Ciudad de México.- Uno de los aportes más importantes dentro de la arqueología social, es la perspectiva feminista; una arqueología que pone el acento en reconocer las condiciones materiales de las mujeres y hombres a lo largo de la historia; desmarcando así, la visión androcentrista que se tiene sobre la evolución y el desarrollo de las sociedades que han avanzado gracias a un sistema que, hasta nuestros días, se mantiene vigente: El cuidado y su evolución en nuestra historia como humanidad.
Algo que se debe reconocer es que existe una enorme diversidad de fórmulas culturales y de organización de los sistemas de género, sin embargo, es posible reconocer patrones etnográficos que arrojan cómo las mujeres han sido delegadas a tareas y actividades de cuidado. Esto lo reconoce la asociación PastWomen: Historia Material de las mujeres que, además señala:
«Al referirnos a las actividades de mantenimiento en tanto que a actividades femeninas, no nos estamos refiriendo a todas las actividades potencial o efectivamente realizadas por mujeres, sino a aquellas actividades comunes a todas las mujeres en la actualidad, y, como hipótesis, a todas las mujeres en contextos sociales humanos que han forjado, históricamente y en trayectorias socio‐culturales diversas, unos conocimientos – saberes – y unos modos de gestión y aplicación de ello eminentemente relacionales.» (Organización PastWomen)
De ahí, que se reconoce que estas «actividades de mantenimiento» han sido engrane para la sostentabilidad de la evolución, desde el paleolítico, hasta las edades de bronce, todo esto, siendo reconocido desde los años 90s cuando se comenzó a constituir la llamada bioarqueología y que, después, adaptó una postura feminista para descifrar narrativas nuevas en la historia; no se intenta cambiar, ni modificar lo que sabemos sobre este proceso de la humanidad, sino más bien, reconocer otras formas de vida y actividades, que enriquecen la androcéntrica «historia del hombre».

Es Andrea González Ramírez y Arturo Sáez en «Aportes para una bioarqueología social y feminista» quienes señalan que en esta rama se puede encontrar una serie de datos respecto a la dieta y nutrición de las mujeres, exposición a agentes patógenos, actividad muscular, estructural, historia evolutiva, estas características permiten localizar las diferencias entre distintos colectivos sociales, quebrando así, el silencio de la arqueología alrededor de la diferencia sexual.
Estos planteamientos son necesarios, pues nos permite concebir la participación de las mujeres en la producción del trabajo, entendiendo otros ámbitos fundamentales para la reproducción de la vida que comúnmente, se han visto desvalorizadas, no solo desde la arqueología, sino desde gran parte de la investigación social, sostiene Andrea González Ramírez. Además, señala que es necesario reconocer a la comunidad doméstica en la reproducción de la vida.
A través del trabajo de recopilación realizado por Past Women, se ha encontrado el cuidado en las siguientes etapas de la evolución:
Sobre el paleolítico medio y superior
Desde hace más de 60 mil años, se tiene registro de cuidados en grupos neandertales, pues existen restos de personas con severas discapacidades que vivieron hasta los 40 años, una edad muy avanzada para estos grupos. Y que, según las investigaciones, estas personas eran alimentadas, cuidadas y protegidas.
Por ejemplo, en Irak se encontró a un hombre con discapacidad auditiva, visual y sin brazo derecho; esta persona fue transportada y cuidada de sus heridas. Siendo así, que el altruismo de velar por la seguridad de otras personas permitió la prosperidad de las comunidades.

Cerca del paleolítico superior, las infancias y las mujeres jugaron un papel fundamental pues, aunque PastWomen reconoce que es difícil conocer con exactitud la dieta de estas personas, es bien sabido que es gracias al aporte vitamínico y el cuidado que los grupos pudieron sostenerse. Según se documenta, esta alimentación basada en espárragos, fresas, moras, avellanas, plantas aromáticas, raíces y hierbas, corrió a cargo de las mujeres, niñas y niños.
Este momento en la historia es parteaguas, pues desmiente la idea de centro-carnivorismo como una actividad masculina que plantea que la alimentación era parte exclusiva de sus funciones, mientras ancianos, mujeres e infancias, esperaban ser alimentados.
Las mujeres también comenzaron a unificar la recolección con el cuidado, empleando algunas tisanas y plantas medicinales para cuidar de otras personas en la comunidad.
Cuidando en el neolítico
En esa época, las mujeres jugaron un rol fundamental: Sanar, perfeccionando su conocimiento sobre las plantas medicinales.
Se comenzó a reconocer las propiedades de las plantas para distintos males que aquejaban a su entorno, siendo la más común, los dolores estomacales, las heridas y eliminar el malestar al orinar. Desde esta época, las mujeres comenzaron a manipular la planta de la manzanilla, la cola de caballo y la planta de la adormidera para calmar y reducir el dolor.
Esto implica que este sector comenzó a identificar qué dolía, cómo se sentía y qué podía hacer sentir mejor el cuerpo.

Avanzando al neolítico pleno, se expone que las medidas de higiene fueron una parte imprescindible de esta época, pues, una vez se vaciaban las fosas donde se guardaba el grano, se utilizaba el espacio para llenarlo con restos de comida, huesos de animales y demás basura orgánica. Estos «basureros» se colocaban lejos de los asentamientos y evitaban los hedores de putrefacción.
Hacia la edad del cobre: Mujeres maternando y cuidando
Muchas niñas y niños, vivían fuertes enfermedades al momento de terminar su periodo de lactancia, y es que, al momento de comenzar a ingerir otros alimentos preparados con medidas precarias de higiene, las infancias morían a causa de deshidratación – desnutrición, producida por la diarrea.
Las mujeres, entonces, comenzaron a producir herramientas de seguridad para los bebés, fortaleciendo su sistema inmune con hierbas, tisanas, avenas y desarrollando recipientes exclusivos para sus hijas e hijos, como lo son las cucharas, vasos, platos y biberones, un aporte imprescindible que permitió la reproducción de la vida.

Ante esto, es necesario comenzar a deconstruir los momentos en la historia, volcando la idea a que las prácticas colectivas y de mantenimiento, cobran una especial relevancia; no fueron actividades y trabajo «extra», se trata de un sistema de cuidados que permitió que las comunidades prosperaran, no enfermaran de gravedad, fueran cuidadas en su vejez, se procuraran a las personas con alguna discapacidad congénita – adquirida en combate, se evitara la muerte de las y los recién nacidos y se fortaleciera el sistema inmune de todas las poblaciones humanas.
No se trata de mirar a la historia como un proceso donde solo ciertos individuos cargaron con el peso de la evolución, sino que fue la colectividad del cuidado que produjo la prosperidad y el desarrollo que hasta nuestros días conocemos.
«El sobretrabajo de las mujeres permite un incremento en la producción social de hombres y mujeres. Es por estos motivos, que la participación de las mujeres en la producción a través de la reproducción se manifiesta como un trabajo socialmente necesario se ha apuntado en otras partes cómo la desatención de las prácticas de mantenimiento proviene de una mirada característica del pensamiento patriarcal».
Aportes para una bioarqueología social y feminista