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Suspicacia

Por Marta Guerrero González

El grado de delincuencia que sufrimos en nuestro país nos hace desconfiar de todo y de todos. La lamentable muerte de los altos funcionarios de la Secretaría de Seguridad Pública, del visitador de Derechos Humanos, de los pilotos, mantiene la suspicacia sobre la autenticidad de un accidente; primero, porque mediaba una amenaza de muerte; luego, por las contradicciones en las que cayeron los encargados de la comunicación.

Incluso leímos a las tres de la tarde de ese día en El Universal, para mí uno de los periódicos más serios, la versión de un familiar del piloto, quien pudo comunicarse por su celular y avisar que estaban todos vivos, aunque el aparato sí había caído. Las casualidades en criminología deben ser líneas de investigación y, se mire desde donde se mire, en estos pocos días «han caído en el cumplimiento de su deber» demasiados servidores públicos encargados de la seguridad y de combatir el crimen organizado. La lucha va golpe por golpe, aunque en esta ocasión realmente se trate de un infortunado golpe del destino.

No me deja el recuerdo de Miguel Ángel Yunes contestando a la pregunta sobre el estado del helicóptero. Dijo: «no hay, ya no quedó nada». Inmediatamente visualicé que el aparato había explotado y pensé en una bomba. Sin embargo, durante las horas en que no se sabía nada más salvo que los pasajeros se encontraban desaparecidos, recordé la hipótesis del crimen de Ramos Tercero y no puedo más que compartir mi criterio con ustedes.

El subsecretario recibió amenazas exigiendo silencio con respecto al Renave; las amenazas, naturalmente, iban en contra de su mujer y sus hijos. Por eso acudió a su casa a media mañana y esperó la llamada que lo conduciría a la muerte; la recibió y le dijo al chofer que saldría, y que si se tardaba lo buscara en su celular, costumbre que ocupaban para cortar las largas entrevistas, pero Raúl desapareció durante ocho horas con el desenlace que todos conocemos, y tampoco en ese caso se encontró el celular del subsecretario.

Ramos Tercero también externo su preocupación por la seguridad de su familia, pero todos esos cabos de nada sirvieron: en menos de tres semanas el caso estaba cerrado como suicidio, a pesar de las contundentes muestras de tortura (cuando alguien se corta las venas, rueda por la colina y supuestamente se hace heridas en la cara y en boca, éstas no pueden cicatrizar, porque no hay proceso de coagulación).

«Mamá, échame la bendición porque voy a ir a La Palma y a lo mejor no regreso», pidió el capitán Abacuc de León. A las 11:58, el piloto se comunicó insistentemente con su familia. El secretario de Seguridad Pública, dice el reporte, «presentaba heridas en la sien, en una mejilla y un labio partido (…) Otros quedaron calcinados en la nave». Anticipo las disculpas por lo que voy a escribir, pero las heridas de Ramón Martín Huerta más parecen producto de una golpiza que de la destrucción casi total del aparato en el que viajaba.

Es comprensible que el gobierno no quiera dar la impresión que de hecho está dando, pero los familiares siempre anhelamos saber la verdad, sin importar cuánto tiempo tomen los peritajes.

*Periodista mexicana

05/MG/YT

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