Ciudad de México.- El inicio de Año Nuevo suele presentarse como una oportunidad para reiniciarse, organizar mejor el tiempo y establecer nuevas metas a cumplir; sin embargo, pese a que este mensaje parece neutro al género, la realidad es que las mujeres se ven obligadas a medir, justificar y demostrar su productividad en un contexto donde se invisibiliza el trabajo no remunerado que sostienen la vida.
Probablemente, a medianoche miles de mujeres disfrutaran de las tradicionales doce uvas, un ritual asociado a la buena fortuna y al complimiento de metas. Aunque, en muchos casos, ese ritual se entrelaza con un mandato silencioso: que el año nuevo traiga consigo mayor disciplina, eficiencia y rendimiento. No obstante, para las mujeres estos deseos se transforman en exigencias.
Durante estas fechas, son ellas quienes asumen la organización de las celebraciones: planear reuniones, preparar la cena, limpiar el hogar para recibir visitas, comprar los regalos y garantizar que todo funcione. También destinan su tiempo al trabajo remunerado y de cuidados hacia las infancias, personas mayores o con discapacidad, y la gestión emocional que implica la convivencia.
Festejos navideños, sostenidos por trabajo no reconocido de mujeres – cimacnoticias.com.mx
A la presión que esto conlleva se suma, además, la expectativa de que el inicio del nuevo año marque un punto de inflexión hacia mayor productividad. Una vez que terminan las celebraciones, muchas mujeres se les exige retomar el ritmo con más disciplina y por ello, suelen realizar actividades como elaborar listas con extensos propósitos, candelarizar sus próximas actividades en agendas, iniciar rutinas estrictas o evaluar su vida en términos de logros y pendientes.
El Año Nuevo, lejos de ofrecer una pausa, se convierte así en otro momento de evaluación y autoexigencia, donde el cansancio no tiene lugar y el descanso se percibe como una falla, no como una necesidad. Artículos como «Incorporación del análisis de género y la flexibilidad en los estudios de inversión en trabajo pesado» advierten que, a las mujeres se les exige demostrar rendimiento, tanto en el ámbito laboral como el doméstico; mientras que, a los hombres, su productividad suele evaluarse sin considerar la carga desproporcionada de trabajo no remunerado.
En México, por cada 100 horas de trabajo total por semana, las mujeres destinan 62 al trabajo no remunerado de los hogares y solo 35.8 horas al trabajo remunerado. Esta situación es diferente cuando se trata de los hombres quienes concentran 71.1 horas en el mercado laboral y apenas 24.6 horas en actividades de cuidado, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
El artículo señala que esta presión se intensifica en contextos donde se valora la inversión excesiva de tiempo y esfuerzo en el trabajo, un modelo que premia la disponibilidad total, la autoexigencia y la hiperdisciplina. Aunque estas dinámicas se presentan como señales de compromiso o éxito, en las mujeres suelen traducirse en mayor estrés, agotamiento emocional y conflicto entre el trabajo y la vida familiar.
Además, en los casos donde las mujeres valoran más la flexibilidad laboral —no por falta de compromiso, sino porque siguen asumiendo una parte central del trabajo doméstico y de cuidados— esta forma de trabajo suele convertirse en una trampa: puede derivar en jornadas más extensas, mayor disponibilidad permanente y dificultad para poner límites, lo que refuerza la idea de que siempre pueden y deben hacer más.
Otro eje clave es la culpa asociada a no cumplir con los estándares de productividad. La investigación muestra que las mujeres experimentan con mayor frecuencia sentimientos de insuficiencia cuando no alcanzan metas laborales o personales, incluso cuando estas metas son estructuralmente incompatibles con las condiciones materiales de su vida. Esta culpa se ve reforzada por discursos culturales que vinculan el valor personal con el rendimiento constante.
Además, la presión productiva no es solo un problema individual, sino estructural y organizacional. La falta de políticas laborales sensibles al género, la normalización del exceso de trabajo y la invisibilización del cuidado perpetúan un modelo que desgasta de forma particular a las mujeres. Por ello, el movimiento de mujeres impulsa repensar la productividad desde una perspectiva de género, incorporando límites al trabajo intensivo, corresponsabilidad en los cuidados y condiciones laborales que no penalicen la vida fuera del empleo.
Claves feministas para repensar los deseos de Año Nuevo
Repensar los deseos de Año Nuevo desde una perspectiva feminista implica cuestionar la productividad como valor moral y reconocer que las mujeres no parten del mismo punto que los discursos meritocráticos suponen. La presión por mejorar, organizarse o rendir más se sostiene sobre la invisibilización del trabajo no remunerado, de los cuidados y de la gestión emocional que ellas realizan de forma cotidiana.
En ese contexto, los deseos se transforman en exigencias que refuerzan la culpa y la autoexigencia, mientras el descanso continúa viéndose como un premio y no como un derecho. Desplazar los deseos del plano individual al colectivo, aceptar aspiraciones no medibles ni cuantificables y reconocer los límites materiales de la vida cotidiana permite desafiar un modelo que mide el valor de las mujeres únicamente por su capacidad de producir, incluso a costa de su bienestar.
Los deseos de Año Nuevo no tienen por qué estar vinculados al trabajo (ni al remunerado ni al no remunerado), por ello, una de las claves que te proponemos es pensar en el autocuidado. Esto no se traduce a prepararse para rendir mejor ni recuperarse para seguir cumpliendo, sino preservar el cuerpo, la mente y la vida frente a un sistema que exige disponibilidad permanente. Cuidarse puede ser, simplemente, desear sostenerse sin agotamiento, escucharse y poner límites.
En segundo lugar, se encuentra querer una vida libre de violencia, la cual implica reconocer que el bienestar no se reduce a cumplir metas, sino a vivir con dignidad y seguridad. Desear una vida sin violencias —físicas, económicas, laborales, simbólicas o emocionales— es un acto político que desafía la normalización del maltrato y del desgaste cotidiano.
Otras ideas que puedes tomar en cuenta son: descansar sin culpa y sin tener que justificarlo, cuidar la salud mental sin convertirla en una meta productiva, vivir con menos miedo en los espacios cotidianos, poner límites al trabajo y a las exigencias externas, alejarse de relaciones violentas o desgastantes, priorizar el tiempo propio como un derecho, construir redes de apoyo entre mujeres, vivir con mayor autonomía y seguridad, así como reducir la autoexigencia.




