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Impactos psicoemocionales en la vida personal de las y los trabajadores humanitarios

El trabajo humanitario, por su propia naturaleza, implica un contacto constante con las vulnerabilidades extremas de la población más afectada por conflictos, desastres y crisis. Quienes desempeñan esta labor se enfrentan a diario con necesidades básicas de alimentación, salud física y mental, y la gestión de los impactos sociales, económicos y familiares derivados de estas situaciones.

Sin embargo, esta labor no solo implica un esfuerzo por ayudar, sino que también coloca a las y los trabajadores humanitarios en contacto directo con las experiencias traumáticas y violentas que las personas afectadas han vivido, lo que puede provocarles secuelas emocionales, físicas y sociales similares a las de las personas a quienes atienden.

Entre las principales secuelas psicoemocionales que sufren las y los trabajadores humanitarios se encuentran el burnout, el trauma vicario, la fatiga por compasión, la depresión y la ansiedad. En algunos casos, las y los trabajadores recurren al consumo de sustancias como una forma de gestionar su sufrimiento emocional.

Estos efectos no solo afectan la calidad de vida de quienes ejercen esta labor, sino que también impactan la calidad de la atención brindada a la población. La ciencia ha demostrado que cuando una persona expresa sufrimiento, el cerebro de quienes están cerca puede reflejar esa emoción, creando una experiencia empática tan intensa que se internaliza, transformándose en una vivencia propia.

El estrés que enfrentan las y los trabajadores humanitarios también se refleja en síntomas orgánicos, como insomnio, alteraciones en los hábitos alimenticios y pesadillas relacionadas con los eventos vividos. La constante exposición a la vulnerabilidad ajena puede incluso hacerlos más susceptibles a enfermedades.

Estos impactos también se manifiestan en la esfera social, es común que quienes desempeñan esta labor experimenten cambios en su comportamiento habitual, como conductas antisociales, irritabilidad, retraimiento, hiperactividad o pasividad. Estos trastornos no solo alteran el ambiente laboral, sino que también repercuten negativamente en la vida personal y los vínculos afectivos de las y los trabajadores.

Las consecuencias de este desgaste emocional van más allá del ámbito profesional, afectando profundamente la vida personal. La sobrecarga empática que implica la constante exposición al sufrimiento ajeno genera un agotamiento emocional y, en muchos casos, deteriora las relaciones afectivas.

Como señala la investigadora Silvela, la tensión entre la vocación de ayudar y la necesidad de mantener un equilibrio emocional puede generar sentimientos de culpa cuando la persona decide descansar o desconectarse del trabajo. Además, el agotamiento físico y emocional puede mermar la energía para realizar actividades recreativas o mantener relaciones sociales saludables, lo que incrementa el riesgo de ansiedad, insomnio o depresión.

Frente a esta realidad, resulta urgente incorporar prácticas de autocuidado y desarrollar estrategias de apoyo institucional. A nivel individual, es fundamental establecer límites saludables, buscar acompañamiento psicológico y practicar la autoobservación, herramientas que permiten detectar de manera temprana los signos de desgaste emocional o físico.

Sin embargo, como señala Nonviolent Peaceforce, el bienestar de las y los trabajadores humanitarios no debe ser considerado una responsabilidad exclusiva del individuo, sino una tarea colectiva que involucra también a las organizaciones humanitarias. Implementar políticas internas de apoyo emocional y fomentar una cultura del cuidado colectivo no solo ayuda a prevenir el deterioro psicológico, sino que también fortalece la resiliencia del personal.

Este enfoque de autocuidado no es solo una necesidad individual, sino también una cuestión de derechos humanos. El reconocimiento y la atención a los impactos psicoemocionales que enfrentan quienes trabajan en el ámbito humanitario no solo responde a un imperativo ético, sino también a una obligación política.

La invisibilización del sufrimiento de quienes ayudan encierra una paradoja ética: se espera que el personal humanitario ofrezca empatía ilimitada, pero a menudo no se les proporcionan espacios adecuados para su propio cuidado emocional. El bienestar de los trabajadores debe ser considerado una prioridad dentro del ejercicio ético e integral del humanitarismo. Es fundamental que el derecho al bienestar y a la salud mental de las y los trabajadores humanitarios sea reconocido como un componente esencial de los derechos humanos, porque solo cuando se garantice este bienestar, se podrá sostener un compromiso genuino y duradero con las personas a las que se sirve, respetando su dignidad humana y la de quienes brindan la ayuda.

El Día Universal de los Derechos Humanos, conmemorado el 10 de diciembre, nos recuerda que el respeto a la dignidad humana debe ser universal y aplicarse tanto a quienes reciben asistencia como a quienes la brindan. Garantizar el bienestar psicoemocional de las y los trabajadores humanitarios es indispensable para asegurar que el compromiso con los más vulnerables se mantenga de manera sostenible y respetuosa.

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