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Inquina

Por Lucía Melgar Palacios

¿Qué salida tenemos como sociedad cuando las relaciones sociales están permeadas de prejuicios y mezquindades? Cuando, en vez de enfrentar los problemas reales como causa común, se fomenta la división o se ahonda el encono social? 

Mientras la militarización se cierne sobre toda la población, mientras la impunidad afecta a casi todos, mientras la vida política se degrada día a día entre mentiras, descalificaciones, pleitos y amenazas entre integrantes de la clase política, mientras la injusticia sigue mutilando proyectos de vida, mientras la violencia asuela calles y hogares, en la retórica oficial abunda la descalificación de unos y otras y en el discurso social afloran prejuicios y resentimientos que sólo contribuyen a más violencia, más fragmentación y más encono. 

En la manifestación del 2 de octubre, Denise Dresser fue atacada verbalmente por un grupo de jóvenes que, sintiéndose dueños de la verdad, de la historia y del zócalo, cuestionaron su derecho a manifestarse contra la militarización. La politóloga y periodista no iba sola. En un video aparece cargando la manta de la colectiva Hasta Encontrarte y en otro abrazada por dos madres buscadoras que se identifican como tales ante los agresores. Dresser tuvo que salirse de la marcha. 

Esta vez se trató de una figura conocida, denostada como periodista por el presidente, y acompañante de diversas causas sociales, que, por su acceso a redes y medios, pudo expresar reivindicar después su derecho a manifestarse. Si esto le sucede a personas menos conocidas, no podrán defenderse de la misma forma ante la intolerancia. De ahí que sea crucial reafirmar el derecho a la libre expresión y a la libre manifestación de todas las personas.

La intolerancia exhibida por quienes en redes se identificaron como “estudiantes de la FCPyS de la UNAM” (uno de ellos partidario de Morena) y otras voces que se regocijaron por la expulsión de Dresser, exhibe a la vez animadversión hacia una figura pública que defiende la democratización y desprecio hacia las madres buscadoras que la acompañaban y abrazaban.

La descalificación de Dresser por los jóvenes ( y voces sin cara en redes) puede relacionarse con el estigma que le ha impuesto el discurso oficial, en que se le ataca por sus escritos críticos del autoritarismo, como ha sucedido con otras y otros periodistas que no se han unido al coro de alabanzas del Supremo. Quienes la expulsaron de la marcha del 2 octubre olvidan o ignoran que la periodista apoyó a AMLO cuando el intento de desafuero por Fox y que, desde la transición, ha señalado con su pluma fallas y vicios de todos los gobiernos. La falta de memoria de muchos, facilita la manipulación oficial de la historia pasada.

Por otra parte, al no dejar de vociferar cuando las dos madres buscadoras se identificaron como tales y una de ellas les mostró la fotografía de su hijo desaparecido, los agresores actuaron como autoritarios que se niegan a escuchar razones. Además de falta de respeto, exhibieron su desprecio o desconocimiento de dos causas que deberían unirnos a todas y todos si queremos sobrevivir en  pluralidad en este país: la lucha contra la desaparición y la oposición al  militarismo, representada ese día en el zócalo en la enorme manta que el colectivo Hasta Encontrarte colgó de la “Estafa de Luz” el 15 de septiembre y llevó a la marcha el domingo pasado.  Si las madres buscadoras arroparon a Dresser, ¿quiénes son los agresores para expulsar a ésta de la marcha? ¿Con qué superioridad moral pretenden apropiarse de la manifestación, de la plaza pública y conculcar un derecho humano?

Lo central en este caso no es la figura de Dresser en sí, podría haber sido casi cualquier otra estigmatizada desde el poder como “burguesa”, “oportunista”, “conservadora” o “corrupta”, calificativos con que la retórica neopopulista oficial ha normalizado  la  construcción de “enemigos/as” a partir de estereotipos de clase y género, que reproducen y actualizan tanto divisiones de clase como desigualdades de género, y  que en realidad apunta contra quienes se oponen  a las políticas gubernamentales o señalan las contradicciones entre la imagen impoluta de las fuerzas armadas y del presidente que difunden éste y sus cortesanos, más si se trata de mujeres que se atreven a alzar la voz.

La retórica polarizadora que reduce a la sociedad a dos conjuntos contrarios de “pueblo bueno” y “élites malas” (aunque no todas las personas ahí incluidas sean “privilegiadas”) no afecta sólo a quien es agredida, atenta contra las libertades de todos y todas, siembra divisiones que debilitan la posibilidad de crear un frente común contra la militarización y el autoritarismo.  Así lo sugiere, a mi entender, que  tras la velada por la paz el 6 de septiembre,  cuando el Senado estaba por votar la iniciativa para integrar a la Guardia Nacional a SEDENA, ya aprobada por los diputados, en redes sociales aparecieran voces que  criticaban esta protesta por haber sido organizada, según ellas, por “blancos” o porque en ella participó gente “privilegiada”. Justificaban así además no haber asistido, como si se tratara de una causa de minorías. También se quejaban del horario, que según ellas demostraba el “privilegio” de los organizadores, olvidando que en 2016 también se dio una protesta nocturna (y entonces, hasta donde sé, no hubo quejas).

No podemos minimizar este tipo de discurso ni achacarlo sólo al impacto de la retórica presidencial, que sin duda influye en la visión en blanco y negro del país manifiesta en estas agresiones y justificaciones. La persistencia de profundas desigualdades (de clase, género, etnia, oportunidades) y la crisis económica y política agudizan el resentimiento; la falta de educación de calidad y el manoseo de la historia pasada y reciente facilitan la manipulación ideológica; la normalización de la violencia machista y extrema favorece la proliferación de violencias que parecen pero no son “menores”.

Los ataques cotidianos contra “conservadores” y “corruptos” encuentran eco en las calles porque ya existe malestar. La eficacia del discurso que envenena el imaginario social y promueve un clima de inquina, entre los aliados del poder y algunos de los que aún esperan “un cambio”, también se debe a la falta de propuestas alternativas por parte de la “oposición”, al debilitamiento de las ONGs por el régimen y  a su propia fragmentación, y a la ceguera de las verdaderas élites, paradójicamente protegidas por el gobierno, ante los efectos de la crisis económica y política.    

En las crisis, los gobiernos autoritarios ocultan sus fallas mediante la construcción y señalamiento de chivos expiatorios y la persecución de enemigos “ocultos”.  Estas y otras señales ominosas indican que estos tiempos obscuros no serán excepción.     

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