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La urgencia de mirar la salud mental de niñas, niños y adolescentes migrantes

“Los que llegamos aquí, empezamos, de forma inevitable y quizá irreversible, a querer
formar parte del gran teatro de la pertenencia”—Los niños perdidos, Valeria Luiselli

Desde hace unos meses acompañamos a una familia en su proceso migratorio en México. Nos dimos cuenta que no solo era necesario el acompañamiento jurídico, sino también psicosocial. Si salir de tu lugar de origen ya es una situación compleja, transitar por un país que te criminaliza, señala, discrimina y lastima hace aún más complejo el impacto físico y psicosocial de la migración. Los daños a la salud emocional de las personas y sus familias son incalculables, y nos faltará vida para entender lo que estas acciones generan en la niñez y la adolescencia.

«¿Por qué migraste?», es una de las preguntas constantes que le hacen a Josué, adolescente centroamericano de 14 años. Él, sin saber qué responder porque esa pregunta le genera más interrogantes que respuestas, contesta siempre lo mismo: “Porque mi mamá y yo buscábamos una vida mejor, donde pueda ir a la escuela sin el miedo de que me desaparezcan, sin estar pensando en cómo no preocupar a mi mamá porque salí”.

Josué es un adolescente que, como muchos otros, migró de forma irregular hacia México; viajó con su mamá. Él es parte de las niñas, niños y adolescentes que en la última década han llegado al país algunos con sus familias, otros solos en busca de una vida libre de violencia, de encontrar seguridad y dejar atrás el miedo a perder la vida.

En los últimos cinco años, la migración de niñez y adolescencia ha incrementado, de acuerdo con los datos de la Secretaría de Gobernación. En 2018 se registraron 29 mil 258 eventos de detención, 37 por ciento fueron niñas y 63 por ciento, niños; en 2019 la cifra fue de 53 mil 507, 42 por ciento de niñas y 58 por ciento de niños; en 2020, incluso al ser un año atípico por la pandemia de COVID-19, fueron 11 mil 262 eventos, 36 por ciento niñas y 64 por ciento niños.

Para 2021 sumaron 75 mil 592 casos, 43 por ciento niñas y 57 por ciento niños aun si, desde enero de ese año entraron en vigor las reformas a la Ley de Migración que prohíben la detención migratoria de niñez y adolescencia. De enero a junio de 2022 la cifra es de 26 mil 737 eventos, 42 por ciento niñas y 58 por ciento niños: 35 por ciento más que en el mismo período del año anterior.

El viaje de Josué y su madre no fue libre de violencia. En su búsqueda por escapar de ella, la encontraron nuevamente, sumada a la discriminación y xenofobia por ser migrantes en su tránsito por México. A esta experiencia se añade el desarraigo, la pérdida del entorno familiar y la integridad; y a veces, en la propia vida de la niñez y adolescencia las repercusiones en su salud mental son incalculables.

Diversas organizaciones de la sociedad civil apuestan por un trabajo psicosocial con las poblaciones migrantes. Desde el Instituto para las Mujeres en la Migración (IMUMI), reconocemos los múltiples factores psicosociales que derivan que una persona migre y cómo afectan su día a día. En el caso de Josué, especialistas le han diagnosticado un trastorno de ansiedad social que le imposibilita convivir con sus pares, su madre o cualquier otra persona, ya que su “batería social” se apaga rápidamente. Esto genera en él vergüenza, culpa, tristeza y conductas de aislamiento, sus únicas acompañantes son sus emociones y su “sombra”, quien además se ha tornado su enemiga, pues también el trauma compromete su capacidad de relacionarse con las personas.

A las afectaciones psicosociales por la migración de Josué se suman la violencia de la que fue testigo desde muy temprana edad, perpetrada por su padre contra su madre. Esto se impregnó en su memoria como una serie de eventos traumáticos que amenazaba sus vidas y motivó la movilidad de los dos hacia otro país. Durante su estancia en México, su madre es la proveedora principal de sus necesidades afectivas y básicas.

Estas afectaciones a la salud mental de las y los adolescentes migrantes es poco visible, ya sea porque se prioriza la atención del número de niñas, niños y adolescentes que salen de sus países y las detenciones que hace el Instituto Nacional de Migración o por el estigma que encierra la salud mental. En la niñez y la adolescencia, cuando no existen los espacios adecuados o la educación en torno a la gestión de las emociones, empeora la estigmatización; por ello, reconocer la riqueza personal y cultural de la migración a través del apoyo social puede ser una puerta de acceso para mejorar los procesos de integración de la niñez y adolescencia migrantes.

La salud mental, las condiciones de vida y el contexto sociohistórico y político tienen una repercusión intrínseca en el bienestar individual de las niñas, niños y adolescentes. Ante esto, es imprescindible tomar en cuenta historias como la de Josué para que las organizaciones civiles y, en especial, el Estado puedan acompañar y velar por el bienestar de estas poblaciones.

*Integrantes del Área de Acompañamiento Psicosocial del Instituto para las Mujeres en la Migración (IMUMI)

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