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Autorretrato desde la ausencia de un padre, ¿a festejar?

Por Diana Hernández Gómez

El próximo domingo 18 de junio, en México se celebrará el Día del Padre. Y la ausencia paterna es, quizás, uno de los fenómenos más frecuentes en mi generación. En mi círculo cercano de amigos y amigas, somos varios los que crecimos tomados únicamente de la mano de nuestra madre. Esto ha sido hermoso, pero también terriblemente doloroso.

De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en 33 de cada 100 hogares la única persona al frente de la familia es la madre. Para 2010, la cifra era de 25 de cada 100, lo cual indica un aumento del 8 por ciento en el número de paternidades ausentes en una década.

Ese 33 de 100 se traduce en 11 millones 474 mil 983 hogares a nivel nacional. No lo sé de cierto para todos y cada uno de los casos, pero supongo que en muchos de esos hogares hay niños y niñas con infancias mutiladas que más adelante se convierten en adultos con dificultades para sentirse plenos, felices y seguros con ellos mismos y con su entorno. Esto, pese a los esfuerzos que muchas de sus madres emprenderán para ofrecerles una vida lo más completa posible.

Pero eso no lo digo solo yo, aunque la mera experiencia me permite afirmarlo de manera personal. Según una investigación de la Asociación Latinoamericana para la Formación y la Enseñanza de la Psicología (Alfepsi), las paternidades ausentes dejan tras de sí huellas difíciles de borrar conformadas por ira, soledad, desconfianza, inseguridad, baja autoestima y sensación de vulnerabilidad y abandono.

Y aunque puede pensarse que estas sensaciones persisten únicamente durante el periodo de abandono o la infancia propiamente, la realidad es que lo que los hijos e hijas heredan de sus padres ausentes son años y años de lidiar con problemas socioemocionales. Esto, claro, sin considerar las carencias económicas que pueden presentarse por la falta de uno de los pilares de la familia.

No es una cuestión solo de dinero

Cuando era niña, mi padre y mi madre compartían un negocio en común. Él era mecánico: lo recuerdo siempre con la ropa llena de grasa o debajo de un tráiler arreglando cosas que yo no sabía que estaban rotas; ella atendía la refaccionaria que surtía todas las piezas para que papá pudiera arreglar cualquier cosa, menos las deficiencias de su hogar.

Luego de que se separaron, mi madre se quedó con la refaccionaria para poder subsistir. Al principio, mi padre nos visitaba y nos llevaba zapatos, ropa, uniformes… nos daba “para el gasto” y también pasaba por mi hermano y por mí para llevarnos a la escuela. Pero poco a poco se fue olvidando de que tenía un hijo y una hija, sobre todo después de iniciar otra relación.

De acuerdo con la investigación de la Alfepsi, el divorcio es una de las principales causas de las paternidades ausentes. Mi hermano y yo podemos confirmarlo. Y aunque al principio hubo apoyo económico, después empezamos a experimentar carencias; tocamos fondo cuando la refaccionaria vendió solo un peso en todo un día. Luego nos cambiamos de casa, pero la ausencia de mi padre no dejó de perseguirme.

Los hijos de padres ausentes corren mayor riesgo de enfrentarse a la pobreza.
Fotografía: Pixabay

Al dolor de la mudanza se sumó el dolor de saber que no volvería a ver a mi papá. Aunque, ahora que lo rememoro, pienso que en realidad nunca estuvo tan presente en nuestras vidas. Así es: me tocó ser la típica niña sola en los festivales del Día del Padre; la típica niña, también, a la que le avergonzaba confesar que su padre no vivía con ella; la típica niña que, cuando lo decía, se quedaba triste y confundida ante el rechazo de sus compañeros y compañeras.

Según la Alfepsi, la presencia de los padres en la vida de sus hijos e hijas alienta un mejor funcionamiento social de las y los niños. Sin embargo, si el padre no está, las y los menores pueden experimentar dificultades para entablar relaciones cercanas con otras personas y presentar actitudes antisociales, así como un marcado carácter introvertido.

Desde la experiencia, puedo corroborar que esto no solo se debe a una educación emocional mutilada, sino también al rechazo entre pares generado por ser hijo o hija únicamente de madre…incluso cuando pensamos que entre niños y niñas inunda la pura amistad.

Madre soltera, madre abnegada, madre estresada

De acuerdo con los datos recabados para 2020 del Inegi, de los 21.2 millones de padres que había en México en ese entonces, solo 0.5 por ciento de ellos eran padres solteros. Ese mismo año, de los 35.2 millones de madres registradas en el censo, el 7 por ciento eran madres solteras.

Lo que no menciona el censo es que esas madres pasan por procesos emocionales complejos que pueden terminar afectando a sus hijos e hijas. Mi madre, por ejemplo, sufrió el dolor de la separación y lo tradujo en regaños interminables para mi hermano y para mí (esto, por supuesto, cuando estaba con nosotros y no tenía que salir a trabajar).

De esta manera, muchas veces la ausencia paterna se convierte también en la ausencia de una maternidad plena y tranquila que evite reproducir violencias en el núcleo familiar. Afortunadamente en mi caso, estas heridas han ido sanando con terapia psicológica, pero también con un acercamiento comprensivo hacia mi madre.

La ausencia paterna también afecta directamente a las madres y a su estado emocional.
Fotografía: Pexels

Pese a esto, hay efectos negativos de la ausencia paterna que todavía persisten en mí. Uno de ellos –en palabras de la Alfepsi– es la sensación de falta de control sobre lo que pasa en mi vida. 

Aunque es una sensación velada y difícil de identificar, a mis 28 años sigo sintiendo temor de no saber qué estoy haciendo; sigo percibiendo la necesidad de agarrarme a un muelle que no sé si existe para no ahogarme cuando me canso de nadar.

Es necesario romper los patrones de la paternidad ausente

De acuerdo con el Inegi, Veracruz, Guerrero, Morelos, Jalisco, Sinaloa, Sonora y Chihuahua son los estados con más altos índices de paternidad ausente. En ellos, entre el 34 y 36 por ciento de los hogares con hijos e hijas están liderados por madres solteras.

¿A qué se debe esta ausencia de la figura paterna? Esto tampoco lo sé a ciencia cierta, aunque hay una hipótesis. En general –y desde la mirada patriarcal que ha permeado la historia– el rol de padre es consignado únicamente como proveedor económico del hogar; casi no participa en la educación y cuidado de sus hijos e hijas, y menos cuando se trata del aspecto emocional. Así que, con esta falta de vínculos afectivos fuertes, ¿qué más da estar o no estar?

Este esquema de la paternidad, ligado con los rígidos estereotipos de masculinidad en México, puede ser uno de los culpables de tantas infancias incompletas y violentadas. Dichas infancias corren mayor riesgo de caer en la pobreza y enfrentan mayores dificultades al integrarse a un campo laboral óptimo en la vida adulta, según la investigación de la Alfepsi.

Mi hermano y yo salimos de ese esquema, pero no sin dolor de por medio. Somos adultos medianamente funcionales y más felices que hace algunos años. Sí, rompimos el molde, aunque son los hombres de este país quienes deben romper el estereotipo de paternidades irresponsables

A todos ellos (a ti, papá): feliz Día del Padre.

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