. Particularmente la sociedad poblana nos ha dado una lección de valor que merece ser reconocida, aplaudida e imitada.

Personalmente el caso Lydia Cacho me ha enseñado que mientras en mi país haya una sola mujer como Lydia, llena de valentía, convicción y compromiso, las mujeres y las niñas, mi hija y mis sobrinas y las hijas y sobrinas de mi país no están solas. Y eso se lo agradezco desde el fondo de mi corazón.

Regreso al maestro Buendía: «la libertad del periodista es como la libertad del soldado en combate. No hay libertad para desertar, para traicionar, para pactar con el enemigo, para aceptar sus sobornos o para pasarse al campo contrario con armas y bagaje. Sólo hay libertad para decidirse por el camino y la acción que representan el mayor esfuerzo, el riesgo más grande». Estoy segura que Manuel Buendía estaría muy orgulloso de periodistas como Lydia Cacho.

Apreciaría sus comentarios: [email protected]

* Periodista mexicana

06/CL/LR

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