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Trabajo y explotación de niñas, niños y adolescentes

Por Redaccion

Casi siempre las personas se sienten horrorizadas e indignadas cuando se habla de pornografía infantil o de niñas y niños prostituidos. Sin embargo, no ocurre lo mismo con el trabajo y explotación infantil. Es verdad que en estos temas no valen las comparaciones. Pero es necesario encender la alerta roja con esta otra pérdida de los derechos de la infancia.

Hablaremos de Brasil, aclarando que no es el único país del mundo donde ocurren estos hechos. Visión mundial de México, en su último boletín de prensa informa acerca del trabajo infantil y adolescente en el Mercado da Produção, Maceió.

Maceió, capital de Alagaos, uno de los estados más pobres de Brasil, es una ciudad costera en el noreste brasileño. Allí se encuentra el Mercado da Produção, donde miles de personas se aglomeran en el sitio, de sol a sol, dispuestas a conseguir el mejor producto al mejor precio.

«Yo comencé a trabajar a los seis años, para ayudar a mi mamá. Vendía chile, cilantro, frijoles, cebollas, mandarinas», platicó Érica que cursa el cuarto grado de primaria a sus 13 años.

En medio de la clientela, del regateo y la vocinglería, llaman la atención las bandadas de niños. Los varones corren frenéticos de un lugar otro buscando a quién llevarle la carga. Las niñas no desmayan en su esfuerzo por vender las frutas y legumbres que cuidadosamente han colocado en sus cestas de plástico.

«A mí me gusta venir al mercado. A veces gano diez reales (cinco dólares), pero hay que trabajar muy duro. La gente casi siempre da uno o dos reales, a veces, cinco. Hay días en que gano diez o quince reales, y se los doy a mi mamá. Ahora ni siquiera estoy en la escuela; tengo que trabajar. Todos estos años me los he pasado aquí en el mercado».

«Yo, también. Si no fuera por esa plata, nos moriríamos de hambre», agregó Érica, que tiene más de siete de estar trabajando. Está en tercer grado, pero debería estar en séptimo. Es de las primeras en llegar al mercado; quiere atender a los clientes madrugadores. Y lo hace con una sonrisa que se pone y se quita, como un disfraz.

«Casi toda la plata que gano se usa para comprar comida, pero una vez mi mamá me dio para comprar unos pantalones, y otra, para una camisa», comentó Daniel.

«A veces tenemos tanta hambre que mi mamá nos manda a la cama para que no le pidamos nada», dijo Rafael de 10 años y nunca lo han mandado a la escuela. Se pasa el día entero en el mercado. La delgadez de su cuerpo y su escasa estatura contrastan con su fuerza y determinación. Sus ganancias apenas sí alcanzan para apoyar las necesidades alimentarías de esta familia de siete.

«Si no trabajamos duro, llegamos a la casa sin plata y entonces no hay nada que comer», señaló Érica, quien cuando sea grande le gustaría ser maestra. Tanto Rafael y Daniel desean terminar la escuela y de grandes quieren ser policías. «¡Sí! Alguien debería meter a todos los maleantes en la cárcel, porque siempre nos roban la plata», dijo Rafael.

Se podrían contar cientos de historias de vida de estas niñas, niños y adolescentes, todas son distintas, todas contienen el mismo drama: la extrema pobreza, el trabajo y la explotación.

El gobierno brasileño intenta combatir el problema del trabajo infantil mediante políticas públicas y programas sociales que incluyen subsidios de vivienda y de educación para las familias pobres.

En la actualidad, solo un 15,5 por ciento de las niñas, niños y adolescentes entre 5 y 17 años se benefician del programa Bolsa Familia; sin embargo, el índice de asistencia escolar entre los beneficiarios es un 98.9 por ciento más alto que el 88.1 por ciento que muestran que las y los menores de edad que no están inscritos en el programa.

Investigaciones han demostrado que el número de años que la infancia permanece en la escuela se guarda relación directa con el nivel de ingreso de la familia. En el caso de Brasil, las niñas y los niños de 10 años, o más, completan, en promedio, 5.7 años de escolaridad, o sea, no alcanzan a terminar la escuela primaria (8 años de estudio) y se quedan lejos de completar la escuela secundaria (11 años de estudio).

Muchos de los trabajos que realizan las y los niños son peligrosos. Más de la mitad (51.2 por ciento usa diariamente algún tipo de maquinaria, herramientas o productos químicos. Al menos una tercera parte trabaja 40 horas a la semana. Un 83 por ciento de los que tienen entre 5 y 9 años trabaja hasta 20 horas por semana, mientras que el 48.1 por ciento de los que tienen entre 15 y 17 años trabaja 40 horas semanales, carga laboral común para un adulto en Brasil.

La imposibilidad de una gran parte de la población de acceder a los beneficios de la economía mundial, sumada a la brecha que cada día separa más a los ricos de los pobres es, sin duda, uno de los principales retos que enfrenta el Brasil. La explotación infantil, si bien parece ir en descenso, es un indicador incuestionable de las profundas desigualdades e injusticias que aquejan a este inmenso país.

07/ML

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