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Por una maternidad elegida

Para hablar de una maternidad informada, es preciso dejar de hablar de las mujeres con relación a su capacidad real o potencial de ser madres, porque esto es una forma de represión y violencia hacia ellas, hacia nosotras mismas. Es reproducir la cultura opresora del patriarcado.

La maternidad debe dejar de ser tratada desde la biología, como un destino indefectible, como el único camino posible hacia el reconocimiento social y la adquisición de prestigio y legitimidad como adultas.

Debe dejar de ser también un rasgo que uniforme a las mujeres, porque al homogeneizarlas se les priva de su individualidad, de su capacidad para ejercer sus derechos sexuales y reproductivos, en específico de su derecho a decidir.

La maternidad debe ser pensada desde el paradigma de las decisiones optadas, es decir desde la posibilidad de elegir de entre varias opciones, libremente.

«Humanizar la maternidad», significa articular ciudadanía y ética moral; afirmar la autoridad moral de las mujeres para tomar decisiones serias y responsables en todos los órdenes de sus vidas, con arreglo a los dictados de sus conciencias y así otorgarles calidad de agentes morales.

La maternidad optada es la expresión más adecuada del ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos y significa, en última instancia, devolverles su dignidad a las mujeres.

Es impulsar acciones liberadoras para que cientos de miles de mujeres hagan compatibles sus vivencias cotidianas con los preceptos religiosos que crean culpa y temores, debido a que existe una distancia creciente entre los dilemas que ellas enfrentan en su vida diaria y la moral retórica de una cultura anclada en otras épocas.

Es colaborar en el cuestionamiento y abandono de valores tradicionales y tabúes vinculados a la sexualidad y al mito de la maternidad como destino «natural» de las mujeres, que pregona la jerarquía de la Iglesia Católica.

Es apropiarnos, cumplir y hacer cumplir los compromisos plasmados en los Planes y Plataformas de Acción de las Conferencias Internacionales en los que se reconocen los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.

Es reconocer que la libertad y la autonomía individual no pueden estar divorciadas de la justicia social.

Es reprobar la discriminación basada en el género y la orientación sexual, la pobreza y el racismo, porque invalidan las posibilidades de escoger u optar libremente. La ciudadanía de las mujeres se tasa por los derechos sexuales y reproductivos.

Aceptar y defender la maternidad como opción significa, en resumen, reconocer que las mujeres tenemos la misma naturaleza humana que los hombres, que de ella emanan todos nuestros derechos y que, por lo tanto, nuestra dignidad no ha de estar condicionada, bajo ninguna circunstancia a nuestra capacidad reproductiva.

*Directora de Católicas por el Derecho a Decidir A.C. en México

2004/GV

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