Escrito por: Lucía Melgar
Está por cerrarse un año difícil, obscuro para muchas familias y comunidades en México y en el mundo. Para quienes han perdido casa, familia, amistades; para quienes han visto sus pueblos atacados por el crimen organizado; para quienes han sufrido y sufren despojos de tierra, de bienes por la voracidad gubernamental y privada o la extorsión criminal; para quienes siguen clamando por sus seres queridos desaparecidos o secuestrados; para quienes la igualdad sigue siendo un anhelo, para quienes no encuentran escucha y apoyo, la ilusión navideña o la celebración de un nuevo año son difíciles o ajenas. ¿Cómo celebrar la vida cuando alrededor ronda la muerte violenta o silenciosa? ¿Cómo creer en la paz cuando cunden ataques criminales y la guerra devasta territorios enteros?
En México, vivimos bajo una violencia creciente que este mes ha vuelto a mostrar su faz atroz. A las masacres que se sucedieron todo el año, se añade la de Salvatierra que a muchos nos recordó la de Villas de Salvárcar en Ciudad Juárez donde murieron asesinados 15 jóvenes en 2010. Como si no bastara con negar la herida ya provocada por las muertes atroces en Celaya el día 3, el presidente insistió en agraviar a las familias de las víctimas, con una acusación infamante como hiciera Calderón: antes “eran pandilleros”, ahora “ consumen drogas”. La estrategia de no enfrentar la realidad con verdad y justicia parece repetirse. Pero ahora no es mera reproducción de un discurso irresponsable, es ya un empecinamiento criminal desde la soberbia.
Negar los hechos de violencia criminal que han normalizado en México conceptos como “feminicidio” o “juvenicidio”, que van sumando día a día homicidios dolosos y desapariciones, pretender ocultar o minimizar los ataques del crimen organizado aquí y allá, deja el campo abierto a grupos armados ilegales que han ido tomando territorios ante la incapacidad, la indiferencia o la complicidad de los gobernantes… y la desmovilización de la ciudadanía.
¿Qué hacer ante tanta violencia e impunidad? En 2010, el año de la masacre de Salvárcar y el asesinato de Marisela Escobedo, sugieron pequeños movimientos de protesta, testimonios de la indignación ciudadana. El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad logró en 2011 una movilización masiva sin impacto concreto pero con un mensaje contundente: “¡No + sangre!!”.
De cara al 2024, quizá sea ilusorio imaginar otra gran movilización contra la negligencia gubernamental y el auge criminal. Gran parte de la sociedad está traumatizada por la violencia, sin posibilidad de procesar el trauma bajo nuevos ataques y amenazas. A veces la reacción es tomar la justicia en propia mano, como en Texcaltitlán. Donde no impera el crimen organizado hay también miedo o apatía.
No podemos, sin embargo, perder la esperanza. Si, como escribiera Hannah Arendt, además de hablar lo que nos hace humanos es la posibilidad de actuar, de crear algo nuevo, nos corresponde actuar contra las violencias que deshumanizan. En vez de descalificar, repetir consignas o asentir haciendo oídos sordos, podemos dialogar reconociendo las diferencias y buscar puntos en común. Si, con Arendt, entendemos el poder como capacidad de actuar en conjunto; si pedimos “lo imposible”, quizá alcancemos lo posible.
Como dijera el director de Physicians for Human Rights en el 75 aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos: “Pensamos que el arco del universo moral puede inclinarse hacia la justicia, pero esto no es inevitable. Apoyar las voces de quienes defienden sus derechos humanos requiere de trabajo y dedicación”. Reafirmar que no estamos dispuestos a morir y ver morir con los brazos cruzados; defender nuestros derechos humanos, los de todxs, es un primer paso contra la violencia, hacia la justicia.
En el 2024, pese a todo, preservemos la esperanza.