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Una historia de violencia: refugiadas centroamericanas en México

Por Guadalupe Cruz Jaimes

Las centroamericanas refugiadas en México comparten historias de violencia sociopolítica en sus países de origen, y de violencia por parte de las autoridades migratorias, de sus esposos y en general, de la sociedad mexicana.

Esa es una de las razones por la cual, pese a ser naturalizadas como mexicanas, se siguen sintiendo extranjeras, ya que su arraigo ha sido coartado por la violencia y la discriminación, señaló a Cimacnoticias Mónica Godoy, coordinadora del Área de Atención y Servicios (CAS), de Sin Fronteras, en el marco del Día Mundial del Refugiado, que se conmemora el 20 de junio.

Desde su creación, hace ya dos años, Godoy trabaja con el Grupo de autoayuda para mujeres refugiadas y migrantes centroamericanas, integrado por salvadoreñas, guatemaltecas, nicaragüenses, colombianas, chilenas, peruanas, haitianas, hondureñas y congoleñas.

La mayoría de las refugiadas rebasa los 60 años de edad, llegaron a México huyendo de la guerra en sus países. Tal es el caso de la salvadoreña Teresa Carranza, naturalizada mexicana, quien vive en el país, desde hace 25 años.

«Salí de mi país en los años 80, cuando la guerra civil. En ese conflicto encarcelaron a mi hijo mayor, tenía 16 años, lo acusaron de guerrillero. Desde ese momento yo me empecé a unir con las organizaciones que defendían a los presos políticos», señaló Teresa a Cimacnoticias.

«Por eso tuve que salir de El Salvador, comenzaron a perseguirme, no tenía otra opción para proteger a mis hijos que estaban chiquitos», añadió.

La salvadoreña llegó a México apoyada por la organización a la que pertenecía. «Me tuve que venir en camión, fingiendo ser comerciante, traía a mi hija de 13 años de edad, a uno de 3 años, y otro de 11 meses».

En el camino, Teresa, quien se separó de su esposo durante el conflicto debido a que «él luchaba por su familia y yo por el pueblo», compró unos termos donde les preparaba la leche a sus hijos.

«Viví un mes y 14 días en un hotel de la Ciudad de México, al principio no quería salir, tenía mucho miedo, no conocía nadie, sólo traía la dirección de una organización simpatizante del movimiento disidente en El Salvador», relató.

Mónica Godoy explicó que las mujeres llegan con una situación de vulnerabilidad muy alta y de mucho dolor, ese dolor no las deja disfrutar, crecer, ni desarrollar sus habilidades, las estanca.

En el mundo se calcula que actualmente hay 16 millones de personas refugiadas, 49 por ciento de ellas son mujeres, según información del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

De acuerdo con Sin Fronteras, estas tendencias también aplican para la atención que se brinda a mujeres migrantes, solicitantes de asilo y refugiadas desde la CAS. Las estadísticas muestran que, de enero a septiembre de 2009, el 45.5 por ciento de las personas atendidas por CAS, fueron mujeres.

Con base en su labor, Godoy informó que «casi todas» las migrantes y refugiadas que han atendido en Sin Fronteras «han sido víctimas de violencia por parte de sus parejas, de los papás de sus hijas e hijos, otras fueron víctimas de la guerra, sus hijos fueron asesinados, encarcelados, sus amigos desaparecidos».

Víctimas o no de violencia sociopolítica en la guerra, «la mayoría han tenido que dar una pelea, primero por salvar sus vidas. y luego para sacar adelante a sus hijas e hijos pequeños».

Muchas de las migrantes y refugiadas, llegaron a México sin nada, «sin tener con qué alimentar a sus hijos, algunas vivieron en la calle», señaló Erika Donoso Venegas, terapeuta feminista, que trabaja desde su especialidad con el Grupo de autoayuda para mujeres refugiadas y migrantes centroamericanas.

De esa forma, llegó a México hace 27 años, la mamá de Vilma, una indígena guatemalteca que salió de su país con sus cuatro hijas por el conflicto armado por el que atravesaba esa nación centroamericana, relató la joven que en aquel entonces tenía dos años de edad.

Ella, junto con sus hermanas y su madre, todas hablantes de maya quiché, subsistieron a duras dificultades. «Llegamos solas a Chiapas, mi papá había fallecido, un padre nos ayudó. Fueron tiempos muy difíciles, mi mamá nos cuenta que llegaban alimentos de ACNUR, pero la comida estaba echada a perder».

«Para mi mamá fue muy difícil comunicarse con las demás personas refugiadas, pero lo logró. Ella vio como nos dio de comer y construyó, como los demás, una casa con palos y madera que encontraban, tuvimos que dormir en el suelo», señaló Vilma.

En ese tiempo, como ahora, dijo, había mucha discriminación por parte de la sociedad mexicana y de las autoridades migratorias, quienes a la fecha maltratan a las personas inmigrantes.

La joven guatemalteca, que desde hace cuatro años se naturalizó mexicana, considera que el trato que ha recibido por parte del personal del Instituto Nacional de Migración y de la Secretaría de Relaciones Exteriores, ha sido «miserable, humillante, un trato que lastima la dignidad de la gente».

Al respecto, Mónica Godoy lamentó que «México no ve a sus migrantes como personas con dignidad, menos cuando son mujeres, hay apodos para ellas, muchas veces han trabajado y no les han pagado, y no pueden exigir sus derechos laborales, porque si van ante la autoridad y no tienen documentos las pueden detener».

10/GCJ/LR

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