Ciudad de México.– Desde hace más de una década, el conflicto armado en el noreste de Nigeria, liderado por el grupo terrorista Boko Haram, ha afectado de forma desproporcionada a mujeres y niñas, víctimas de violencia sexual, matrimonios forzados, tortura y severas restricciones de libertad; ante esta crisis, Amnistía Internacional publicó el informe “Ayúdanos a construir nuestras vidas”, que recoge testimonios de mujeres sobrevivientes nigerianas marcadas por la violencia estructural en el contexto del conflicto.
Es importante señalar que este mecanismo de control mediante el uso de violencia sexual, no es exclusivo de Nigeria, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), hay un incremento de este tipo de delito que usa a las mujeres como botín de guerra y que también ha sido una característica común en el conflicto armado del país.
Las mujeres y las niñas en tiempos de guerra son tratadas muchas veces como “botín”. La violación es una táctica utilizada como estrategia de terror y como forma de tortura. Las consecuencias físicas y mentales de estas agresiones dejan huellas emocionales y físicas imborrables. Esta forma de agresión también puede ser utilizada como parte de una limpieza étnica, tal y como se vio con las violaciones sistemáticas y los embarazos forzosos de la antigua Yugoslavia en los años noventa. Las violaciones, la esclavitud sexual y otras formas de violencia sexual cometidas en el contexto de un conflicto armado son crímenes de guerra. Mireya Cidón, Aminstía Internacional España
Las niñas y las jóvenes que huyeron del cautiverio de Boko Haram en el noreste de Nigeria continúan abandonadas a su suerte por las autoridades del país. En junio de 2024, Amnistía Internacional publicó el informe ‘Help us build our lives’: Girl survivors of Boko Haram and military abuses in north-east Nigeria, en el que documentaba cómo estas niñas y jóvenes pedían apoyo para tratar de sanar y reintegrarse a la sociedad.
Ahora, las sobrevivientes han dicho a Amnistía Internacional que el gobierno sigue sin proporcionarles servicios adecuados para su reintegración y que no pueden sostenerse a sí mismas ni a sus familias.
Nigeria se encuentra en África Occidental, bordeando el Golfo de Guinea, y limita con Benín al oeste, Níger al norte, Chad y Camerún al este, y el Océano Atlántico al sur. Está conformada por 36 estados y el territorio de la capital federal, cuya capital es Abuya. Tiene una población de 237 millones de personas aproximadamente de las cuales 112 millones 676 mil 013 son mujeres, lo que la convierte en el país más poblado de África y el sexto más poblado del mundo.
Desde 2009, el noreste del país vive un conflicto armado entre facciones de Boko Haram y las fuerzas del Estado nigeriano. Esta guerra ha generado secuestros generalizados, violencia sexual sistemática contra mujeres y niñas, asesinatos masivos de civiles y el desplazamiento interno de más de dos millones de personas. Las hostilidades han dado lugar a una crisis humanitaria prolongada, marcada por crímenes de derecho internacional y violaciones graves a los derechos humanos cometidas por todas las partes involucradas.
Boko Haram como mecanismo de control, suele capturar a mujeres durante redadas. Amnistía Internacional entrevistó a 32 niñas y mujeres jóvenes sobrevivientes de este grupo y quienes relataron su secuestro.
Los secuestros de Boko Haram ocurrían, generalmente, durante los ataques a pueblos, cuando las niñas intentaban esconderse y huir. Muchas de ellas permanecían escondidas por días o semanas, hasta que finalmente eran capturadas.
“Cuando Boko Haram llegó a Gulak, corrimos montaña arriba y vivimos con mi tío. Él nos daba de comer, pero al cabo de un mes nos quedamos sin comida. Dos primos y yo bajamos de la montaña para buscar alimentos. Boko Haram nos atrapó y nos llevó. Nos trasladaron a Madagali, donde nos casaron a todos”. Testimonio anónimo para Amnistía Internacional
Cuando la niñas y mujeres jóvenes son jóvenes, el Boko Haram busca adoctrinarlas con su ideología extremista, obligándolas a vivir bajo reglas estrictas que eliminan cualquier tipo de libertad de movimiento. Aquellas que intentan desobedecer se enfrentan a castigos físicos como azotes, flagelaciones o incluso largos periodos de encierro. Muchas son también forzadas a presenciar ejecuciones, amputaciones y otras formas de castigo como método de control y disuasión.
Una vez que las niñas y mujeres logran salir de los territorios controlados por Boko Haram, o son liberadas de los centros de detención militar o centros de tránsito que en muchos casos equivalen a detención arbitraria, deben enfrentar el reto de reconstruir sus vidas en campamentos de personas desplazadas, en medio de una crisis humanitaria que, hasta abril de 2024, ha dejado a unas 8.3 millones de personas en esa situación.
Las y los niños nacidos producto de la violencia sexual también enfrentan múltiples formas de discriminación, rechazo e incluso violencia. En 2015, varias organizaciones defensoras de derechos humanos documentaron casos de infanticidio perpetrados por madres que, presionadas por el estigma social, consideraban que no tendrían posibilidad de sobrevivir. Un estudio realizado por UNICEF e International Alert en 2016 reveló que, en muchas comunidades, era recién nacidos considerados como “mala sangre” por tener vínculos biológicos con combatientes de Boko Haram.
Un defensor de derechos humanos entrevistado por Amnistía Internacional aseguró que este estigma persiste. Algunas personas en las comunidades creen que los hijos de combatientes heredan rasgos violentos y podrían convertirse en una futura generación de extremistas.
Para muchas entrevistadas, las necesidades inmediatas seguían siendo la prioridad. Algunas identificaron el acceso a alimentos como la urgencia más apremiante, mientras que otras mencionaron la necesidad de recibir tratamiento médico para diversos padecimientos.
“La mayor ayuda para mí ahora mismo sería garantizar mi educación, porque quiero ser médica cuando sea mayor. Quiero olvidar que una vez viví con Boko Haram. Quiero salir de este campamento y empezar de cero” Testimonio anónimo para Amnistía Internacional
Matrimonio forzado
Aunque la Ley de Derechos del Niño de 2003 establece que la edad mínima para contraer matrimonio es de 18 años, el matrimonio infantil y precoz sigue siendo una práctica generalizada en Nigeria. Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), más de cuatro de cada diez niñas se casan antes de los 18 años. Un estudio de Save the Children realizado en 2021 encontró que en el estado de Borno, casi el 90 % de las participantes, todas mujeres, se casaron antes de cumplir los 15 años.
En Boko Haram, el matrimonio forzado es una práctica común. El grupo considera que una niña está lista para casarse desde los primeros signos de la pubertad, incluyendo la primera menstruación o incluso antes. La diferencia de edad entre las niñas secuestradas y sus captores suele ser considerable.
Algunas niñas fueron secuestradas directamente de sus aldeas y trasladadas al bosque, donde fueron encarceladas y posteriormente casadas a la fuerza. Otras fueron obligadas a casarse dentro de sus propias comunidades una vez que Boko Haram tomó el control de la zona, para luego ser llevadas a otras áreas bajo dominio del grupo.
Esclavitud sexual
Al menos 33 sobrevivientes de matrimonio forzado contaron a Amnistía Internacional que sus «esposos» ejercían violencia sexual sistemática contra ellas. En muchos casos, estos hechos ocurrieron antes de la primera menstruación de las niñas o poco después. Si alguna se negaba a mantener relaciones sexuales, los combatientes informaban a sus superiores, lo que desencadenaba represalias como más violencia, encarcelamiento, amenazas o incluso tortura.
“Cuando me casé, si mi esposo quería tener intimidad conmigo y yo me negaba, él me denunciaba ante los demás combatientes. Entonces me llamaban y me azotaban”. Testimonio anónimo para Amnistía Internacional
De las personas entrevistadas por Amnistía Internacional, al menos 28 afirmaron haber tenido hijos producto de esta violencia sexual. La mayoría de ellas no contaba con acceso a servicios de salud sexual, reproductiva o materna, y dieron a luz en condiciones extremadamente precarias. Una adolescente relató: “Estaba sufriendo mucho. Una vecina me ayudó a dar a luz. Éramos solo nosotras dos”.
A pesar del miedo y los riesgos, casi cincuenta niñas y mujeres jóvenes compartieron historias sobre cómo lograron escapar de Boko Haram, arriesgando sus vidas y las de sus hijos, y enfrentándose a la posibilidad de ser recapturadas y castigadas.
Algunas engañaron a sus captores con excusas para obtener permiso de salir en busca de leña o comida, y aprovecharon para huir. Otras pagaron por ayuda y, en dos casos, sobornaron a sus vigilantes. Una joven de 19 años que logró escapar en 2019 relató:
“Una noche, otras mujeres y yo decidimos escapar, pero nos atraparon y nos encerraron. Dijeron que nos iban a matar. Después de dos días, sobornamos al guardia con la ropa que llevábamos cuando intentamos huir… y nos dejó salir”. Testimonio anónimo para Amnistía Internacional