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Los efectos del discurso de odio contra la ministra Piña

Por Lucía Lagunes Huerta

Señala la lingüista Debora Tannen que el lenguaje no es neutral, tiene intenciones y matices, conscientes o inconscientes, directos o no. Somos lo que decimos, lo que hacemos al decir, por ello las palabras importan y el lenguaje moldea.

Aunado al lenguaje es necesario mirar el discurso que se construye, porque el discurso reconocido como un constructo social, es reflejo de una sociedad y a la vez creadora de la misma. Surge de un medio determinado, social, político, ideológico y cultural. Refleja supuestamente, la sociedad como mediador, y construye una ideología, cosmovisión, visión del mundo, que a su vez puede reproducir las relaciones sociales y por supuesto las de género, explica Tannen.

No hacernos cargo de las palabras, ni del lenguaje y del discurso que emitimos no solo es tramposo sino falto de ética, especialmente cuando se ocupa un lugar de poder.

Los hechos recientes ocurridos el fin de semana en la movilización gubernamental, confirman lo que han dicho varias organizaciones, que el discurso de odio que se emite desde presidencia tiene consecuencias graves.

Que un grupo ciudadano haya decidido quemar la figura de la Ministra Presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación(SCJN), Norma Piña,  nos evidencia el odio que se ha sembrado contra las instituciones que no son dóciles a los deseos presidenciales, y más el  rencor en contra de personas concretas, en esta ocasión es contra la primera mujer en presidir la Suprema Corte,  en un país, donde se asesinan, desaparecen y queman a las mujeres por ser mujeres, que se haga una fiesta de la quema de la figura de una mujer en una plaza pública es doblemente grave, porque refuerza la permisividad social y estatal de la violencia en contra de ellas.

Hemos visto en distintos momentos y lugares del mundo, escenas donde la ciudadanía queman banderas o figuras de cartón principalmente de gobiernos derrocados, cuya base de esto es el odio. Odio por creer que una nación, con razón o sin ella, les oprime, odio contra dictadores que son derrocado y que han sembrado mucho dolor, odio contra las personas que se buscan eliminar y la quema de sus siluetas de cartón son un símbolo y un mensaje de querer convertirlos en cenizas.

La quema de la figura de la ministra Piña, quien lleva apenas dos meses y días en el encargo, con todos los discursos presidenciales en su contra, que la señalan, sin pruebas, de corrupta son el resultado de un discurso misógino cargado de sexismo y machismo.

Lo que vive la ministra Piña se enmarca en la violencia simbólica que hace un año quedó plasmada en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una vida libre de violencia, es decir, que lo que hasta hoy ha vivido la ministra es la expresión y difusión de un discurso público que reproduce la desigualdad y discriminación de la ministra.

Donde la desigualdad de poder está claramente marcada entre un presidente de un país con todos los micrófonos para reproducir su mensaje, frente a una ministra, que desde el principio se colocó su reputación en entredicho sin mostrar ninguna prueba.

Aún más, lo que vive la Ministra Piña puede caer en el supuesto de violencia política por razones de género, pues  de acuerdo con la definición que hace el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres),  esta se entiende como “todas aquellas acciones y omisiones –incluida la tolerancia- que, basadas en elementos de género y dadas en el marco del ejercicio de derechos políticos – electoral, tengan por objeto o resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce y/o ejercicio de los derechos políticos o de las prerrogativas inherentes a un cargo público”.

Y más aún, el propio Inmujeres señala que “Este tipo de violencia obedece generalmente al ejercicio del poder contra las personas opositoras, para que se abstengan de dirigirse contra el sistema o política imperante. La violencia política puede ser perpetuada por agentes del Estado.”

Y no es acaso lo que vive la ministra presidenta. Cómo ejercer la presidencia de la suprema corte, siendo la primera mujer en encabezarla, cuando desde el momento uno de su nombramiento se han desatado todas las sospechas y suspicacias en su contra, y se le ha señalado, incluso, como responsable de la liberación de criminales, con frases como “Apenas llegó la nueva presidenta y se desata una ola de resoluciones en favor de presuntos delincuentes”, todo ello sin que se coloque una sola prueba a la vista.

El resultado de estas violencias, se concretan en la quema de la figura de la Ministra Norma Piña en la plaza de la Constitución, a plena luz, porque hay permiso para hacerlo, porque es quemada en la plaza pública discursiva del presidente de la República, donde se emite el lenguaje en contra de la ministra que alimenta el odio hacia ella y se ha dado el permiso para agredirla.

Nutriendo la dicotomía patriarcal de las mujeres buenas y las malas, pues cuando desde el poder se nombra a una mujer, el discurso indica que ellas son más buenas, más trabajadoras, menos corruptas, más honradas, como si fuera genético, pero cuando se trata de mujeres no afines al poder, el discurso dice todo lo contrario.

Por ello, lo sucedido el domingo no se puede dejar pasar porque hay un contexto en el cual se desarrolla, no se debe olvidar la imagen de la Ministra Pina con una bala que circuló en redes sociales, esta es una amenaza que no puede tomarse a la ligera, mucho menos en un país feminicida como lo es el nuestro.

De este discurso se tienen que hacerse cargo tanto el presidente como el responsable de comunicación presidencial, porque están atizando el fuego del odio y se sigue echando leña a la hoguera de la violencia.

Y ya es demasiado lo que ocurre en nuestro país.

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