Algo no hicimos. O lo hicimos mal. Las y los adolescentes de nuestro país tienen altos niveles de intolerancia a la diversidad, ejercen violencia contra sus compañeros y compañeras de clase, viven con miedo, con estrés, y sienten rechazo y depresión.
Eso y mucho más revela la Primera Encuesta Nacional sobre Exclusión, Intolerancia y Violencia en Escuelas Públicas de Educación Media Superior, que dio a conocer la SEP al presentar Construye T un programa que iniciará en el próximo ciclo escolar y que es la estrategia gubernamental para hacer frente a los datos que arrojó el estudio.
Y no es la única instancia que debe prender los focos rojos.
Empecemos por las familias. El estudio realizado a estudiantes entre 15 y 19 años apunta que la relación con sus madres y padres va de nula a desastrosa. Seis de diez afirma que nunca se llevan bien y que sienten que no se les escucha. La mitad no cuenta en casa sus problemas, ni dice lo que piensa sin sentirse mal y le cuesta demostrar afecto. Y, en general, cuatro de diez nunca les cree a sus madres y padres.
Y antes de que se arranque con un discurso sobre los valores, déjeme darle una idea de cuáles nos están faltando. Más de la mitad de las y los jóvenes que asisten a escuelas públicas afirma que no le gustaría compartir la clase con personas enfermas de Sida, con capacidades diferentes o con homosexuales.
Casi cuatro de diez tampoco desearían que a su clase asistieran indígenas ni personas con ideas políticas o religión diferente a la suya. Y tres de diez tampoco quiere compartir el aula con extranjeros, personas de baja condición económica o que tenga otro color de piel.
En materia de violencia no andamos mejor. Si bien la inmensa mayoría afirma que no está de acuerdo con la violencia, un alto porcentaje reconoce que ha insultado, ignorado, rechazado y puesto apodos ofensivos a compañeros y compañeras. También un alto porcentaje afirma haber padecido insultos, críticas a sus espaldas y apodos ofensivos.
De igual manera, apenas 1 de cada 10 reconoce como válida la violencia de género; pero 1 de 4 ha enfrentado agresiones físicas por parte de su novio o novia y 23 por ciento ha padecido agresiones de tipo sexual.
En esta Encuesta elaborada por la Secretaría de Educación Pública a partir del levantamiento de datos que en 2007 realzó el Instituto de Salud Pública, se aprecia con claridad que el entorno en que viven las y los jóvenes es hostil, amenazador y les provoca miedos, estrés y depresión.
Seis de diez afirma que cerca de su escuela hay pandillas, cuatro de diez ha observado que sus compañeros llevan armas, y tres de diez dice que por su escuela se vende droga. Más aún, seis de diez afirma que es muy fácil conseguirla.
Y en este último punto, 12 por ciento acepta haber consumido alguna droga y cuatro por ciento acepta consumirla regularmente. La mayoría afirma que la consigue en la calle o con amigos; pero 14 por ciento dijo que la conseguía en casa. Entre los varones, la droga más consumida es la marihuana y entre las mujeres las anfetaminas.
En medio de este entorno familiar, comunitario, social, no es difícil entender que sientan miedo y depresión. Pero las cifras son alarmantes.
Casi todos, todas (84.9 por ciento) afirman que muchas cosas les ponen nerviosos (as), y una de esas cosas somos las personas adultas: a casi siete de diez les intimida que les digamos algo.
Además, seis de diez dice que se le critica mucho en casa. Y en esa misma proporción afirman que les es difícil hacer amistades.
Así, la infelicidad ronda sus vidas. Seis de cada diez mujeres y la mitad de los varones manifestaron que en el último mes no habían podido dejar de estar tristes y que se habían sentido solas, solos. Poco más de la mitad de las mujeres y cuatro de diez entre varones afirma que se ha sentido con miedo y cree que su vida es un fracaso.
No es de extrañar, entonces, el alto porcentaje de estudiantes que piensa que no vale la pena vivir (cuatro de diez mujeres y tres de diez varones).
Y todavía nos deparan sorpresas, porque en esta encuesta, cuyos resultados se han procesado por partes, faltan los datos relativos a la percepción sobre el cuerpo, abuso sexual, comportamiento sexual y creencias sobre género.
Insisto, algo hicimos mal o no hicimos. En la casa, en la escuela, en el gobierno, en la comunidad, en los templos, en los medios de comunicación masiva. Nadie puede mirar a otro lado cuando se encuentran estos reveladores datos. Qué tal que empezamos por mirar en casa.
* Periodista y feminista mexicana en Cancún Quinta Roo, integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.
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