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Palabra en libertad

Por Lucía Melgar Palacios

Celebrar los libros y la libertad de la palabra es una valiosa característica de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, foro plural donde conviven múltiples de discursos, hablados y escritos, en un amplio y acogedor recinto. Escuchar a escritoras y escritores que se/nos hacen preguntas fundamentales desde su experiencia, su visión del mundo, su sensibilidad, su memoria, sin imponer respuestas, abriendo senderos, nos permite seguir confiando en la inteligencia humana.

En el contexto de cerrazón política, afán de control, manipulación de la opinión y aliento a la animadversión que, en mayor o menor medida, empobrecen hoy la sociabilidad en el mundo y en México, la defensa de la palabra, de la libertad y de la pluralidad son más importantes que nunca.

No es casual ni superfluo que en la inauguración de la FIL el sábado pasado diversas voces resaltaran el valor de la pluralidad, la disidencia, la libertad, la tolerancia y la civilidad. El respeto genuino a estos valores – o principios de vida- es lo que hoy puede ayudarnos a lidiar con el ascenso del autoritarismo.

Ese respeto es también indispensable para pensar en formas de vida, individuales y colectivas, que nos permitan dialogar, interrelacionarnos con los demás en su diversidad,  encontrar o crear puntos de encuentro, y defendernos de la violencia que, aunque medios y gobiernos, aquí y allá, la normalicen, justifiquen o toleren,  resquebraja la vida cotidiana de millones de personas en todo el mundo y amenaza la sobrevivencia misma de la humanidad.    

Defender la libertad de la palabra es defender la libertad de leer, escribir y pensar, la libertad de ir trazando un camino intelectual y afectivo propio, la libertad de mirar el mundo desde distintas perspectivas. Lejos de ser clichés o palabras desgastadas por el discurso político, esas libertades fundamentales están hoy bajo el asedio de quienes se arrogan la autoridad de prohibir libros en las bibliotecas públicas, práctica creciente en Estados Unidos.; fomentan o toleran la (auto)censura y la persecución de periodistas y voces críticas, como en México; o buscan imponer la voz y voluntad del poder a través de medios y redes o mediante el control o la asfixia de instituciones educativas y espacios culturales, en tantos países.

Ante la marea autoritaria que apuesta por el control tecnológico de cuerpos y mentes, resuenan con particular intensidad las sabias palabras de Amin Maalouf, narrador y ensayista franco-libanés, al recibir el premio FIL de Literatura. Como “observador del mundo”, Maalouf lo ha pensado desde el cruce de identidades, cuyo valor reinvindica en su complejidad misma. Como periodista, escritor y ser humano, ha vivido los desgarramientos del conflicto bélico, la corrosión de los discursos de odio. En sus novelas y ensayos ha advertido sobre los peligros de la negación del “Otro” y los afanes de dominación.

En Guadalajara, además de expresar su decepción y preocupación por la “regresión del universalismo […] la democracia y […]del estado de derecho, y de señalar la creciente brecha entre la imparable aceleración de las ciencias y el entorpecimiento o regresión de la “evolución moral” de la humanidad, nos recordó el poder de la literatura en tanto medio de conocimiento, estímulo a la imaginación y campo abierto para el pensamiento.

La literatura del siglo XXI, afirmó, tiene la “misión de hacernos conscientes de la complejidad del mundo en que vivimos”, de iluminar el valor y sentido de “la dignidad,  la libertad, el respeto mutuo, la convivencia armoniosa” y, lo más importante para mí, de hacernos ver que “a pesar de nuestras diferencias […] nuestro destino se ha vuelto común”.  La literatura, añadió, es indispensable porque a ella “le corresponde reparar el presente e imaginar el futuro”.

En un emocionante encuentro con “Mil jóvenes”, el lunes primero de diciembre, Maalouf retomó algunos de estos temas, en respuesta a las numerosas preguntas de estudiantes que expresaban admiración o curiosidad por su obra y le exponían algunas de sus inquietudes acerca de los conflictos geopolíticos, el papel de la juventud en la búsqueda de la paz, o los retos de la inteligencia artificial…

Acerca de la violencia, recrudecida en estos tiempos, el escritor, siempre amable y generoso con sus interlocutores, afirmó que “no estamos condenados a pelearnos entre nosotros”, e incluso que “hemos llegado al punto en que no podemos seguir peleándonos” cuando existen problemas comunes tan graves como el cambio climático o la carrera armamentista.

Añadió que las soluciones a los conflictos “no son automáticas” y sugirió que la convivencia armónica, la paz, tienen que buscarse activamente pues no basta con que comunidades diversas vivan juntas  para que se lleven bien.  Planteó en este sentido un enorme reto: “debemos cambiar el curso de la historia, acabar con los conflictos para poder sobrevivir”.

También amplió su reflexión acerca de la literatura como medio de conocimiento. “La literatura”- dijo- “puede acercarnos. Esto no quiere decir que siempre nos acerque, también se puede usar para promover odios y conflictos.”  Sin embargo (y aquí la cita es aproximada) “cuando se lee la literatura de un país, se lee desde su interior, se perciben, sus ideas, sus miedos, las aspiraciones de las comunidades y se ve que todos aspiramos a lo mismo.” Desde esta perspectiva, “la literatura es un factor esencial del internacionalismo y de la paz”.

Al recordarnos así el poder de la literatura –  el valor de la palabra en libertad, la imaginación y el diálogo- , Maalouf nos invita a ser más conscientes, más libres; a preservar la esperanza.  

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