Inicio Una verdadera relación comparte el camino y la vida

Una verdadera relación comparte el camino y la vida

Por Cuicuizcatl (golondrina viajera)*

«Me abría paso por tus caminos… te deslizabas, me recorrías, me trepabas, me envolvías… estaba allí contigo y también aquí, sola, en otro tiempo de la conciencia…»
(Isabel Allende)

México, DF; 31 dic 07 (CIMAC).- En el año 2001 tuve relaciones sexuales con mi ex terapeuta. Había pasado un año desde que dejé de ser su paciente, pero la «figura emocional» que él ocupaba (padre, guía, consejero), ésa, permanecía. Siempre he considerado un error en mi vida haber tenido esa relación sexual y, bueno, un error que pasó. El terapeuta era un hombre de más de 50 años, yo sentía que estaba «cogiendo» con mi padre.

A partir de entonces me atoré en mis relaciones sexuales. No lo dejé entrar a mi cuerpo (al terapeuta) y tampoco a ningún otro. Cuando lo consulté con el ginecólogo me dijo que esa incapacidad mía para recibir al otro en mi cuerpo no era nada física sino emocional. Saberlo no arregló nada.

Estuve así, con relaciones íntimas insatisfactorias, mucho tiempo. Aparte de sentirme frustrada, me sentía disminuida como mujer, rígida. ¿Qué podía ofrecerle a una pareja? Nada. Mejor no tener pareja estable. Mejor buscar, una y otra vez, con encuentros ocasionales, esa relación sexual plena que nunca llegaba. «El que sigue es el bueno», me decía.

El Dr. Ortiz, mi ex terapeuta, se había ido a vivir fuera del DF, me dejó su mail. Ocasionalmente le enviaba un cuento que yo escribía o alguna «carta colectiva» a varios amigos, compartiendo mis ires y venires. Me contestaba con unos pocos renglones o no me contestaba.

Esto cambió un mes de febrero. En su último mail, él me había dicho que estaba feliz con las experiencias maravillosas que le estaba tocando vivir, que estaba en un estado «psicomágico».

Recuerdo que me dio mucho coraje, mucho. Me enojó que mientras él estaba feliz, yo viviera insatisfecha con mis relaciones sexuales «por su culpa». Entonces le escribí una carta diferente. Fue una carta larga, de reproche, escupiéndole mi coraje y mi resentimiento.

Él se desconcertó primero y luego también me reprochó. Dijo que no tenía la culpa de que yo estuviera atorada sexualmente, que eso era bronca mía. Tenía razón. No lo entendí, me enojé más y le escribí otra carta peor que la anterior, me contestó con otra.

Entonces yo entendí dos cosas: que su estado «psicomágico» no era en realidad tan «psicomágico» (porque estaba bien enganchado con mis broncas), que yo debía cortar la comunicación (así no íbamos a llegar a nada) y buscar sanar eso por otro lado.

Empecé a trabajarlo en terapia con una mujer). Hablé con ella de mi enojo hacia el Dr. Ortiz, de mis sentimientos encontrados. Tiempo después descubrí que lo que en realidad me enojaba no era la relación sexual que tuvimos, sino que yo lo había convertido en mi «guía espiritual», en una especie de gurú y teníamos un trabajo muy intenso por ese lado y en ese proceso se terminó la terapia con él y me quedé a la mitad.

Eso era lo que me enojaba: con él tenía todas las respuestas a mis inquietudes y de pronto me hallé desconcertada, sin saber por dónde continuar yo sola, en un bache (¡ya pasaron muchos años y yo me sentía aún en ese bache, cuando en realidad ya había salido de allí y encontrado mi propio camino!, no me daba cuenta).

También empecé a trabajar con la doctora mi represión sexual. La educación rígida católica conservadora que había recibido (y los cuatro años que pasé con las religiosas queriendo ser monja) no me ayudaba a expresar mis sensaciones como mujer. Estaba como negada a sentir placer y fue darme cuenta de que puedo y quiero y necesito gozar una relación sexual, sentir placer.

Trabajé mucho la figura del Dr. Ortiz, todo lo que me ayudó los tres años que estuve de terapia con él. Pude valorar lo positivo. Pude, también, descubrir mi dependencia. Entonces hice un ejercicio de perdón. Lo visualicé y lo envolví con sentimientos positivos, agradeciéndole todo lo que aprendí y crecí en el tiempo que compartimos. Meses después, le escribí una carta conciliatoria y él me respondió con otro mensaje conciliatorio. Cerramos bien el ciclo.

Tres semanas después de eso, yo tuve una relación sexual plena y maravillosa. Fue mágico poder destrabarme después de tanto tiempo. Yo sentía que esa relación plena iba a ser sólo cuando yo tuviera una pareja estable, que me comprendiera y me tuviera mucha paciencia. Pero no. Fue también un encuentro ocasional… pero era un hombre que tenía mucha experiencia, un mujeriego.

Un día mi amigo Juan Ignacio Calva (psicólogo y pedagogo con quien tengo correspondencia desde hace más de 20 años) me preguntó que qué era en realidad lo que me pasaba, que por qué me había atorado tanto. Salió que yo me enamoraba de hombres imposibles (como el seminarista, o como mi terapeuta) por mi incapacidad y mi miedo a involucrarme emocionalmente con un hombre como pareja.

Por mucho tiempo he vivido mi vida afectiva, con el otro sexo, muy dividida. Por un lado, están mis amigos de siempre, pocos (y la mayoría con pareja) con los que tengo una relación cálida, profunda y abierta, de mucha confianza, sin contacto físico, sólo un abrazo al despedirnos, y por otro lado mis encuentros sexuales ocasionales con hombres con quienes hay «de todo» físicamente hablando, pero no me involucro emocionalmente. Al segundo o tercer encuentro los corto, antes de cualquier encuentro les digo que no quiero nada serio con nadie, que sólo quiero pasar el rato.

Me quedé esperando a mi príncipe azul, al hombre ideal que no existe, a alguien que sea mi «media naranja» en todos los aspectos y no los dejaba entrar a mi cuerpo por soberbia («nadie me merece») hasta que apareciera «el bueno», mi hombre ideal. No hay tal.

Hoy me doy cuenta de que soy una mujer plena, también en lo sexual, de que quiero y necesito una pareja estable. Ya no me llenan los encuentros sexuales ocasionales, por más ricos que sean. La verdadera relación es compartir el camino y la vida, no la cama.

Estoy trabajando para aprender a ser menos egoísta, menos exigente, para aprender a ceder de mis puntos de vista y aprender a comprender al otro, con sus altibajos. Una relación serena y profunda con alguien del sexo opuesto no es fácil, pero vale la pena intentarlo. Estoy en el camino…

* Autobiografía de una mujer en su búsqueda por una vida libre de violencia.

07/C/CV/GG

Este Web utiliza cookies propias y de terceros para ofrecerle una mejor experiencia y servicio. Al navegar o utilizar nuestros servicios el usuario acepta el uso que hacemos de las cookies. Sin embargo, el usuario tiene la opción de impedir la generación de cookies y la eliminación de las mismas mediante la selección de la correspondiente opción en su Navegador. En caso de bloquear el uso de cookies en su navegador es posible que algunos servicios o funcionalidades de la página Web no estén disponibles. Acepto Leer más

-
00:00
00:00
Update Required Flash plugin
-
00:00
00:00
Ir al contenido